No ha mucho leí una fabula escrita por reconocido autor según la cual “los mexicanos nos reímos de la muerte”, hacía cabal alusión a la forma en cómo recordamos a quienes han traspasado el umbral de esta dimensión y ya son invisibles en nuestro entorno, pero en realidad nunca con el ánimo de reírnos, sino como un recogimiento colectivo de lo que nos hace sufrir. Estas “fiestas” del “día de muertos” son una tradición que nos da oportunidad de relajarnos y para subliminalmente conformarnos con lo inevitable, pues la muerte es la esencia de lo democrático en el ser humano. Además, da oportunidad a acontecimientos de lúdicos pareceres emparentados con lo ridículo cuando quien los protagoniza ocupa un cargo público de elevado rango, pues, en vez de atender sus obligaciones como gobernador, ocupación de elevada asignatura, hace a un lado esa encomienda para participar en tono carnavalesco supuestamente para fomentar la tradición. En descargo de Cuitláhuac García preferimos acudir al apotegma: “no tiene la culpa el indio sino quien lo hace compadre”, que en este, como en otros casos, nada tiene que ver “el pueblo”. Patética y grotesca la actitud del comediante transferido a “gobernante”, sin duda alguna. Honorato de Balzac y Dante Alighieri en la Comedia Humana y en la Divina Comedia lo resumirían con su admirable talento.
Pero Esopo lo traduce mejor: «Al que un dios quiere perder, le quita primero el juicio». Respecto de la muerte, en Antígona Esopo la define con singular sabiduría «no les es posible a los mortales escaparse de las desgracias determinadas por el destino”. Y Séneca, con no menor sapiencia lo confirma: «Incierto es el lugar en donde la muerte te espera; espérala, pues, en todo lugar». «La muerte es un castigo para algunos, para otros un regalo, y para muchos un favor». “Cuando es bien empleada, la vida es suficientemente larga.» «La vida no es más que un viaje hacia la muerte.» “Tan necesario es morir como perder posesiones, y eso mismo, si lo entendemos bien, es un consuelo. Pierde tranquilo, tienes que morir. ¿Qué ayuda encontramos, pues, contra esas pérdidas? Esta: que retengamos en la memoria las cosas perdidas… Puede arrebatársenos el tener, pero nunca el haber tenido… El azar nos arrebata la cosa, pero nos deja su usufructo, que nosotros mismos perdemos al llorarlas neciamente. “Qué necio es hacer planes para toda la vida, cuando no somos dueños ni del mañana”. “El mayor defecto de la vida está en que siempre es incompleta, porque siempre dejamos algo aplazado…”. “C´est la Vie”.