La democracia no da de comer. Los gobiernos representativos rigurosamente sujetos a un régimen de derecho, a control constitucional y siempre acotados por la diversidad de las opiniones opuestas, se muestran incapaces de responder a las crecientes demandas sociales, al agotamiento de los recursos públicos, a la delincuencia transnacional y al proceso ya notable de extinción de la clase media, el gran milagro de la segunda mitad del siglo veinte, que ya pierde fuelle. Jóvenes ajenos a los ideales de las generaciones de sus padres y abuelos. Individualismo supino. Sálvese quien pueda. El mayor placer, aquí y ahora, con el menor, o sin ningún esfuerzo. Históricamente todos los gobiernos populistas, de derecha o de izquierda, han terminado en catástrofe y no pocas veces en baños de sangre. La pobreza endémica no bajará, habrá mucha más violencia contra los migrantes pero sus salvajes realidades les obligarán a seguir intentándolo. La gente buscará justicia por propia mano. El escenario no es bueno. Podrá ser mucho peor.