Guste o no la declaración de Nayib Bukele, presidente de El Salvador, acerca del clima de violencia que impera en México, está en lo correcto en su tesis relativa al poder del Estado por encima de cualquiera otra fuerza, porque el Estado tiene el monopolio de la violencia. Lo confirma con su estrategia de seguridad que a partir de 2022 ha rendido fruto positivo al reducir sustantivamente los niveles de inseguridad y violencia en su país. «Si El Salvador, con menos recursos, logró enfrentar la crisis de seguridad, México debería poder hacer lo mismo con su capacidad como nación de 130 millones de habitantes», dice Bukele. Su gobierno emprendió una fuerte cruzada para combatir a la delincuencia organizada que dominaba en su país y llenó las cárceles de delincuentes. Obviamente, las circunstancias que prevalecen en México son diferentes a las de El Salvador, pero en cuanto a política pública Bukele ha demostrado que con voluntad política a cualquier Estado le es posible someter a la delincuencia, siempre que en el gobierno haya la voluntad y libertad necesarias para llevarlo a cabo. O, como dice Bukele, toda vez que en el gobierno no esté infiltrada la delincuencia y haya complicidades “intolerables”, según ha dicho Trump.
Pero cuando en Chihuahua una banda de sicarios dispara contra un grupo de jóvenes reunidos en una fiesta, cuando por la Operación Enjambre se detiene a jefes de seguridad municipales y en Puebla igual que en el estado de México se detienen a alcaldes involucrados en casos delincuenciales, es difícil emprender desde la base estrategias exitosas. También, cuando a vox populi llega información de gobernadores con presuntos vínculos con huachicoleros y capos de la droga, se genera una fuerte corriente de desconfianza del ciudadano respecto de la autoridad. Aquel la “estrategia” de López Obrador de “combatir a la delincuencia” atacando las causas de la pobreza, partía de supuestos falsos al suponer a la pobreza como causa generadora de la violencia. Ni “sembrando vida”, ni entregando becas, ni contratando “siervos de la nación”, excepto para asuntos electorales, han impedido el reclutamiento de miles de adolescentes para convertirlos en refuerzos del crimen. El estrepitoso fracaso del sofisma “abrazos y no balazos” se comprueba con la dificultad del actual gobierno para combatir a un monstruo de mil cabezas, acrecido justo a causa de la omisión gubernamental en el deficiente combate al crimen organizado. Nunca como ahora se había detenido a nutrido numero de delincuentes cabecillas del crimen organizado, tampoco localizado y destruido en gran número laboratorios clandestinos, ni incautado toneladas de droga como ahora, sin embargo, pese a dichos resultados esta lucha se asemeja a un combate contra la Hidra, el monstruo mitológico de nueve cabezas al que cuando le cortaban una le surgían dos más.