A punto de concluir el actual periodo de gobierno prácticamente sus ventanillas se han cerrado, mantiene abiertas, o en este caso semicerradas, las de seguridad y de salud; es la hora de revisar documentos, preparar los de la entrega-recepción, limpiar, que no sanear, hasta donde sea posible toda huella de malos pasos, aunque esto último se dificulta enormemente en las áreas dedicadas a ejercer el gasto público, allí privilegian la documentación relativa a las auditorias solventadas, servirán como bálsamo en caso de las travesuras descubiertas. Para quienes manejaron presupuesto y “pasaron a mejor vida” la idea de una derrota electoral, o simplemente de un cambio de jefatura, debe provocar malestar estomacal e insomnio, el fantasma del duartismo flota en su entorno porque no debe ser muy grato suponerse en los zapatos de un Audirac, de Tarek Abdalá, De Antes, Gina Domínguez y muchos otros ex “servidores públicos” que ahora son asiduos visitantes de tribunales y juzgados, todo por la voraz vocación hacia el uso patrimonialista del poder. ¿Se reeditaron en el actual gobierno? No se prejuzga, pero nada extraño será tener noticias de quienes emularon con singular fruición al “Jibarito”, y como lo que se ve no se juzga los delata el súbito crecimiento de su patrimonio.
Ya cesó el ruido provocado por el tronar de los cohetes, la algarabía ha bajado de tono, los días de vino y rosas ya son más espaciados, es por la cercanía del tiempo de recoger las varas. Tode se asemeja a una cruel venganza del destino, Némesis que cuando da en abundancia cobra con muchos intereses. Deben temblarle las corvas a quienes en sus inicios en el servicio público rentaban departamento, vestían guayaberas de tianguis, saboreaban mezcal barato, compraban a crédito en Banco Azteca, tomaban el autobús para trasladarse de un lugar a otro y esperaban ofertas de Coopel, y solo porque las circunstancias los elevaron a sitios de poder jamás imaginados ahora calzan mocasín de marca, viven en fraccionamiento de lujo, viajan en camionetas de motores híbridos, lucen camisas con logotipo, toman mezcal de elevado precio y hasta cambiaron su forma de caminar. Una metamorfosis incubada en el seno del ejercicio patrimonialista del poder no alcanza para halagüeño reconocimiento, porque acarrea inherentes vicios merecedores del reproche ciudadano. Pero, no solo a quienes manejaron recurso público debe preocupar el fin del sexenio, también sobre quienes operaron para usufructo personal el “pinche poder” se cierne la espada de Damocles, porque no es cosa menor confrontarse con actores políticos cuya sobrevivencia en los escenarios del poder se presume más longeva y que tarde o temprano cobrarán con creces los agravios recibidos. Tal pudiera ser el escenario político en el futuro inmediato de Veracruz, salvo que haya “borrón y cuenta nueva”.