En este espacio hemos sido iterativos respecto de la tesis que postula el efecto corrosivo del poder entre quienes lo ejecutan, y que en México se acompaña lúdicamente con fuertes dosis de corrupción. Para sostener ese supuesto es posible adjuntar decenas de casos cuya consistencia está avalada por la realidad porque el universo de nuestra clase política es rico venero; en cualquier rama del árbol genealógico de cualquiera de los partidos con registro sería posible cortar cualquier tipo de sus frutos, porque en el PRI, en el PAN, en MC, en el Verde, en el extinto PRD, en el Pt, en el PRI o en MORENA son frutos de bien llegada madurez. En cuanto al desgaste provocado por el ejercicio del poder todo mundo refiere casos del priismo, lógicamente porque su permanencia en el poder ha sido el más duradero en este país. Pero el PAN gobernó 12 años y pronto le manaron las lacras: sin ir más a profundidad MORENA ganó la presidencia en 2018 y sucumbió muy pronto en materia de corrupción, su lucha contra esa lacra social fue efímera y pronto su discurso devino estéril frente a la vitriólica realidad de un Ovalle “inocente” por no descubrir un desvío de miles de millones de pesos, un Tren cuyo costo asciende a más de tres veces del proyecto original, o a un Cuitláhuac García, entre otros muchos, incapaz de solventar la aplicación irregular de miles de millones de pesos.
En la sociedad moderna la capilaridad social ha sido signo positivo del exitoso “aspiracionismo” de sus integrantes, cuando se logra con trabajo, educación y esmero, es la movilidad inherente a todo conjunto social que aspira a superar su condición socioeconómica. Pero cuando ese avance de movilidad social se alcanza mediante la tranza política y el abuso en el ejercicio del poder, como canonjía de un cargo de servicio público, es bastante reprochable y digno de ser exhibido. En México ese montaje del absurdo se encuentra por doquier, Veracruz no podría ser la excepción pues en su suelo brotan como en vivero los casos de quienes han arribado al poder y abusado de esa condición para dejar atrás los días de miseria. En nuestro universo político esa veta es rica en casos propios para una novela de Balzac, o para Los Miserables, de Víctor Hugo. Si se practica el oficio detectivesco, donde se escarba se encuentra, como el surgimiento a la vida política estatal de un vecino de marginado pueblo a quien solo siete años antes se le veía conducir una bicicleta ataviado con short y protegido de los inclementes rayos del sol por una gorra con pronunciada huella del uso diario. Veleidosas como suele ser las circunstancias de la vida, un buen día los vientos de la política le susurran que un partido de nueva creación busca candidato a cargo de elección popular y ¡Zas! por la “magia” de MORENA ese individuo se ha convertido en un destacado actor político “exitoso”, a quien se le adjunta una condición socioeconómica que refleja un súbito enriquecimiento, equivalente al de un empresario que con mucho esfuerzo después de muchos años alcanzó un buen acomodo socioeconómico. Sin duda, Balzac encontraría en la clase política mexicana, de cualquier partido político, una inagotable fuente de casos para su Comedia Humana. Y nosotros comprobamos una vez más que en política a la mexicana todos los gatos son pardos, eso sí, con sus honrosas excepciones.