Una estrofa de las más bellas escritas por el vate veracruzano Salvador Díaz Mirón, canta: “Semejante al nocturno peregrino, mi esperanza inmortal no mira al suelo; no viendo más que sombra en el camino, solo contempla el resplandor del cielo”, forma parte del magistral elenco de párrafos de su poema “A Gloria” una de las más gloriosas de la antología poética mexicana que arrulló el romanticismo de los jóvenes del siglo XX mexicano en sus primeras seis décadas. Tiempos de nostalgia, y no solo porque se cantaba poéticamente al amor, sino porque era posible transitar a cualquier hora de la noche para llevar la tradicional serenata sin peligro alguno, ese es parte del México que ya se fue y, como las golondrinas de Becker, no volverá, lamentablemente. Ese México es totalmente desconocido y ya no disfrutado por la juventud de hoy, amenazada por la violencia porque su entorno es un cerco de amenazas latentes. Es el México de los contrastes sociales, opulencia y extrema pobreza conviven con el denominador común de gobiernos y políticos mediocres y vocación de servicio, su único paradigma es el dinero. Son los “triunfadores” de hoy, en un país donde lo material predomina sobre valores y principios. Pero un país con bajos niveles de educación no puede producir sino políticos mediocres, luego entonces, gobiernos cuyos resultados se miden con parámetros de muy bajo rango. Para Guinness.
Cuando nace el Estado Moderno, entre sus premisas fundamentales para justificar el monopolio de la autoridad y de la violencia, estuvo siempre atender tres asuntos de fundamental importancia para la sociedad organizada: la salud, la educación y la seguridad, por lo visto, en el México de los últimos años, o por lo menos en el curso del siglo XXI, no son la prioridad porque reprobamos en educación, en salud es el desastre y en seguridad preferimos “abrazar” a la delincuencia porque los delincuentes “son seres humanos” y merecen respeto, AMLO dixit, de allí la patética estadística de los 200 mil homicidios y los más de 50 mil desaparecidos heredados por el gobierno antecesor al actual.
Sin embargo, para el optimismo debemos reconocer al gobierno de la presidenta Sheinbaum porque ha dado un giro espectacular a la política de seguridad combatiendo con eficacia a los generadores de violencia en el país, nunca antes en tan corto tiempo se había emprendido una cruzada anticrimen con la efectividad de este gobierno. Ya sea por la presión del gobierno de Trump, o bien por convicción propia, o por ambos, ese giro de 360 grados es bastante notable y debe reconocerse a la presidenta porque la sociedad mexicana ha vivido en vilo, desamparada, entre la permisividad omisa de las autoridades y el crecimiento desmesurado de la delincuencia. En otra dimensión, pero de no menor importancia, en Veracruz la gobernadora Rocío Nahle ha emprendido una cruzada contra los vicios arraigados en el sector educativo, apenas testereó el panal de los malos hábitos obtuvo respuesta hostil de los sindicatos afectados, solo por disponer el retorno a las aulas de los “comisionados”. Una de las causas de la pésima educación en México radica en el sindicalismo mal entendido y en la actitud omisa de funcionarios prestos a acceder obsecuentemente a los planteamientos sindicales. Cientos de comisionados cobran sin trabajar, sin embargo, el sindicato en vez de disponer el regreso a clases de sus comisionados propone la creación de nuevas plazas, cuando la nómina está rebosante de profesores que cobran sin atender grupos. Esa maraña de complicidades ha hecho posibles dirigencias sindicales longevas en base a connivencias entre dirigentes y malos servidores públicos. Ojalá la gobernadora salga adelante en este buen intento de sanear el sector de la educación, y que los sindicalistas entiendan que su deber es defender conforme a la ley a sus agremiados no en matar a la gallina de los huevos de oro.