Expresión Ciudadana
Carlos A. Luna Escudero
En un mundo donde el éxito se mide en cifras y la productividad es un mantra, ser empresario es más que una profesión: es una odisea de resiliencia, creatividad y constante reinvención. México, como muchas economías emergentes, necesita empresarios que no solo generen empleo, sino que redistribuyan riqueza y construyan tejido social. Pero ¿qué significa realmente ser empresario en un entorno lleno de desafíos?
En el imaginario colectivo, el empresario muchas veces es visto como un símbolo de riqueza, privilegio o poder. En algunos discursos incluso es retratado como un villano: quien explota, evade, acapara. Sin embargo, pocas veces se comprende el trasfondo real de ser empresario en México y en muchos rincones del mundo. Ser empresario es cargar sobre los hombros una responsabilidad solitaria, una apuesta constante contra la incertidumbre y en muchas ocasiones, una vida sin buen dormir.
El empresario es una figura sometida a críticas constantes: se le exige reducir precios, adoptar tecnología, pagar salarios justos, cumplir normas ambientales y al mismo tiempo, crecer en un mercado competitivo. O como ocurre en estos tiempos, al empresario generalmente se le reprocha hasta que se le destruye. Esta paradoja refleja una realidad: mientras las empresas son pilares de la economía, sus fundadores enfrentan un desgaste físico y emocional que pocos logran soportar.
Historias de líderes que abandonan sus proyectos con “conciencia de culpa” tras años de esfuerzo no son anecdóticas. Son síntoma de un sistema que valora los resultados, pero ignora el proceso. Detrás del éxito empresarial hay noches sin dormir, decisiones bajo presión y una capacidad casi obsesiva para priorizar.
Contrario a la imagen del lujo y la tranquilidad, el verdadero empresario vive en tensión. En mi recorrido personal por el mundo de los negocios, aún no he conocido a un empresario con su empresa en crecimiento que lleve una vida plácida, y es que detrás de cada producto, de cada servicio, hay alguien que se ha jugado el todo por el todo, que ha soportado críticas desde todos los frentes: del gobierno, de los trabajadores, de los consumidores, de los competidores y hasta de su propia familia.
Porque al empresario se le exige. Se le pide que cumpla normas cada vez más complejas, que innove a ritmo de Silicon Valley, que pague impuestos como gran contribuyente aunque sea pyme, que baje precios sin afectar su nómina, que genere empleos dignos en un entorno hostil. Se le reprocha incluso tener dinero, o no tener suficiente. Y así, se le reprende hasta que se le destruye.
Convertirse en empresario no sigue un manual, pero de mi experiencia de vida puedo señalar:
- Identificar un problema: Las mejores ideas surgen de necesidades insatisfechas, de una demanda insatisfecha como decimos los economistas. Ejemplo: Airbnb resolvió la falta de alojamiento económico durante eventos masivos.
- Educación constante: Desde cursos en línea hasta MBA, la formación reduce riesgos. En México solo el 10% de las PYMES sobreviven el tercer año, las demás fracasan por mala gestión financiera, algo evitable con conocimiento.
- Red de contactos: Mentores, inversores ángeles y programas como los que se enfocan a la administración empresarial son claves para crecer.
- Estabilidad financiera: Ahorros propios, préstamos o capital de riesgo: cada opción tiene sus riesgos. Es importante y lo subrayo, no comerse los primeros ingresos de la empresa, fenómeno muy común en nuestro país.
- Prueba y error: Lanzar un MVP (Producto Mínimo Viable) en comunidades pequeñas permite ajustes antes de una expansión.
Por otra parte, es dable señalar que la esencia del empresario es compleja. No basta con tener una buena idea: hay que identificar una necesidad real, construir una red de contactos, lograr estabilidad financiera, levantar un plan de negocios y, sobre todo, ponerlo a prueba. El camino está plagado de dudas, ajustes, fracasos y reinvenciones. El emprendedor se convierte en empresario cuando asume riesgos con estrategia, con visión y muchas veces, con una fe inquebrantable.
Muchos iniciamos este camino por necesidad, otros por pasión y algunos otros por herencia, pero todos, sin excepción, deben desarrollar habilidades de liderazgo, comunicación efectiva, negociación, delegación, adaptación al cambio y gestión tecnológica. Deben ser artistas del equilibrio: entre la innovación y la operatividad, entre el riesgo y la rentabilidad.
Una de las preguntas que ronda el mundo del emprendimiento es si el empresario nace o se hace. Algunos parecen tener una personalidad predestinada: son independientes, creativos, resilientes, disciplinados, perseverantes y audaces, optimistas y capaces de ver oportunidades donde otros solo ven crisis.
Pero también hay quienes, ante una pérdida de empleo, una herencia inesperada o un simple acto de valentía, se lanzan a construir su propio camino. La buena noticia es que hoy existen más recursos que nunca para formarse como empresario: universidades, programas de formación intensivos, incubadoras, mentorías, networking. El conocimiento ya no es excusa, pero sí sigue siendo un arma poderosa.
Eso sí: ni los títulos garantizan el éxito, ni la ausencia de ellos impide alcanzarlo. Hay empresarios que no terminaron la universidad y construyeron imperios. Hay otros con MBA o Doctorados que jamás lograron despegar. Porque en el mundo empresarial, la teoría se valida en la práctica. Y es allí, en la ejecución, donde se separan los soñadores de los constructores.
Más allá del estigma, ser empresario implica crear. Crear empleo, bienestar, movilidad social. Las empresas, sobre todo las pequeñas y medianas, son los principales motores de redistribución de la riqueza. Son espacios donde se forman habilidades, se consolidan cadenas de valor, se construyen comunidades.
Veracruz necesita más y mejores empresarios, no cómplices de funcionarios corruptos como abundan en nuestro estado. Pero también necesita una sociedad que los comprenda, los respalde, los acompañe. Que deje de verlos como enemigos y los entienda como aliados del desarrollo. El Estado debe promover su formación, proteger sus ideas, simplificar los trámites, garantizar condiciones de competencia justa.
Ser empresario no es una salida fácil. Es una forma de vida exigente, a veces ingrata, pero profundamente transformadora. En palabras de un gran empresario
que me orientó en mis inicios y que me inspiró a desarrollarme en este camino: “cada proyecto es una angustia y cada angustia es un centro de conflicto… pero también cada empresa es una responsabilidad y un reto”.
Quienes se atreven a tomarlo, merecen algo más que reproches: merecen respeto, apoyo y un lugar en la conversación pública como actores clave del cambio y del desarrollo.