Rúbrica
Por mucho que patalee el morenato en Veracruz, los Yunes –que han dejado de ser azules para ponerse sin el menor pudor su nueva chaqueta guinda- ya se les colaron al movimiento donde juran que “no roban”, “no mienten” y “no engañan al pueblo”.
Completamente descolocado luego de la jugada con la que el “clan Yunes” negoció impunidad a cambio de votar en favor de la reforma judicial, el todavía gobernador Cuitláhuac García ha evitado declarar cualquier cosa al respecto. Prácticamente les corre a los reporteros para no tener que darle la “bienvenida” a quienes asumió como sus enemigos durante su sexenio, porque sabe perfectamente que ya no los puede repudiar. Ni perseguir penalmente. Ahora son “aliados”.
La propia gobernadora electa Rocío Nahle lo sabe perfectamente. Pero todavía furiosa por la exhibición durante la pasada campaña por la gubernatura de su vida de lujos, quiere jugar a ser “cadenera” de Morena en Veracruz con supuestas reservas de “derecho de admisión” que no están en sus manos, ni en las de los “dependientes” –dirigentes se dicen- de las franquicias del Verde y el PT en la entidad. El arreglo se hizo en otro lado y a otro nivel.
Eso quedó claro desde el mismo día que los Yunes perpetraron su traición a los electores que les dieron el mandato de oponerse al régimen obradorista y votar contra la reforma judicial. La escena de Miguel Ángel Yunes Linares entrando entre aplausos y vivas de los morenistas al salón del Pleno del Senado para hacer nada en realidad –pues sería su hijo quien terminaría votando más tarde-, más que evidenciar que habían dado un bandazo, quedará entre las más grotescas de la historia parlamentaria de este país. Pero sobre todo, como una prueba de la ausencia absoluta de congruencia, principios, valores y madre de quienes, con una superioridad moral de caricatura, se asumen como “del lado correcto de la historia” y “transformadores” del país.
El precio de los Yunes es conocido y, por lo visto, fue saldado. A partir de su defección, ya nadie ha vuelto a hablar en Veracruz de que enfrenten a la justicia por las denuncias presentadas en su contra. Es más, la fiscal general Verónica Hernández Giadáns está encerrada a piedra y lodo –hasta canceló su guardia cívica por el mes patrio- para no dar la cara y aclarar si se desactivaron las órdenes de aprehensión libradas contra Miguel y Fernando Yunes Márquez, éste último, próximo diputado local del PAN y quien mayores problemas enfrentaba, por un daño patrimonial de más de 92 millones de pesos en la cuenta pública 2021 del Ayuntamiento de Veracruz.
Hoy ya nadie del régimen habla de eso. Incluso, el mismo presidente Andrés Manuel López Obrador dejó de mencionar en sus “mañaneras” lo mucho que le disgusta la Torre Centro, erigida en pleno centro histórico del puerto de Veracruz, violando las restricciones federales sobre las zonas de monumentos históricos, y que todo mundo sabe que es uno de los múltiples negocios de la familia Yunes en la zona conurbada. Hasta a él, que su “pecho no es bodega”, se le pasó la “muina”.
No es gratis. La transa con los Yunes no ha terminado. El presidente de la mesa directiva del Senado de la República, el inefable Gerardo Fernández Noroña, dio este martes una pista sobre lo que viene y les abrió de par en par las puertas del “movimiento transformador”.
Fernández Noroña aceptó que Miguel Ángel Yunes Márquez “podría quedar integrado a nuestra fracción”, porque “ni modo que lo echemos a los leones” luego de que gracias a su traición, se aprobó la reforma que desaparece la división real de poderes que quería el presidente.
De hecho, reveló que quien alguna vez llamara “viejo guango” a López Obrador ya está entrando a las reuniones de la bancada morenista en el Senado, con un objeto que no es difícil de adivinar: votar también por la militarización de la Guardia Nacional y la desaparición de los organismos autónomos. “Yo creo que las va a apoyar. Es mi impresión”, dijo, con maña, Fernández Noroña.
Ya los tienen adentro. A ver si los sacan. Mientras, a aplaudirles. Y a justificar lo injustificable.
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