Este día arrancan las acciones de la campaña presidencial en la que compiten dos féminas cada cual con posibilidades reales de alcanzar la presidencia de la república, completa el elenco un varón cuya capacidad competitiva está limitada por la escasa convocatoria de las siglas partidistas que representa, hará su lucha, por supuesto. En esta ocasión se enfrentan dos proyectos con posiciones antagónicas muy definidas: Claudia Sheinbaum es la propuesta continuista de un proyecto de nación cuya primera fase ha consistido en demoler los soportes institucionales construidos por la vía pacíficamente democrática durante un periodo de sucesiones de gobiernos priistas y dos panistas. Por el lado de quienes se oponen a la destrucción de las instituciones creadas como baluartes de un régimen democrático compite Xóchitl Gálvez, cuya aparición en el escenario sucesorio ha inyectado renovados bríos a una trilogía partidista que previamente parecía no encontrar la luz del faro. Está mucho en juego y corresponde a la ciudadanía mexicana decidir el destino inmediato de nuestro país, afortunadamente podemos hacerlo por la vía de elecciones, aunque preocupa que en este proceso sucesorio prevalezca la idea de que podría ser la última oportunidad de elegir libremente a nuestros gobernantes.
No es para menos, porque el contexto sociopolítico es complicado en el país, comenzando porque inusitadamente en esta ocasión el primer mandatario, “el presidente de todos los mexicanos”, figura, sin eufemismo alguno como promotor partidista en respaldo a la candidatura presidencial de su partido, esa condición de suyo irregular se proyecta en las instancias estatales donde habrá renuevo de gobernadores, y en Veracruz no está la excepción. De allí las protestas de la oposición aludiendo a “una elección de estado”, es decir, un proceso electoral con dados cargados, sin piso parejo, utilizando el aparato de gobierno para favorecer candidaturas gobiernistas. Nada nuevo bajo el sol si recordamos aquello de “la marea roja” o “el ave azul”, pero contradice radicalmente el socorrido aforismo del “no somos iguales”, de un “cambio” cuyo significado es más falso que una moneda de cuatro pesos. En toda elección el antídoto contra cualquier intentona de fraude es la participación masiva de la ciudadanía, derrotando al abstencionismo se facilita la tarea de vigilancia de la institución electoral, a la que, por cierto, también debe dársele puntual seguimiento. ¡Qué diferencia! Antaño los gobiernos combatían el abstencionismo, ahora lo fomentan ¿por qué será?