Juegos de poder
Leo Zuckermann
Mucho aprendió Trump de la lucha libre. Se trata de un histrión que todo lo exagera. Él todo lo reduce a un enfrentamiento del bien contra el mal. En esta historia maniquea, Trump representa a las fuerzas del bien…
Este fin de semana vi una serie documental muy buena en Netflix. Se titula Vince McMahon: El titán de la WWE. Se trata de la historia del empresario que hizo de la lucha libre un negocio multimillonario en Estados Unidos.
En algún momento, nos cuenta la serie, Vince, que además de empresario era luchador, acepta el reto de Donald Trump a una lucha de cabellera contra cabellera. Esto ocurrió en 2007, nueve años antes de que los estadunidenses eligieran a Trump como su presidente. McMahon acepta el desafío, en lo que se denominó como la “batalla de los billonarios”.
Cada uno de los empresarios escogió a un luchador que los representaría en el ring. El ganador le daría la oportunidad a su millonario de rapar al perdedor. El ambiente anterior al duelo se fue calentando. En una presentación televisiva, Trump abofeteó a McMahon.
Obviamente, como todo en la lucha libre de Estados Unidos, era parte de un guion para atraer la atención del público.
El día del combate, Trump se abalanzó sobre McMahon para golpearlo al pie del ring. El luchador que representaba al que sería Presidente ganó y, por tanto, Trump se subió al cuadrilátero a rapar al dueño de la WWE.
Por ese evento, Trump ganó cuatro millones de dólares, lo indujeron al Salón de la Fama de la Lucha Libre y, a la postre, los luchadores lo apoyaron en su campaña presidencial de 2016.
En la serie documental, McMahon explica el éxito de su empresa. De lo que se trata es de inventar personajes, buenos y malos, que se van enfrentando con un guion perfectamente definido por la empresa. A la gente le encantan estas batallas dentro y fuera del ring.
El histrionismo en la lucha es fundamental. Todo se exagera: los golpes, las lágrimas, la sangre, los reclamos a los réferis.
Mucho aprendió Trump de la lucha libre. Se trata de un histrión que todo lo exagera. Él todo lo reduce a un enfrentamiento del bien contra el mal. En esta historia maniquea, Trump representa a las fuerzas del bien que lucha en contra de enemigos a los que les inventa apodos para burlarse de ellos.
Lo increíble es que un personaje así haya llegado a ser presidente de Estados Unidos. Y lo más increíble es que lo haya logrado aplicando lo que aprendió como conductor de un popular programa de televisión (The Apprentice) y su gusto por la lucha libre.
Trump se presenta como el bueno, pero también como el guapo y el duro. El Hulk Hogan de la política que puede luchar de tú a tú con otro duro como es Vladimir Putin.
Todo esto sería muy divertido si no fuera porque la política es un asunto muy serio. Aquí no estamos hablando de los fascinantes guiones que desarrollaba McMahon para ganar miles de millones de dólares.
Ciertamente, en estas épocas, la política se ha convertido también en espectáculo. De ahí el éxito de personajes como López Obrador en México o Trump en Estados Unidos. La visión maniquea de rudos contra técnicos, de malos contra buenos, de corruptos contra honestos, que tanto gusta a mucha gente y que funciona como atajo cognitivo para entender un mundo complejo.
La realidad, sin embargo, efectivamente es enredada. Y dejar la gobernanza de un país en manos de estos personajes conlleva grandes peligros.
Hace poco, en este espacio, me atreví a predecir que Kamala Harris ganaría la siguiente elección presidencial en Estados Unidos. Confesé que mi pronóstico estaba influido por mi deseo de que así fuera. A diferencia de Trump, Harris es una política profesional, sofisticada y seria que puede gobernar mejor Estados Unidos que el personaje que se jugó la cabellera en una lucha (obvio, nunca iba a perder; todo estaba arreglado para que McMahon perdiera).
A dos semanas de la elección, me temo que Trump está despuntando. Ya tiene, según las apuestas, una mayor probabilidad de ganar que Kamala. Al expresidente le están dando 58% de posibilidades de regresar a la Casa Blanca, mientras que la vicepresidenta cuenta con el 42 por ciento. Sigue estando cerrado, pero la tendencia le favorece a Trump, quien, desde el 7 de octubre, va subiendo cada día en las apuestas.
La elección, ya sabemos, se va a definir en siete de los llamados “estados columpio”, es decir, los que están empatados y se pueden ir hacia un lado o hacia el otro. Éstos son Wisconsin, Arizona, Georgia, Michigan, Pensilvania, Carolina del Norte y Nevada. En todas estas entidades, salvo Wisconsin, Trump va arriba en las encuestas. Esto explica el despunte que ha tenido en las apuestas.
En una de ésas, el luchador vuelve a ganar.