El triunfo electoral de López Obrador en 2018 ha traído entre otras consecuencias la irrupción de una nueva clase política en el país, integrada con individuos, los más, sin experiencia ni trayectoria política ni ejercicio en la administración pública, acompañada en muchos casos con la ausencia de vocación de servicio. Pero en política la experiencia se obtiene en la práctica de la función pública, a través de la cual el actor comienza a tomar conciencia del cambio en su entorno a causa de la parcela de poder puesta a su encargo, a partir de allí comienza a actuar en consecuencia, para bien o para mal del conjunto social, aunque casi siempre en beneficio propio. Lo recurrente en este nuevo entorno político nacional refleja que en las filas de la “nueva” clase política incorporada en MORENA figuran personajes cuya trayectoria dio inicio en los años dorados del priismo y del panismo, incluso del perredismo, son las clásicas deserciones ocasionadas por el acomodamiento del contexto político naciente, un fenómeno muy iterativo en tiempos de reconfiguración política. De ese epifenómeno en todos lados encontramos ejemplos muy elocuentes, en Veracruz no podría ser la excepción. ¿Qué destino aguarda a la “vieja” clase política aún instalada en el PRI y todavía militante del PAN? Mientras MORENA se mantenga en el poder la ahora clase política opositora, por las dificultades que transitan en sus respectivos entornos, difícilmente recobrarán en lo inmediato la dimensión política de que gozaron en sus tiempos de vino y rosa, ante esa circunstancia es perceptible y predecible un mayor “chapulineo”, o trapecismo político en sus filas a cargo de quienes “pragmáticamente” buscan sobrevivir en los establos del presupuesto público.
En el capítulo de la gobernanza cada ejecutivo carga con su librito bajo el brazo, su texto puede variar desde ser diametralmente diferente al de sus antecesores, reflejar acentuados matices de diferencias o ser una copia al carbón, acaso en la forma de leerlo estriba la diferencia. Por lo hasta ahora observado, la clase política emergente posee sus propios parámetros para mensurar sus acciones y el resultado de las mismas; en el caso de la clase política emergida del Movimiento Cuatroteista su promotor e ideólogo le enmarcó su parámetro: “10 por ciento de capacidad y un 90 por ciento de lealtad” como base del reclutamiento de ejecutores de sus políticas públicas, a partir de ese rasero es posible medir a gobernadores, paradigmáticamente a la de Guerrero, Evelyn Salgado, a Rubén Rocha de Sinaloa, o Cuitláhuac García, de Veracruz, entre otros. En principio, ya circula una versión según la cual el diputado titular de la JUCOPO en el Congreso veracruzano figura entre los cinco mejores operadores del Movimiento cuatroteista en el país, aunque en Veracruz haya otros datos. En ese parámetro nada extrañaría si en otra edición se incluyera a Cuitláhuac en el rol de los mejores gobernadores de México. Así las cosas, solo queda esperar a que la nueva clase política de México madure y se califique, o a que la oposición desplazada del poder recupere fortaleza y consiga restaurarse en el poder. Por el momento esto último está en chino, pero no existe peor riesgo que no arriesgar.