jueves, noviembre 21, 2024

«La Corte Suprema no se toca», «el INE no se toca» ¿no?

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Está fresca en la memoria colectiva la forma en cómo la oposición política del país logró reactivarse utilizando como palanca de Arquímedes la movilización ciudadana en defensa, primero, del Instituto Nacional Electoral (INE), y de la Suprema Corte de Justicia, después, en contra de las fuertes embestidas del presidente López Obrador cuyo propósito manifiesto era desaparecer al INE y debilitar a la Corte. La realidad actual revela crudamente que el expresidente logró controlar al INE y desaparecer del Poder Judicial su actual configuración. Introdujo en el órgano electoral a manera de Caballo de Troya un elemento afín, que una vez en la presidencia de su Consejo obedeció a los intereses del poder, y a cambio de esa obsecuencia la patibularia mayoría legislativa de MORENA ahora atribuye a la presidencia del INE facultades por encima del Consejo General del INE, es decir, lo que es arriba es abajo, si la tendencia es hacia el autoritarismo la dirección del órgano electoral debe también ser omnímoda, con análogo motivación a la de imponer la supremacía constitucional para otorgarle al poder político nacional un poder absoluto. Así, sarcásticamente el INE fue “tocado” para convertirlo en un órgano electoral colaboracionista atento a las consignas dictadas desde la oficialidad. Respecto de la Suprema Corte de Justicia, no solo se reconfigura su integración, sino que se impone el designio de elegir “popularmente” a ministros, jueces y magistrados con el método “democrático” de una tómbola, es decir, el Poder Judicial pasa a ser coto de poder de quienes mantienen la mayoría legislativa y de quienes operan en el Poder Ejecutivo. Quedan en el registro histórico de estos tiempos aquellas protestas, listas ya y encuadernadas para archivarse como románticas expresiones de una ciudadanía todavía muy rala y por lo mismo incapaz de hacerse escuchar y ser atendida.

Sin embargo, desde el poder escudan sus acciones calificándolas como un mandato “del pueblo”, cualquier cosa que eso signifique, porque así es la democracia, gana quien tiene la mayoría, no importa cómo se haya conseguido, mucho menos la incapacidad de esa mayoría para entender el significado de lo que en su nombre se lleva a cabo. La paradoja que encierra este interesante escenario incumbe a quien ahora está al frente del Poder Ejecutivo federal, pues aparentemente está colocada en la disyuntiva de definirse como genuina poseedora del control de sus decisiones, o en la de constituirse en simple instancia de tramite de los designios de quien allí la ubicó, no sin antes asegurarse de conservar para sí los mecanismos de control suficientes para orientar los cambios e instalar “un nuevo régimen”. Esto último no necesariamente constituiría una tragedia, pues en el ámbito de las relaciones económicas seguimos operando con la metodología del neoliberalismo, y en materia de “soberanía”, esta ya no se ajusta fielmente a los términos diseñados por Jean Bodin, debido a la enorme interdependencia en nuestra relación con otras naciones, según la cual cada una se desprende de porciones de soberanía para su buen entendimiento. Claro, estamos aún iniciando el segundo mes del gobierno encabezado por Claudia Sheinbaum y aunque lo hasta ahora legislado no tiene buen cariz el país puede seguir caminando ¿parará la fiebre “reformadora”? He allí una cuestión que se combina con la
interrogante ¿qué o quién esa efusión legisladora?

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