Más allá del resultado de la elección, contundente más no convincente, al tratarse de uno de los procesos más viciados y plagados de ilegalidades de la historia moderna de los comicios en México, lo cual merece un análisis aparte, lo importante es lo que viene: la destrucción de las instituciones de la primera alternancia y la transición democrática.
Horas después de que un destartalado Instituto Nacional Electoral fuera capaz de dar a conocer los resultados de la elección, que en otros años se informaban no más allá de las 10 de la noche para brindar certeza, el presidente Andrés Manuel López Obrador reafirmó quién manda –y pretende seguir haciéndolo- en el país, y anunció que llevará a cabo sus planes de desmantelamiento de los contrapesos institucionales al Poder Ejecutivo antes de irse.
“Lo voy a hablar con Claudia, la virtual presidenta electa, porque presentamos iniciativas que están en el Congreso, a ver cuáles de esas iniciativas podemos impulsar y que se alcancen a aprobar. (…) Nos tenemos que poner de acuerdo para ver esas iniciativas con Claudia y otras cosas que tenemos que ver de manera conjunta”, dijo en su “mañanera” de este lunes, “tirando línea” a quien se perfila como su sucesora, pero que asumirá el poder un mes después de que entre en funciones el nuevo Congreso de la Unión, que estará dominado por Morena.
Ya conocemos cuáles son esas reformas de las que habla: desaparición de organismos autónomos como el Instituto Nacional de Transparencia y Acceso a la Información (INAI) y el Instituto Federal de Telecomunicaciones, así como la más regresiva de todas, la que desmantela a la Suprema Corte de Justicia de la Nación y manda al terreno de la decisión de las masas –que ya vimos bajo qué parámetros sufragan- la elección de jueces y magistrados, en un entorno de dominio de una sola fuerza política.
Esas reformas –junto con una anunciada reforma electoral que borre a la oposición y mate la autonomía de los órganos electorales- serán posibles de aprobar con la mayoría calificada que los electores le otorgaron al obradorato, y que el presidente quiere consumar todavía dentro de su periodo como una suerte de revancha final.
Independientemente de los ánimos y resentimientos de López Obrador y de la humillación propinada a la virtual presidenta electa al darle ese tipo de instrucciones públicamente –cuando las cifras oficiales le otorgan a Sheinbaum una votación mayor a la obtenida por el actual mandatario en 2018, lo que implicaría, en teoría, un capital político superior para ella-, lo cierto es que a partir del 1 de septiembre contarán con todas las armas político-legislativas para sacar adelante lo que no pudieron en el sexenio que agoniza.
Y eso implicará retroceder 20, 30, 40 y hasta 50 años. El sometimiento de los poderes Legislativo y Ejecutivo a las decisiones del Ejecutivo colocará a México por lo menos en la década de los 80, en la época en la que el presidente no necesitaba interlocución alguna con otras fuerzas políticas, hacía su voluntad y abusaba del poder sin despeinarse, pues había un partido hegemónico cuya fuerza le bastaba para aprobar todas las reformas legales que quisiera y pasar por encima de cualquiera.
Acabar con la autonomía de la Corte y con los organismos que sirven no solo como contrapesos, sino como fiscalizadores de las decisiones del poder sobre los recursos públicos, esfumará la de por sí débil rendición de cuentas en un país donde campean la corrupción y la impunidad. Y el avasallamiento que se pretende para de plano anular la posibilidad de oposición y disenso partidista, podría convertir el 2030 en otro 1976, cuando compitió un solo candidato por la Presidencia de la República. Y que como él mismo declaró tiempo después, con que su mamá hubiese votado por él, habría ganado la elección.
Ante este funesto, pero muy probable escenario de los tiempos por venir, la ciudadanía que cree en la democracia, en la libertad de expresión, en la pluralidad de ideas, en la rendición de cuentas, en la transparencia, en la equidad y fundamentalmente en la democracia, tendrá una sola alternativa, que ya recorrieron antes quienes lucharon contra el viejo régimen priista, hoy reencarnado en el morenato.
Comenzar de cero. Y andar de nuevo el camino.
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