“El ejercicio del poder se delega, no se comparte”, es un aforismo de uso muy recurrente en la Ciencia Política, sin embargo, en el cotidiano trajín del poder político se concretan casos propicios para reflexionar acerca de la muy sutil línea que delinea la diferencia entre delegar y compartir el poder, según es posible observar cuando el titular del poder deposita atribuciones y funciones en gente de su mayor confianza, a quienes vox populi coloquialmente designa como “Hombres fuertes”, o bien, ya en la exageración como “el poder tras del trono”. En la entidad veracruzana la figura de un “hombre fuerte” ha campeado en gran número de gobiernos estatales, en su decurso se encuentran innumerables casos de funcionarios públicos de nivel estatal cuyas acciones rebasaron en exceso las atribuciones propias de su encargo. Los matices de esa tipología residen en el estilo del gobernante para ejercitar sus funciones, la manera de ejercer el poder de los titulares de cada gobierno. En la evolución política de nuestra entidad es posible practicar una reseña tomando como referencia el sexenio presidido por Rafael Murillo Vidal (1968-1974), aunque no fue la excepción porque el fenómeno de “hombre fuerte” se reeditó en gobiernos subsecuentes, así sucedió con Rafael Hernández Ochoa (1974-980), con Agustín Acosta Lagunes (1980-1986) y el más reciente lo pudimos observar en el gobierno encabezado por Cuitláhuac García. Esa inercia se vio interrumpida con Fidel Herrera, lo cual confirma lo determinante del estilo de cada gobernador, pues quien ejerce el poder transmite directamente su personalidad en la forma de ejecutarlo, y es posible ratificarlo en los casos de Dante Delgado y de Miguel Ángel Yunes Linares. Pero ¿Qué entendemos por “hombre fuerte” en un gobierno estatal? Podemos describirlo de la manera siguiente: “Hombre fuerte” se considera al subordinado directo del gobernador al que se trasfieren atribuciones que van más allá de las establecidas normativamente a su esfera de competencia. El tema es rico en testimonios y personajes de la administración pública veracruzana, la memoria histórica los tiene textualmente registrados y su denominador común radica en la confianza y el resultado de sus acciones.
Durante el gobierno de Rafael Murillo Vidal (1968-1974), el funcionario con mayor beligerancia política fue Manuel Carbonell de la Hoz, titular de la subsecretaría de gobierno, su actuación cobro fuerte protagonismo y su consecuencia se reflejó en los prolegómenos de la sucesión gubernamental porque Carbonell fue candidateado por el PRI al gobierno estatal siguiente; fue una precandidatura frustrada, por su impacto al interior del priismo ese episodio acaecido en 1974 es conocido en nuestra historia política como “El Carbonelazo”. Aunque en menor medida, durante el gobierno encabezado por Rafael Hernández Ochoa (1974-1980) también el titular de la subsecretaría de gobierno, Carlos Brito Gómez, cobró especial relevancia. Con don Agustín Acosta Lagunes (1980-1986), un economista brillante muy alérgico al “rollo político”, correspondió a su secretario de gobierno, Ignacio Morales Lechuga, la responsabilidad de ocuparse de la operación política de su gobierno, su destacado protagonismo colocó a Morales Lechuga en el centro de las decisiones políticas durante el tiempo de su función, desempeñada con especial tersura. Con Fernando Gutiérrez Barrios (1986-1992) durante los dos años que estuvo al frente del gobierno los “hombres fuertes” fueron Dante Delgado, secretario de gobierno, y Raúl Ojeda Mestre, secretario de finanzas; Dante se encargó de la operación política y Ojeda Mestre de la administración del recurso físico y financiero del gobierno, ambos cuidando de cumplir con buen tino las instrucciones de su jefe, quien al momento de decidir su sucesión optó por Dante Delgado, y ya como gobernador interino (1988-1992) centralizó y acaparó el poder político evitando así protagonismos secundarios. El gobernador Patricio Chirinos (1992-1998) delegó en su secretario de gobierno, Miguel Ángel Yunes Linares, toda la operación política, convirtiéndolo en un genuino factótum sexenal. Miguel Alemán Velasco (1998-2004) intentó interrumpir esa secuencia, en esa lógica designó como secretaria de gobierno a Noemi Quirasco, de bajo perfil político, sin embargo por la fuerza de las circunstancias hubo un corrimiento de poder que se deslizó hacia Alejandro Montano, su hombre de mayor confianza. Ya lo asentamos, Fidel Herrera concentró el poder y las decisiones administrativas en su entorno, nada se movía sin su conocimiento y autorización, no tuvo “hombre fuerte”. A causa de la acentuada relajación del poder con Duarte de Ochoa (2010-2016) se entronizó la anarquía con el resultado de todos conocido. No sucedió así en tiempos de Yunes Linares (2016-2018) quien, como Dante y Fidel, concentró en su entorno personal todas las decisiones de gobierno. Con Cuitláhuac García /2018-2024) el fenómeno del hombre fuerte se manifestó en todo su esplendor en la secretaría de gobierno donde Eric Cisneros maniobró a su antojo imponiendo programas y nombramientos acaso sin consultar con el gobernador, lo que producía la apariencia de un manejo muy discrecional y sin control de su superior inmediato. Por esa secuencia de testimonios de fehaciente comprobación es válida la interrogante ¿con la gobernadora Rocío Nahle habrá “hombre fuerte”? Si fuere afirmativa ¿quién sería? El tiempo develará esa incógnita.