Juegos de Poder
Leo Zuckermann
Algo raro estaba sucediendo en la sinagoga. Había mucho cuchicheo, al punto que el rabino interrumpió el servicio religioso. Alguien subió al atril y confirmó la noticia: Israel estaba en guerra. Era Yom Kipur de 1973. Yo tenía nueve años, una edad en que ya se entiende, pero no se entiende. Algo gordo estaba sucediendo, aunque no tenía idea de la dimensión histórica del evento.
Hace 50 años, los ejércitos árabes liderados por Egipto y Siria invadieron Israel de manera sorpresiva en el día más sagrado de la religión judía. La inteligencia israelí, mundialmente famosa, había fracasado para pronosticar dicho ataque.
Los primeros días fueron aciagos por la posibilidad que los invasores partieran el territorio israelí en dos. Se trataba de una guerra tradicional entre ejércitos. Cuando el escenario era adverso para Israel, algunos generales le sugirieron a la primera ministra iniciar una “demostración” de sus capacidades nucleares. Golda Meir lo rechazó porque sabía que Israel sobreviviría utilizando el poder militar que tenía.
Muy diferente a lo que está sucediendo 50 años después.
Primero decir lo obvio: una vez más la inteligencia israelí fracasó. No previó un ataque como el ocurrido este fin de semana.
Al gobierno de Benjamin Netanyahu lo agarraron papando moscas o, para ser más precisos, papando ministros de la Suprema Corte de Justicia. Israel estaba distraído en sus conflictos internos de un gobierno, el más derechista de su historia, que pretende concentrar el poder.
Mientras tanto, el grupo extremista de Hamas preparó y ejecutó un ataque sorpresivo sin precedentes en la historia del Estado judío.
El saldo de muertos lo dice todo: más de 700 en Israel, la gran mayoría civiles, en el primer día del ataque de Hamas. Es el mayor número de fallecimientos de judíos en un solo día desde el Holocausto en la Segunda Guerra Mundial. Murieron más el sábado pasado que durante la primera jornada de la Guerra de Yom Kipur.
A eso hay que sumar más de cien personas secuestradas por Hamas que han sido trasladadas como rehenes a la Franja de Gaza. Entre ellos, dos mexicanos.
Es, a todas luces, un desastre para Israel. Muy difícil de resolver. Porque aquí no estamos hablando de una guerra tradicional entre ejércitos. En eso, los israelíes tienen todo para ganar. No. Aquí se trata de una lucha asimétrica, prácticamente callejera, en contra de terroristas y guerrilleros urbanos que, a propósito, se esconden entre la población civil en la Franja de Gaza.
No es una guerra de los palestinos contra Israel. Por lo pronto se circunscribe al ataque de una pandilla que pretende la destrucción del Estado judío. Extremistas que asesinan y secuestran a mujeres, niños y ancianos. Odio para generar odio del otro lado. La insaciable sed de venganza. El ojo por ojo y diente por diente en la eterna historia del Medio Oriente.
Hamás ha destapado la Caja de Pandora. Le toca a Israel demostrar el gran poder militar que tiene. En este camino inevitablemente habrá abusos contra la población civil palestina. Es lo que precisamente quieren los extremistas de Hamas.
Primero, dejaron en ridículo a los israelíes con un ataque sorpresa. Luego, con la ineludible reacción, transformarán al Estado judío en el malo de la película.
Del lado palestino se han impuesto los extremistas de Hamás que quieren desaparecer a los judíos. Esto despertará a los extremistas judíos que pretenden lo mismo con los palestinos. Ni uno ni otros van a lograr una aniquilación total. Lo que sí desatarán es una matazón atizada por el nacionalismo radical.
El sábado pasado evoqué aquel Yom Kipur de 1973. También recordé otro sábado, el del 4 de noviembre de 1995, cuando un extremista judío mató a Yitzjak Rabin. No sólo asesinó al entonces primer ministro, sino también los Acuerdos de Oslo, el acercamiento más importante que ha habido entre israelíes y palestinos para lograr una convivencia pacífica entre los dos pueblos.
En ese entonces, en discursos incendiarios, el líder de la oposición, Benjamin Netanyahu, hoy primer ministro, promovía el odio contra de Rabin. No quería que se intercambiaran territorios por paz. Fue en ese contexto que un extremista judío asesinó al único hombre en que los israelíes confiaban para acordar con los palestinos.
La inteligencia israelí también fracasó para prevenir este magnicidio.
En el bolsillo del cadáver de Rabin encontraron una hoja manchada con su sangre que traía la letra de la Canción por la Paz. La habían cantado en el mitin del que salía el primer ministro. La balada trata sobre la imposibilidad de traer de vuelta a la vida a un muerto y, por tanto, la necesidad de paz.
X: @leozuckermann