Ya está próximo el ocaso del periodo presidencial encabezado por López Obrador en 2018, seis años transcurridos de manera vertiginosa quizás debido a la intensa movilidad de los acontecimientos originados por la vorágine demoledora para instalar un nuevo modelo de gobierno, en la memoria colectiva está fresca la imagen de AMLO cuando en calidad de candidato electo pronunció su discurso enumerando ofrecimientos de gobierno frente a la entusiasta multitud reunida en el zócalo de la CDMX, allí anunció que la corrupción y la inseguridad llegarían a su fin, los mexicanos comenzaríamos a gozar de un buen sistema de salud y la economía de México crecería como nunca. Días después AMLO anunció su equipo de trabajo, reclutado en base a la premisa fundamental: con 10% de capacidad y 90% de lealtad, porque, dijo más adelante, “después de todo, gobernar no es una ciencia”. Pero fue el gobierno de un solo hombre porque los términos de aquella ecuación no garantizaron ni el fin de la corrupción ni el de la inseguridad, sino todo lo contrario. Llega AMLO al final de su mandato como gran elector, México ya tiene presidenta electa y en Veracruz una gobernadore electa, que a su vez sustituirá a Cuitláhuac García de cuyo rendimiento no es mucho lo rescatable, pero sí un considerable retraso comparado con el sustantivo avance industrial en algunas de las restantes 31 entidades federativas. Émulo fiel del estilo y gestos del presidente de la república, Cuitláhuac García aplicó sin cambiar ni una coma a la ecuación del 10% y del 90% para el reclutamiento de sus colaboradores junto algunos recomendados de la elite cuatroteista, el equipo así constituido por lo anodino se mantuvo muy por debajo de las expectativas de los veracruzanos. Ahora corresponde a su sucesora atender los ingentes rezagos sociales y de infraestructura persistentes en la entidad, aunque si la candidata electa asume con responsabilidad el compromiso conferido por la voluntad ciudadana tendrá que variar los términos de la ecuación para reclutar a sus colaboradores, porque en realidad Rocío Nahle se sacó la rifa del tigre.
Acá en esta entidad la señora Nahle informó de su invitación al alcalde Ricardo Ahued para ocupar la secretaría de gobierno, es una señal positiva y despierta expectativas alentadoras, porque el edil xalapeño es un servidor público de perfil político poco ortodoxo y alejado del prototipo del político tradicional, sus biógrafos podrán poner el acento en que los cargos públicos que ha desempeñado han sido por invitación a partir de su primera incursión en la administración pública cuando el gobernador Miguel Aleman Velasco lo invitó a participar como candidato a la alcaldía xalapeña en 2004, hasta la “invitación” presidencial para ser nuevamente candidato a presidente municipal en 2021, por el PRI en la primera ocasión y por Morena en la actual. Según ha sido posible observar, salvo opinión en contrario, Ahued no se ha promovido para ninguna de las distintas candidaturas a cargos de elección popular que ha desempeñado, alcalde, diputado local, diputado federal, senador; en su primera gestión como alcalde rindió buenas cuentas, en la actual es grueso el inventario de la obra pública impulsada por la administración municipal que encabeza, no es político de retórica vacía porque sus acciones hablan con mayor elocuencia. A juzgar por los nombramientos que la señora Nahle ha venido desgranando ante la opinión pública, el rasero para reclutar colaboradores obedece a exigencias que nada tienen que ver con la formula del 10% capacidad y 90% de lealtad, es decir, sugiere que va a aprovechar el servicio de gente con experiencia gerencial en las áreas que así lo requieren y la experiencia, capacidad y disposición de quienes coadyuven en áreas específicas de su gobierno. Quien asume el cargo de gobernador@ no es un semidios ni adquiere por ese hecho la condición de ser omnipresente u omnipotente, es un ser humano a quien la ciudadanía confirió la muy noble y elevada responsabilidad de conducir sus destinos a buen puerto, y buen puerto no es destino materializado sino el paradigma que se traza para fijar una ruta, pero no se podrá alcanzar exitosamente si quien gobierna no se rodea de gente honesta y eficiente. Sobre eso la experiencia sexenal habla por sí sola.