El movimiento político del presidente López Obrador se ha transformado, en apenas cinco años de haber llegado al poder, en un sistema estalinista, en el que la disidencia o la autocrítica no sólo están terminantemente prohibidas, sino que a quien ose expresar posiciones u opiniones distintas a las que define el líder máximo y, que repiten como rezo fanatizado todos sus dirigentes y militantes, se le aplicará todo el rigor y el peso del sistema para castigarlo, amedrentarlo o de plano defenestrarlo y aislarlo políticamente.
Eso lo vivió en carne propia Marcelo Ebrard cuando, pretendiendo reventar el proceso interno de Morena para la candidatura presidencial, el excanciller se atrevió a desconocer los resultados, a denunciar irregularidades graves no sólo en las reglas internas sino en la violación a la ley por el uso de recursos públicos en la campaña interna de Claudia Sheinbaum. A Marcelo primero lo acusaron de «traidor» lo mismo las cúpulas que los ideólogos y hasta los seguidores del lopezobradorismo; luego lo aislaron y desconocieron, provocando su debilitamiento político, para finalmente amedrentarlo con un mensaje del mismo presidente y líder que lo reconvino, tanto en público como en privado, a que se portara bien y «no cometiera locuras», lo que terminó por doblegar y someter al candidato rebelde que se salvó de ser defenestrado y quizás hasta acusado gracias a que decidió disciplinarse.
Y hace unos días, al senador Alejandro Rojas Díaz-Durán, que tuvo la osadía de cuestionar, desde la tribuna del Senado, la «línea presidencial» para que la mayoría de Morena extinguiera y se apropiara de los fideicomisos del Poder Judicial, y que luego amenazó incluso con presentar una acción de inconstitucionalidad contra tal decisión que calificó públicamente como «una violación flagrante a la Constitución» por parte de los congresistas del partido gobernante, le cobraron muy caro su atrevimiento a disentir de las órdenes del líder máximo del movimiento.
Sorpresivamente, el senador propietario, Ricardo Monreal, cuyo escaño había ocupado Rojas Díaz-Durán cuando el zacatecano pidió licencia para lanzarse a la aventura presidencial en Morena, regresó, por lo que Rojas fue avisado de que tenía que sacar sus cosas de la oficina senatorial, a pesar de que el mismo Monreal había dicho que, ganara o perdiera en el proceso interno de Morena, no volvería a su escaño.
Pero resulta que cuando Monreal ya no tenía en mente regresar al Senado, recibió una llamada desde las cúpulas del gobierno con un mensaje personal del presidente: «Le pide que por favor retorne a su puesto en el Senado, porque no quiere que siga ahí el senador Alejandro Rojas, por su comportamiento crítico contra el movimiento». Y el exaspirante presidencial, que ya había probado su lealtad hacia López Obrador y su movimiento, cuando logró sobrevivir a un congelamiento presidencial de casi dos años y se le permitió competir por la candidatura, aunque lo mandaron al último lugar, no tuvo más remedio que aceptar y solicitar su regreso al escaño senatorial, aun cuando eso ya no estaba en sus planes.
Pero antes de tomar la medida de regresar a Ricardo Monreal a su cargo de senador, a Rojas Díaz-Durán ya le habían hecho varias advertencias y llamados. Uno de ellos fue para pedirle que acudiera a tomar «unos cursos sobre el movimiento» a la escuela de cuadros de Morena que dirige el monero Rafael Barajas «El Fisgón». «Ahí podrías entender bien cómo funciona el movimiento y por qué es importante la lealtad para consolidar la transformación que encabeza el presidente López Obrador», le dijo un alto dirigente morenista al senador suplente. Hubo otros mensajes, en tono más subido, y cuando vieron que el legislador no acataba las «sugerencias», decidieron entonces sacarlo del Senado.
El mismo exsenador acusó desde sus redes sociales, que su salida del escaño senatorial fue «una decisión autoritaria de Morena» y afirmó que en el partido de López Obrador existe «una secta de fanáticos y dogmáticos» que quisieron callarlo y que pretenden promover el alargamiento del mandato del actual presidente incluso más allá de que termine su sexenio. «Yo espero que Claudia Sheinbaum logre sacudirse la sombra del caudillo. Estos fanáticos y dogmáticos, que son como una secta, no quieren que hable desde la más alta tribuna de la nación y me quieren callar porque digo la verdad, y soy la voz de millones de patriotas que quieren reivindicar los principios del proyecto de Nación con que llevamos a la presidencia a Andrés Manuel», dijo en un video difundido tras su salida del Senado.
Así que el endurecimiento del presidente López Obrador y el descaro y cinismo con el que ya maneja las decisiones públicas en su gobierno, no es sino un reflejo y una consecuencia de lo que pasa adentro de su movimiento. Al lopezobradorismo, transformado ahora en Morena, se le impusieron al final los grupos más duros, sectarios y radicales, que fueron empujando en el gobierno y en el partido hasta deshacerse de todos los personajes moderados, técnicos y no ideologizados a los que el mismo Andrés Manuel había invitado a su gobierno en 2018, cuando les prometió a los mexicanos «un movimiento amplio, plural y democrático» para dirigir los destinos del país. Al final, ganaron los duros y con ellos tendrá que lidiar Claudia Sheinbaum, que, aunque también se ubica en esa ala radical, ya conoció la fuerza que tienen sus amigos «puros» que la obligaron a desechar a su candidato Omar García Harfuch, para aceptar la candidatura de Clara Brugada.
El estalinismo es ahora la forma de hacer política en Morena y en la 4T, pero lo más grave y preocupante es que, en la medida en que ese movimiento se dirige, con todo un aparato electoral y de estado, a ratificar su control sobre la Presidencia de la República en el 2024, esas ideas sectarias, totalitarias y autoritarias, aplicadas desde lo que el senador Rojas llamó «secta de fanáticos y dogmáticos», podrían ser en el futuro inmediato las que también se apliquen al resto de los mexicanos, cuando el endurecimiento de Morena y del movimiento lopezobradorista, pretenda llevarse, como ya empezó en este sexenio, a las políticas públicas y se termine por asfixiar a la democracia para instaurar un régimen autoritario y estalinista.
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