Alrededor del siglo II a.C., surgió en China una red de rutas comerciales que se conocería como “La Ruta de la Seda”. Esta malla de trayectos permitió conectar, tanto vía terrestre como marítima, Oriente con Occidente, atravesando Asia Central, India, Persia, Arabia, Siria, Turquía, Europa y África.Su origen se remonta a la dinastía Han en China e impulsó el crecimiento de ciudades como Samarcanda, Bagdad, Constantinopla y Venecia, convirtiéndolas en importantes centros económicos y culturales. Entre los productos que circulaban por estas rutas se encontraban caballos, vino, animales diversos, pieles, miel, frutas, cristalería, mantas y alfombras de lana, telas, oro y plata, esclavos, armas y armaduras, además de seda, té, tintes, piedras preciosas, vajilla de porcelana, especias, bronce y artefactos de oro, medicina, perfumes, marfil, arroz, papel y pólvora.
La Ruta de la Seda no fue solo una vía comercial; también sirvió como puente para el intercambio político, tecnológico, cultural, la difusión de ideas y conocimientos entre diferentes civilizaciones, promoviendo una globalización temprana. Facilitó el intercambio de idiomas, arte, arquitectura, literatura, religiones (budismo, cristianismo e islam), y gastronomía de las regiones que formaban parte de la ruta. Contribuyó a una cultura internacional que enlazaba a grupos tan diversos como los magiares, armenios y chinos. Inventos como el papel y la pólvora tuvieron un impacto en la cultura occidental mucho mayor que la seda, al igual que las ricas especias orientales.
El declive de la Ruta de la Seda comenzó en el siglo XV, con el ascenso del Imperio Otomano, la caída de Constantinopla y el descubrimiento de nuevos mercados y rutas comerciales marítimas por parte de los reinos de España y Portugal. En 2013, como parte de un proyecto internacional para ganar influencia económica y política global, conectando China con Asia y el resto del mundo, el gobierno chino lanzó una estrategia para resucitar, con medios modernos, la antigua Ruta de la Seda. Diversos países de Europa, Asia, Latinoamérica y África participan en este megaproyecto.
Este plan, conocido también como “One Belt, One Road Initiative” (Un cinturón, una carretera), busca establecer rutas combinadas de infraestructuras terrestres y marítimas, extendiendo mucho más allá del camino inmortalizado por Marco Polo en el siglo XIII. Incluye ferrocarriles y autopistas de alta velocidad, puertos y centros logísticos con los que China pretende emular el antiguo recorrido que unió comercial y culturalmente a Oriente y Occidente hace 2.000 años. Como parte de ese proyecto, también se destinan fondos para la construcción de oleoductos y gasoductos.
Para desarrollar la ruta marítima, el Gobierno chino ha invertido significativamente en países del Sudeste Asiático, el océano Índico, el este de África, algunos puntos de Europa y Latinoamérica. Las rutas terrestres conectan a China con puertos de esas regiones, con otros países asiáticos y Europa a través de Asia Central. Un ejemplo de estas rutas es la ruta ferroviaria entre la ciudad china de Yiwu y Madrid, de más de 13,000 kilómetros, la más larga del mundo.
Es importante destacar que la Nueva Ruta de la Seda no es solo un proyecto comercial, sino que abarca otros ámbitos de la política exterior. Un ejemplo es la base militar que China ha establecido en Yibuti, en el cuerno de África, para controlar el estrecho de Bab al Mandeb, de gran importancia estratégica en la ruta marítima. A través de memorandos de entendimiento, diversos países latinoamericanos participan y juegan un rol importante en la Nueva Ruta de la Seda. El primer país de Latinoamérica que se incorporó a este proyecto fue Panamá, seguido de Uruguay, Ecuador, Venezuela, Chile, Uruguay, Bolivia, Costa Rica, Cuba y Perú. La inversión en proyectos de infraestructura en estos países incluye la construcción de puentes, carreteras, puertos comerciales, centrales eléctricas y proyectos de telecomunicaciones.
Con respecto a México, la Nueva Ruta de la Seda ofrece la posibilidad de diversificar sus relaciones comerciales, exportaciones e inversión en áreas como agricultura, manufactura, minería y turismo, reduciendo la dependencia de mercados tradicionales. Además, presenta oportunidades educativas y de intercambio cultural.
En su proceso de construcción el proyecto ha adquirido una dimensión tanto geopolítica como económica y cultural, permitiéndole a China fortalecer su presencia en todo el mundo a través de la cooperación con otros países. Sin embargo, la Nueva Ruta de la Seda, también ha generado críticas y preocupaciones, como la posibilidad de que países en desarrollo caigan en una espiral de deuda, la opacidad de los costos de la infraestructura, la huella de carbono y el impacto ambiental de los proyectos desarrollados. De igual manera la posible consolidación de la supremacía y la influencia global de China ya ha generado tensiones en Europa.
Ante esta circunstancia, surgen preguntas cruciales que es necesario abordar: ¿Cómo redefinirá esta estrategia las relaciones geopolíticas y el equilibrio de poder en el mundo? ¿Afectará a la promoción de la innovación tecnológica y la cooperación en áreas como la inteligencia artificial, la tecnología 5G y la economía digital? ¿Cómo podría afectar esto a la competitividad global y al futuro del comercio y la economía mundial?.
Ideario en Prospectiva
El 2 de Junio ha dejado una gran lección para la vida democrática del país. Para los partidos políticos, provoca la exigencia de un análisis profundo de sus estrategias, estructuras, liderazgos, funciones y objetivos que derive en un ejercicio serio de autocrítica. Para la ciudadanía, una reflexión sobre la importancia y necesidad de su participación política para constituirse en espacio trascendente para la construcción de ideas, opiniones y propuestas que influyan en la vida pública, a fin modernizar, flexibilizar y transparentar la gobernanza.