Expresión Ciudadana
Carlos A. Luna Escudero
Cuando en 1811 el barón de Humboldt afirmó que «el gobierno que lograra comunicar los dos océanos se inmortalizaría», imaginó un México como puente estratégico en el comercio global. Más de dos siglos después, el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec (CIIT) busca materializar esa visión.
El Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec, con su red ferroviaria, portuaria y vial, se posiciona como una plataforma logística de alcance global, diseñada para conectar el Pacífico y el Atlántico en un ambicioso intento de dinamizar la economía regional.
Entre las joyas de este megaproyecto destaca la carretera Acayucan-La Ventosa, una infraestructura que promete ser la columna vertebral de esta iniciativa. Con una inversión de más de 9 mil millones de pesos y una longitud de 199 kilómetros, esta obra conecta los estados de Oaxaca y Veracruz, reduciendo el tiempo de traslado de cuatro a dos horas.
Desde una perspectiva optimista, el Corredor Interoceánico parece un sueño hecho realidad. El proyecto promete transformar la región en un centro de producción y comercio internacional, abriendo puertas a mercados de América, Europa, Asia y Oceanía.
La modernización de infraestructuras como la carretera Acayucan-La Ventosa y la red ferroviaria correspondiente, no solo facilita el flujo de mercancías entre los puertos de Coatzacoalcos y Salina Cruz, sino que también mejorará la conectividad de las comunidades locales, acercándolas a servicios de salud, educación y turismo.
Además, el impacto económico es evidente en términos de generación de empleo. Durante la construcción de esta carretera se crearon más de 45 mil puestos de trabajo, beneficiando a más de un millón de habitantes de 11 municipios. Con 6 puentes, 16 entronques, 15 pasos vehiculares y 3 libramientos, la infraestructura promete no solo mejorar la seguridad vial, sino también reducir la incidencia de accidentes, especialmente aquellos provocados por el tránsito pesado.
En el ámbito energético, la región del Istmo, con sus fuertes vientos característicos del Golfo de Tehuantepec, es una fuente natural de energía eólica, elemento que el proyecto busca aprovechar para impulsar un modelo sustentable en los polos industriales que se construirán.
No obstante, esta narrativa optimista oculta matices que merecen ser analizados. ¿Qué ocurre con las comunidades indígenas que habitan en esta región, quienes históricamente han sido marginadas de los beneficios del desarrollo? Si bien el discurso oficial resalta las oportunidades económicas y sociales, ¿qué tan inclusivas son estas oportunidades? Muchas veces, los megaproyectos prometen un impacto positivo a nivel macroeconómico, pero fallan en beneficiar a las poblaciones locales de manera equitativa.
La construcción de la carretera y el resto del Corredor Interoceánico ha generado cuestionamientos sobre su impacto ambiental. ¿Qué implicaciones tendrá la modernización de 199 kilómetros de carretera sobre los ecosistemas de la región? Aunque se promueve la idea de sostenibilidad, la construcción masiva de infraestructuras, los parques industriales y las líneas ferroviarias inevitablemente alteran los entornos naturales.
También surgen preocupaciones sobre la sostenibilidad social. La llegada de una red logística de alcance global puede desplazar a pequeños productores, agricultores y comunidades locales, cuyas economías dependen de modelos tradicionales. ¿Cómo se asegura que el desarrollo no profundice las brechas de desigualdad existentes en la región?
La reducción en los tiempos de traslado entre Oaxaca y Veracruz es, sin duda, un avance importante. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿es suficiente con unir físicamente a dos océanos para garantizar el progreso? Si las infraestructuras no van acompañadas de políticas públicas sólidas que prioricen la inclusión social y el desarrollo sostenible, el Corredor Interoceánico podría convertirse en un «puente vacío» que beneficie únicamente a grandes corporaciones.
Por otro lado, el gobierno de México, bajo la administración de Claudia Sheinbaum Pardo, ha anunciado acciones que buscan complementar el desarrollo del CIIT. Entre enero y abril se llevarán a cabo diversas iniciativas dentro del Plan México, que incluyen la reactivación de industrias y la relocalización de inversiones. Además, se prevé la creación de cien Polos de Desarrollo para el Bienestar (Podebis) en el país.
En febrero, dice el gobierno, se darán a conocer esquemas de inversión mixta para proyectos de infraestructura que requerirán al menos cien millones de pesos de inversión privada. ¿Será suficiente esta inversión para detonar el desarrollo económico de la región? ¿Qué garantías existen para que la inversión pública y privada beneficie realmente a las comunidades locales?
El Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec plantea una visión ambiciosa, pero no está exento de retos. Por un lado, su potencial como plataforma logística global y motor económico es innegable. Por otro, su implementación deja preguntas abiertas sobre inclusión, sostenibilidad y equidad.
¿Puede un megaproyecto realmente transformar a una región sin comprometer su riqueza cultural y natural? ¿Es posible construir un modelo de desarrollo que beneficie a todos, desde las comunidades indígenas hasta los inversionistas internacionales? Las respuestas no son sencillas, pero lo que está claro es que el éxito del Corredor Interoceánico no se medirá únicamente en kilómetros construidos o en toneladas de mercancías trasladadas. Se medirá en la capacidad de este proyecto para reducir desigualdades, respetar el medio ambiente y devolver el protagonismo a quienes han sido invisibilizados durante demasiado tiempo.
La inmortalidad que soñó Humboldt no se gana solo con obras de infraestructura, sino con justicia social, visión integral y responsabilidad ambiental.