viernes, noviembre 22, 2024

“Verdades amarillas”

El Oráculo de Delfos…

Mtro. Luis Fernando Ruz Barros

“Esa mirada casual fue el origen de un cataclismo de amor, que

medio siglo después aún no había terminado”

(Fragmento de “El Amor en los tiempos del cólera”)

Gabriel García Márquez

Luisa, con veintiún años cumplidos, regresó a su Aracataca natal en una mañana de febrero, sin su esposo, tras casi dieciocho meses de ausencia. Estaba embarazada de ocho meses y llegaba mareada del barco, tras otra travesía turbulenta de Riohacha a Santa Marta. Unas semanas después, el domingo 6 de marzo de 1927, a las nueve de la mañana, en medio de una tormenta poco habitual para esa época del año, dio a luz a un niño, al que llamó Gabriel José García Márquez. Llegó al mundo sin darse mucha cuenta sino hasta después de esa gran bocanada de aire al hacer brotar su llanto, así se fue también, dormido un Jueves Santo hace varios años atrás. Con 38 años y cuatro libros publicados para entonces, se sentó frente a la máquina de escribir y tipeó: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Desconociendo hacia donde iría la historia, escribió todas las mañanas durante 18 meses hasta que a principios de agosto de 1966 fue con su esposa, y gran culpable de sus virtudes, Mercedes Barcha a la oficina de correo de la Ciudad de México, donde vivían con sus dos hijos, a enviar las 590 páginas que componían la novela Cien años de soledad. Lo demás es historia. Del Gabo se extraña su agudo sentido por interpretar la condición humana a partir de su peculiar manejo de la mentira. Sí, aquél joven estudiante en Zipaquirá le gustaba mentir jugando a cruzar la frontera de la verdad. Que no se malentienda, pues lo mismo hace en su más reciente novela, publicada de manera póstuma por los dueños de sus derechos editoriales y muy a pesar de su resistencia, “En Agosto nos vemos” también se marca el relieve de la mentira, pero no como farsa, sino en el sentido que como Juan Rulfo decía: “mentirosos obsesivos que trabajan fabulando historias con la obstinación de que sea creíble y verosímil de principio a fin”. De todos modos, sería un error creer que ejerce sin matices la mentira. Desde luego, Gabo sabía del valor de la verdad. Era un hombre comprometido con su tiempo. Trabajó muchos años como periodista, profesión a la que amó y que le dio un pantallazo crudo de eso que llamamos realidad. En alguna obra García Márquez escribió: “La mentira es más cómoda que la duda, más útil que el amor, más perdurable que la verdad”. Hay una crítica muy dura en esa línea y es que no estamos hablando de un cínico que cree que mentir es la razón de ser del escritor, puesto que contempla necesaria la relación con el contexto social que lo acoge. Si bien la verdad es lo contrario de la mentira, la ficción no es lo contrario de la verdad. Eso es lo que hace la buena la literatura ¿no? Con su última novela, terminada, retocada, o no, uno de los mejores escritores de la historia, nos sigue recordando lo que dijo Sagan “los libros son la prueba de que los hombres son capaces de hacer que la magia funcione”, y es que precisamente eso fue también lo que hizo García Márquez durante toda su vida, mentir para decir la verdad, y lo tuvo muy claro, la verdad en la vida es amarilla… Amar y Ya.

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