La poesía es indispensable, pero me gustaría saber para qué.
Jean Cocteau
A raíz del artículo publicado el pasado 1 de mayo del año que corre en el portal sociedadtrespuntocero.com y en abriendobrecha.com.mx, donde se hacen algunas reflexiones sobre el valor, atención y cuidado que dan los políticos al arte, la cultura y sus diferentes expresiones, un compañero en estos menesteres, hacedor de teatro comparte un “manifiesto”, en el que se lanza la pregunta ¿para qué servimos los artistas? Texto que no tiene desperdicio alguno y que, me parece muy pertinente retomarlo, para que, de una vez y para siempre quede claro, tanto a los mismos como a los políticos de los tres niveles de gobierno, que devendrán en administradores del enramado público.
Con el compromiso de llevar esta pregunta a un foro, mesa de debate, conversatorio, para que todo aquel que se diga, sienta, se crea artista, manifieste libre y voluntariamente ¿cuál es el sentido, valor, importancia de lo que hace? ¿con su hacer, cómo contribuye a mejorar la calidad de vida de su público? ¿cuánto aporta a la creatividad y la innovación del campo al que pertenece? ¿su arte busca la reflexión y la crítica social o simplemente la delectación y el entretenimiento? En tanto lleguen las respuestas, expongo aquí, lo que algunos consideran cuál debe ser la función del arte en el entramado social.
Empecemos por precisar que artista es aquel individuo que conoce su oficio, las reglas, herramientas, instrumentos, técnicas, formas y convencionalismos con lo que le da contenido a la materia prima con la que manifiesta un estado de ánimo: una denuncia como la masacre al pueblo de Guernica, España (Picasso, 1937), o las atrocidades cometidas durante la represión a los estudiantes que participaron en la revuelta de 1968 a través de carteles, pegotes, grabados y volantes.
A partir de estos principios básicos, todo aquel que se considere artista necesariamente tendría que estarse preguntando cada vez que inicie la materialización de una idea creativa, si con ello simplemente está vaciando sus emociones (Aristóteles, 384-322 a.J.C.), o hace un llamado de emancipación al observador u oyente de todo aquello que considere impida su bien vivir; o en palabras de B. Brecht (1898-1956) fomenta la emoción de la comprensión y le enseña “el placer de modificar la realidad”; le guía para que conozca y cambie el mundo y su circunstancia.
Pero, como animal político se espera de él que no solo “toque los corazones y los pensamientos de la gente”; que le haga reír, llorar, enojarse e incluso frustrarse; que le eduque para que sea capaz de apreciar la belleza en todas las manifestaciones de la naturaleza, la armonía de las formas, sonidos o movimientos presentes en un producto simbólico, así como la sonoridad de la palabra escrita; sino que le haga cuestionarse “sobre su propia existencia mediante la belleza y la crudeza del arte”; que le enseñe a ver, a través de su Téchne (técnica), la crueldad de la discriminación, el hambre, la enfermedad, el abuso, la corrupción y todos los males que le aflige por la pobreza física, moral y espiritual en la que se encuentra.
El arte, desde las primeras manifestaciones en las cuevas y rocas plasmadas por los hombre de la Edad de Piedra y la Edad de los Metales (30,000 a C.) a las postmodernas, dicen los expertos que nos ha humanizado. No cabe duda en ello, pero me parece que además de diferenciarnos de nuestros parientes los homínidos, el arte y sus artistas, al poseer una sensibilidad más desarrollada, un gusto más refinado y una percepción más aguda, tendría que promover, para empezar, la “conciencia de clase” entre ellos mismos, que deviniera en un sólido sentido y orgullo gremial; y de ahí pasar a promover el diálogo entre disciplinas y culturas; cuestionar el estado de indefensión en que se encuentra la población; y no hacer con su arte una forma grosera de subsistencia.
Aclaro, para que no haya cejas levantadas y entripados, que cuando me refiero a “forma grosera de subsistencia” dirijo la mirada a los grupos subsidiados que no han aportado nada al devenir histórico del arte, ni al desarrollo de la sensibilidad y el gusto de “sus públicos”; ni mucho menos a la transformación de entornos sociales.
Afortunadamente siempre salen al quite los grupos no oficiales o no “titulares”. Me viene a la mente el movimiento muralista en los mercados de Xalapa de Emmanuel Cruz Muñoz (1980-2016), los grafiteros encabezados por Salte, el Festival Pascua Florida gestionado por Gilberto Martínez, los Festivales de Danza Callejera organizados por Rocío Sagaón y Daniel Acevedo. ¡Es cuanto!