En la escala de los valores políticos, en el nivel municipal lleva primacía, obviamente, la alcaldía, por orden de importancia le sigue la sindicatura y en menor escala las regidurías. Si algún ciudadano se preguntara por el servicio público que presta una regiduría a la población la respuesta sería afirmativa, por cuanto a su instalación en el esquema orgánico del ayuntamiento y las funciones que se le atribuyen, aunque, en contraste, en nuestra realidad el único que en verdad resulta beneficiado es quien personifica esa función. Porque uno es el deber ser y otro muy distinto el ser, o sea, los hechos, la realidad de nuestra función pública municipal. Hemos llegado a un elevado nivel de perversión en el servicio público y la ciudadanía ya se acomodó al costumbrismo de la clase política, cuyo único propósito es alcanzar un cargo público para beneficio personal, no para servir a la población. La narrativa de los hechos es elocuente.
A estas fechas del actual proceso electoral municipal veracruzano, los partidos políticos ya tienen conformadas sus respectivas planillas municipales ¿Cuántos de quienes aspiran a ser alcaldes en verdad se esfuerzan por esa posición para servir a su comunidad? Ser alcalde de su lugar de nacimiento debe ser una honrosa oportunidad para acreditarse el reconocimiento ciudadano por atraer mejoras a la población ¿cuántos lo consiguen? La inmensa mayoría no; lo increíble radica en que con nulos resultados que los avalen, y pese a haberse enriquecido en el cargo en ocasión anterior, más de uno de esos aspirantes pretendan regresar al cargo donde ya demostraron su voracidad patrimonialista. Y, sin embargo, “el pueblo bueno y sabio” vuelve a votar por los reincidentes. En ese lamentable trance contribuyen eficientemente los partidos políticos, porque sin importar los antecedentes candidatean a quienes ya demostraron que su vocación no se orienta a servir sino a servirse del cargo público. Un síntoma evidente de esa descomposición política lo podemos observar en estos tiempos de renovación edilicia porque es notable el interés por aparecer en las dos o tres primeras posiciones para regidores, nadie pelea la sindicatura porque es un albur que se concrete, en cambio las regidurías van en correspondencia con la votación obtenida por cada partido. Por supuesto, en ese esquema mucho tiene que ver el grado de (in) madurez ciudadana, de allí el adagio siempre vigente: “los pueblos tienen el gobierno que se merecen”.