Hay una especie de leyenda urbana estatal de que los gobernadores que ha tenido Veracruz desde la segunda mitad del siglo pasado a la fecha se relacionan con apodos o apelativos que empiezan con una Ch, y la verdad es que a los jarochos no les vino en cuenta que la Real Academia de la Lengua hubiera desaparecido esa conjunción de letras que antes era considerada una letra específica (igual lo hizo con la LL).
Según esa ilación, todo empezó con el gobernador Marco Antonio Muñoz Turnbull, que tuvo fama de apuesto, y por eso le pusieron el mote de el Chulo. Le siguió un jalapeño que permaneció en su tierra hasta su muerte, Antonio M. Quirasco, conocido como el Chato.
El siguiente fue Fernando López Arias, que coincidía con Agustín Lara en tener la boca desviada por una agresión física, y por eso le decían el Chueco. Y de ahí don Rafael Murillo Vidal, que parecía de provecta edad y por ello le apodaron el Chocho.
Quién sabe cómo le hubieran dicho a Manuel Carbonell de la Hoz, pero él fue retirado por Luis Echeverría como candidato, quien puso de mandatario a su compadre Rafael Hernández Ochoa, el Charro.
A los pocos que lo quisieron y que lo quisieron mucho no les gustaba que a don Agustín Acosta Lagunes le llamaran el Choto, pero así quedó consignado en esta historia estatal. Con don Fernando Gutiérrez Barrios la lista tuvo que darse una vuelta por el inglés pues le tocó el mote de el Chicken, porque de joven le habían llamado el Pollo.
Dante Delgado Rannauro se ganó a pulso el apelativo de el Chalado, y hasta tres décadas después muchos terminaron entendiendo la razón de tan distintivo nombre. Patricio Chirinos Calero, ni modo, nos llegó con la Ch en el apellido, y se salvó de ser nominado de alguna manera chusca, aunque oportunidades de hacerlo hubo y muchas, según platicaba Ángel Leodegario Gutiérrez Castellanos, el querido Yayo, que tanto quería a don Chiri.
Miguel Alemán Velasco llegó del brazo de la hermosa francesa Christianne Magnani, y así se quedó con el alias de el Chemisse.
Fidel Herrera Beltrán, avorazado para gobernar y para vivir, llegó a tener dos sobrenombres: el Chanoc (según Rosa María Campos) y el Chango (según su querido amigo Carlos Brito Gómez). Javier Duarte, para no ser menos que su patrón, también tuvo su dupla: el Chavo (sus cuates) y el Chabelo (el propio Fidel, tan dado a poner apodos).
Miguel Ángel Yunes Linares, por razón de su carácter y su fortaleza de espíritu, fue y sigue siendo el Chief.
En el caso de Cuitláhuac García Jiménez, la historia (¿o la justicia?) local apenas está por juzgarlo… y por sobrenombrarlo, pero ya adelantan para él el Chairo y el Chambón.
En el caso del próximo Gobernador de Veracruz, el mote ya está definido: el Chapeado (por eso de las chapas peroteñas).