La frase del encabezado forma parte del coloquio rutinario de los mexicanos, se utiliza como intento para explicar la conducta de una persona como reflejo del sector social al cual pertenece, a la comunidad de la que forma parte y, si se trata de un actor político, al partido donde milita. Obviamente, no necesariamente encierra una verdad inexcusable, aunque en no pocas ocasiones es certera. Si nos remitimos al ámbito político mexicano, encontramos ciertos comportamientos de rutina orientados hacia un prototipo. Por ejemplo, antes de la creación del IFE-INE, era muy común que, amparados en su condición de partido en el gobierno, si la elección municipal no los favorecía priistas del lugar aprovechaban para robarse o rellenar urnas para alterar el resultado modificándolo a su favor, eso formó parte del costumbrismo electoral previo a la década de los años noventa cuando por la creación del IFE promovió un acentuado cambio en aquel comportamiento. Por otro lado, los panistas “doctrinarios” adoptaban la estrategia de judicializar la elección acudiendo al ministerio público a presentar sus quejas (aún no se habían creado instancias electorales para ese propósito), evidentemente los resultados de su gestión eran negativos. En la orilla opuesta, los activistas del PRD seguían estrategias de corte más drástico: quemaban casillas y urnas electorales, bloqueban calles y tomaban palacios municipales. Todo ese expediente con enorme carga de descontento social generó la circunstancia, imperativa para los gobiernos establecidos, que condujeron en sucesivas reformas electorales para desaparecer la Comisión Federal Electoral comandada y dirigida desde el gobierno, primero, en 1990 creando el Instituto Federal Electoral y, a continuación, empezar a desmantelar con subsecuentes reformas, en 1994 y 1996, la permanencia de personeros del gobierno en el órgano electoral para “ciudadanizarlo”. El resultado fue de magníficas proporciones, reflejadas en un sustantivo avance democrático, sirvió de cobijo a las reglas del juego electoral que propiciaron en 1997 el pleno reconocimiento por un gobierno priista al indiscutible triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas y el PRD en las urnas para convertirse en el primer Jefe del Departamento del Distrito Federal desde que este fuera creado, y para dar cabida a que tres años después, en 2000, un gobierno federal panista no presentara resistencias y reconociera el meritorio triunfo de Andrés Manuel López Obrador, también con siglas del PRD, sucediendo a Cárdenas en el cargo. Si encaja o no la frase arriba referida, de cualquier manera, nadie negará que, en materia electoral, entre el México de la época de la Comisión Federal Electoral y el iniciado con la creación del IFE existe una muy acentuada diferencia.