A escasos cinco meses y 11 días de concluir el mandato para el que fue electo en 2018 ya podemos normar criterio acerca del tipo de gobernante que ha sido López Obrador. En el amanecer de su gobierno el presidente declaró que gobernar no era una ciencia, es decir, que no se requiere de mucho talento para conducir la cosa pública, incluso se permitió asegurar que de sus colaboradores solo demandaba el 10 por ciento de capacidad por un 90 por ciento de lealtad, ese fue uno de sus primeros dislates u ocurrencias porque si gobernar es administrar mínimo se necesita saber hacerlo, pero esa condición paso inadvertida a lo largo del sexenio a juzgar por los exagerados desfases en la proyección y programación de la obra pública y en las políticas públicas implementadas por su gobierno. Comenzó a manifestarse en la primera crisis de este gobierno cuando por el desabasto de combustible se tuvo que inventar una inexistente lucha contra el huachicol; más lamentable aún fue la improvisación de los procedimientos para la adquisición de medicinas pues provocó el tremendo desabasto que aún no queda resuelto ni con el invento de la gigantesca bodega de medicinas. Nada ha demostrado un manejo eficaz y eficiente en las decisiones de gobierno que demuestre capacidad para la organización y administración de los recursos. Si nos atenemos a que un estadista conduce a su pueblo hacia mejores condiciones de vida, en materia de beneficios sociales, crecimiento económico, armonía social, paz y progreso difícilmente pudiera otorgarse a López Obrador la categoría de estadista.
José Ortega Gasset publico en 1927 su libro “Mirabeau o el político” en donde describió a un estadista como aquel gobernante capaz de realizar acciones de transformación para el bien de la población gobernada, “aunque en el plazo inmediato parezcan inapropiadas y deja para la posteridad el juicio si el gobernante actuó como un estadista o como demagogo”, u ocurrente agregaríamos ahora. Sobre esa base ¿podemos calificar a López Obrador de estadista? Si tenemos dudas podemos acudir al, ese sí, estadista británico Winston Churchill, quien definía: “la diferencia entre un político común y un estadista es que el primero solo piensa en el triunfo electoral, mientras que el segundo, en las generaciones que vendrán”. Según esto último ¿cómo se calificaría a López Obrador: estadista o político común?