No sorprende el desprecio de las leyes (que son para él formalidades huecas) y de la administración (que es vista como una bestia torpe y costosa). Tampoco la arrogancia moral que le permite ignorar la crítica porque proviene de los sótanos de la podredumbre y no merece una respuesta sino muchos insultos. Su antipatía por los órganos autónomos estaba igualmente cantada. Había avisos de su fascinación por la mitología de la historia oficial y su obsesión ideológica con el ogro del neoliberalismo. Su falta de curiosidad por el mundo, su desinterés en las tablas de las magnitudes y en las sumas era también previsible. Los datos propios le han bastado para evaluar la realidad y fundar sus decisiones. Lo sabíamos: para él los cuentos cuentan más que las cuentas. El mundo tiene en su cabeza la coherencia de una conspiración y así gobierna: enfrentando una conjura de los malignos que vienen del pasado. Todo eso, a decir verdad, conforma un panorama alarmante, pero no sorpresivo. Durante algún tiempo pensé que habría una resistencia pragmática y asesores razonables que podrían contener los impulsos más nocivos de esa visión política. Me equivoqué. Ese resorte de sensatez, de diálogo y de moderación que podría haber generado una razonable tensión en la marcha del gobierno apenas y se ha activado y hoy parece menos presente que nunca.
Donde sí ha habido una sorpresa gigantesca ha sido en el giro militarista. El candidato ofreció regresar a los militares a los cuarteles. En campaña denunció los abusos del ejército y su participación en la guerra contra el crimen organizado. Hoy no vemos a los soldados de vuelta a sus campamentos, sino cada vez más presentes en la vida pública del país. El número de nexos de este mes es valiosísimo para aquilatar el impacto de la militarización. No hay forma de rehuir la palabra. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha convocado al Ejército a ocupar un espacio central de la vida política mexicana. En efecto, bajo el gobierno de López Obrador vemos a los militares, “hasta en la sopa.” Se trata de una gravísima regresión histórica, que dejará secuelas en las próximas décadas. En uno de los ensayos centrales de esta edición de nexos, Fernando Escalante lo dice con toda claridad: se está cerrando ante nuestros ojos el paréntesis civilista.
El desprecio que comunica constantemente por la administración contrasta con la idealización de los uniformados. Uno es un animal gordo, distante y torpe; el otro el pueblo mismo: leal, incorruptible, disciplinado, eficiente, ahorrador. No es difícil advertir las razones de su devoción: en la disciplina castrense no hay deliberación ni transparencia: acatamiento ciego y opacidad.
En esta materia, el lopezobradorismo es calderonismo elevado a la enésima potencia. El ejército no solamente es llamado para cubrir el vacío o la captura de las fuerzas policiacas, sino convocado para reemplazar ámbitos cruciales de la administración pública. Los militares controlan nuevas áreas de la administración, han permanecido a salvo de la austeridad que asfixia al resto del gobierno, han colocado a los suyos en puestos relevantes del gobierno federal y aparecen en cada oportunidad como la solución natural para cualquier problema o emergencia. Militares policías, contratistas, empresarios, transportistas, aduaneros, reforestadores, vacunadores, constructores. La república, desde luego, debe recompensar con justicia a los militares. Ha decidido el presidente López Obrador que la Secretaría de la Defensa no solamente construya sino también administre el nuevo aeropuerto para que disfrute de sus ganancias. “Creced y enriqueceos” es el llamado del presidente a los militares.
¿Qué consecuencias tendrá el fin de ese paréntesis civilista del que habla Escalante? Una primera consecuencia es clara: “las fuerzas armadas van a ser uno de los factores del nuevo régimen.” La apuesta militarista golpea a la administración, expande los territorios de la corrupción, multiplica la intimidación y el abuso en el espacio público. Augura tensiones al interior de las corporaciones militares y entre el poder civil y el poder militar. Pocos procesos tan alarmantes en estos tiempos como la regresión militarista.