domingo, noviembre 17, 2024

Las mujeres y las risas del Presidente

Raymundo Riva Palacio

Estrictamente Personal

La candidatura de Félix Salgado Macedonio al gobierno de Guerrero será un hecho, y sólo podría desbarrancarse si el costo resultara más alto para el presidente Andrés Manuel López Obrador, que el beneficio. La protesta de los colectivos feministas, las objeciones de su familia y colaboradoras, la crítica generalizada de la mayoría de los medios o los señalamientos transnacionales sobre lo que significa el respaldo a su candidato, junto todo, no cambian la ecuación original. Políticamente, López Obrador y Salgado Macedonio son uno mismo.

La historia no pública comenzó en la primera quincena de enero, cuando el exfiscal de Guerrero, Xavier Olea, reclutado por quien en ese momento era adversario de Salgado Macedonio por la candidatura, Pablo Sandoval, fue entrevistado en un programa de radio conducido por un amigo de éste, y revivió viejas acusaciones de acoso sexual y violación en contra del senador. Con el apoyo de la familia Sandoval, Irma Eréndira, su hermana y secretaria de la Función Pública, y el propagandista John Ackerman, su cuñado, que forman parte del grupo de “los puros”, iniciaron la guerra interna contra el senador, a la cual se sumó la secretaria general de Morena, Citlalli Hernández.

El Presidente reaccionó ante el fuego amigo y llamó a Salgado Macedonio para preguntarle sobre las denuncias. Personas que conocieron de esa primera plática recuerdan que el senador le dijo, palabras más, palabras menos: “¿Acoso? En todo caso, es ocaso. Míreme, yo ya no puedo hacer nada”. Para sorpresa de algunos, la respuesta de López Obrador a ese chistorete de muy mal gusto que reforzaba su machismo, fue una carcajada. Con ello, Salgado Macedonio quedó blindado.

Unas semanas después, López Obrador dio positivo a Covid-19, y su lugar en la mañanera fue ocupado por la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero. La secretaria pudo administrarla bien hasta que le preguntaron sobre Salgado Macedonio. Sánchez Cordero rechazó la violencia de género y la actitud machista, pero dijo que también existía el principio de presunción de inocencia de Salgado Macedonio. La secretaria, enojada por el episodio, le comentó al vocero presidencial, Jesús Ramírez Cuevas, que ante tantas denuncias y pruebas en su contra, no defendería al senador. La respuesta fue contundente: defenderlo era una orden de López Obrador.

El Presidente regresó a la mañanera y, con ello, la defensa abierta a Salgado Macedonio, donde descalificó los señalamientos y los ubicó como un ataque de sus adversarios. Era cierta la coincidencia de intereses que se sumaron a la censura del candidato, como también lo eran ciertas tres denuncias por acoso sexual y violación, a las que pronto se añadieron dos más y luego acumularon más de 20. La Comisión de Honor y Justicia tuvo que abrir una investigación en la que discriminó a las víctimas, al aceptar oír sólo a quienes fueran militantes de Morena.

Estaban tratando de ganar tiempo. Santiago Nieto, jefe de la Unidad de Inteligencia Financiera, propuso revivir la investigación contra el gobernador de Tamaulipas, Francisco García Cabeza de Vaca, para desviar la atención de Salgado Macedonio. En Palacio Nacional, donde López Obrador había oído por días a las mujeres más influyentes en su entorno sobre el problema que significaba su respaldo al candidato, dejó de escucharlas. Sus declaraciones sobre el pacto patriarcal, que decía que no había entendido hasta que se lo explicó su esposa, provocó mayores molestias entre sus cercanas. La tensión que se vivía en Palacio Nacional hizo que el coordinador de asesores del Presidente, Lázaro Cárdenas, girara instrucciones para que ninguna mujer hablara públicamente del tema, y menos aún, expresara diferencias con lo dicho por López Obrador.

El Presidente tuvo varias reuniones con sus colaboradores, pero se negó a retirar la candidatura de Salgado Macedonio. Su argumento era que no permitiría que ningún grupo feminista o alimentado por intereses políticos, lo presionara para cambiar su estrategia electoral. Su radicalización llegaba, y cuando la senadora de Guerrero Nestora Salgado lo buscó en Palacio Nacional para hablar sobre el tema, López Obrador no la recibió y comentó internamente que pensaba que ella era.

El Presidente había estado solo en la defensa de Salgado Macedonio, y absorbido todos los negativos del senador, por lo que le pidió que actuara e hiciera trabajo político para neutralizar los ataques y buscar aliados. Uno de los resultados palpables de esa exigencia fue el desayuno con 50 mujeres convocado por las dos hijas del candidato, donde dijeron que era “una buena persona” y “un buen padre de familia”. También se reunió con colectivos feministas en Guerrero para apagar las críticas –que no sofocó del todo–, mientras trabajaba con la bancada de Morena en el Congreso local, para que expresara públicamente su apoyo al candidato, lo que sucedió esta semana.

La Comisión de Honor y Justicia de Morena, que tenía información interna de Palacio Nacional sobre la posición del Presidente, exoneró a Salgado Macedonio, argumentando que las denuncias en su contra no se sostenían y gozaba de buena fama. Recomendó que se repusiera el proceso de selección de candidato sin negarle el derecho al senador de volver a participar. Es lo que hizo Mario Delgado, el líder de Morena caído de la gracia del Presidente, quien como alternativa trató de convencer a Salgado Macedonio de que renunciara. Hasta ahora no lo ha hecho, enturbiando más el entorno social, empoderado por las acciones del Presidente a su favor.

La protesta de las mujeres por Salgado Macedonio ya tuvo sus primeros brotes de violencia esta semana en Palacio Nacional, y está creciendo la molestia por la actitud presidencial, que coincidirá con el Día Internacional de la Mujer el próximo lunes. Hasta ahora, la postura del Presidente se mantiene inamovible. La ecuación costo-beneficio, en sus ojos, no ha cambiado. Salgado Macedonio sigue siendo el candidato de López Obrador, que todavía no da muestras de retirarle el tanque de oxígeno político artificial que lo sostiene.

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