No, no es que me haya equivocado al querer poner la frase hecha “diálogo de sordos”, que se refiere a la interrupción del proceso comunicativo entre dos personas. Al decir “dialogo de ciegos” quiero significar la pérdida total de la comunicación entre dos individuos debido a que, además de que no se escuchan -infiero que son sordos- ni siquiera se miran, con lo que cada uno deja de acceder al lenguaje corporal del otro, que muchas veces puede significar mucho más que el verbal.
Hecha la aclaración, otrosí digo que los mexicanos hemos perdido la capacidad de comunicarnos con nuestros semejantes. Vivimos un momento de confrontación total que nos lleva a ver a los demás como enemigos y a evitar hasta lo imposible que nos digan algo sustancioso, o más bien que nos digan cualquier cosa, por insulsa que sea.
Y es que estamos todos enojados. Primero, los millones que desde la oposición y contra el partido oficial votaron por los candidatos que no ganaron. Segundo, los otros millones que votaron por los triunfadores de Morena, el Partido Verde y el Partido del Trabajo y que no pueden enseñar una cara de felicidad, como si no hubieran arrasado el 2 de junio, haiga sido como haiga sido.
El propio presidente López Obrador salta en las mañaneras verdaderamente enmuinado, como si hubiera perdido ante los conservadores, los hipócritas, los corruptos, los traidores a la patria… Llega a la tribuna y todo es seguir denostando a los que no están con él, insultando a los periodistas críticos, calumniando a los magistrados y los jueces. Son tres horas diarias en las que el titular del puesto más importante y más poderoso de México se dedica a contraponer a unos mexicanos contra otros, a los buenos (los suyos) contra los malos (los que no son suyos).
La masa ciudadana que empieza así su día a día ya lleva la sangre revuelta, el hígado indignado, el corazón volcado. Es entonces lógico que cualquier ciudadano pise la calle viendo moros con tranchetes -enemigos gratuitos- en todas partes. Ahora, la vida es una guerra para cualquier gente, porque con todos estamos enojados, con razón o sin ella.
Y si estamos enojados, pues no queremos saber nada de nuestro prójimo que se acerca a saludar, como tampoco nos interesan las cuitas de la vecina, la vida de nuestros compañeros de trabajo (nuestros competidores en la batalla diaria que es la chamba), las instrucciones de los jefes o las necesidades de las personas que acuden a nosotros por un servicio, público o privado.
Primero dejamos de escuchar a nuestros interlocutores y ahora ya ni siquiera los vemos. Y para eso tenemos el pretexto ideal del celular, desde el que nos incomunicamos con otras personas, que tampoco nos interesan en sus vidas y en sus dichos.
Diálogo de ciegos…. hasta que nos quedemos completamente solos, nosotros, que somos el animal más social de la naturaleza.