En busca del tiempo perdido 3: “El mundo de Guermantes.” Artículo final.
Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.
La descripción que realizó Marcel Proust de la alta sociedad francesa del siglo XIX, en gran parte representa ser una enorme crítica a todo ese mundo elitista, formalista, vetusto, vacío. Y, si bien, el personaje convive y pasa mucho tiempo en ese ambiente, sus valoraciones sobre las costumbres, fiestas, bohemias, platicas, intereses, nos muestran la inconformidad que siente ante esas conductas superficiales. En el tercer volumen de esta bella y monumental obra, nos iremos a vivir al mundo de los Guermantes, precisando que el tomo es muy voluminoso y en él se abordan un sinfín de temas, aquí se reflexionará sobre uno de tantos abordados como lo es el clasismo, mal que de forma diferente se mantiene en nuestras vigentes sociedades, y no sólo en la elite burguesa, muchas conductas discriminatorias se reproducen en todos los estratos sociales, por supuesto que ese sentimiento de superioridad tiene su origen en una sensación interna de inferioridad, pequeñez y el individuo trata equivocadamente de ocultarlas sintiéndose superior, especial, diferente, normalmente fincando esta actitud en cuestiones materiales, físicas, pero que al final son absolutamente insustanciales, superfluas, vacías…
Sabemos que nuestras sociedades tienen sus jerarquizaciones, e incluso hasta por naturaleza la jerarquización es inevitable, el primer ejemplo se encuentra en la familia. Ahora bien, conforme fuimos evolucionando y las sociedades ampliándose, con este devenir se fueron creando, implementando y en muchos casos imponiendo, valores y modelos que en épocas pasadas era fundamentales. No obstante, con sus variaciones y modificaciones existen ciertos patrones que muchas sociedades mantienen como modelos a seguir o que en ocasiones hasta inconscientemente persiguen esos modelos por caducos que estos sean; basta señalar que para determinadas personas importa mucho el ropaje que usas, el origen de tu apellido, el color de tu piel, el circulo social en que te mueves, y ni hablar de la posición económica, y abundantes categorías que influyen en la forma de comportarse, relacionarse, pensar, conducirse, en esencia, todos esos patrones contribuyen en nuestra concepción de la vida y la manera de vivirla…
Lo anterior ha sido fuertemente criticado en el mismo desarrollo de nuestras sociedades. Ante esos valores-antivalores, se presentaron como solución a esa equivocada educación valores como la sinceridad, la inteligencia, la honestidad, la sencillez, la dignidad, por supuesto que siempre buscando el sano equilibro, es decir, ser pobre no es sinónimo de sencillez, ni vestir bien y elegante sinónimo de soberbia o altivez. Lo importante estriba en esforzarse por tratar de ser personas que busquen el bien, alguien podría preguntar: ¿qué es el bien?, más que definirlo, lo ponderaría afirmando que en el vivir busquemos conducirnos adecuadamente conforme a las reglas universales; respeto, tolerancia a la diversidad, amor equilibrado a la familia, valorar y cuidar la amistad, obrar dignamente, evitar codiciar, obsesionarse, obtener las cosas sin importar las formas, y en este ahínco por buscar humanamente el bien, aprenderemos que existen cosas más importantes que el dinero, el poder, el apellido, el ropaje, y un sinfín de aspiraciones triviales que solo la buena educación nos puede ayudar a eliminar, sin embargo, la buena educación no está en la riqueza, porque Marcel en esta obra al momento que convivía con la alta sociedad, nos la presenta así:
“Los Guermantes –por lo menos los que eran dignos del apellido –. Y a pesar de su amabilidad, se decía uno: ¿no tienen verdaderamente derecho, aunque lo disimulen, cuando nos ven andar, saludar, salir, hacer todas esas cosas que, llevadas a cabo por ellos, tornábanse tan graciosas como el vuelo de la golondrina o la inclinación de la rosa, a pensar, son de otra raza que nosotros, y nosotros somos los príncipes de la tierra? Más tarde comprendí que los Guermantes me creían, en efecto, de otra raza, pero que excitaba su envidia, porque yo poseía méritos que ignoraba y que ellos hacían profesión de considerar como los únicos importantes. Más tarde aún me di cuenta de que esta profesión de fe sólo a medias era sincera, y que en ellos el desdén o el asombro coexistían con la admiración y la envidia.”
Los Guermantes fueron una antiquísima familia francesa que perteneció a la alta nobleza. Marcel convivirá con la Duquesa de Guermantes llamada Oriana, de hecho, al inicio se enamorará de ella, pero ella al saber que la familia de Marcel era pudiente, empero, sin un apellido de abolengo, mantendrá inicialmente una actitud lejana, descortés. Al paso del tiempo Oriana va enterándose que Marcel es un joven culto, inteligente, distinguido por sus cualidades intelectuales, además, amigo íntimo de varios de sus familiares, es así como lo invita a cenar a su casa. Cuando Oriana muestra interés por Marcel, éste ya no sentía nada por ella y Oriana se encontraba casada, aunque se escuchaban rumores que estaba en proceso de separación… Marcel acepta la invitación de la Duquesa por respeto a su familia, en esta cena conocerá a la Princesa de Parma, a distintas personalidades del alta realeza y nobleza europea, aquí es el momento donde el personaje nos pinta de cuerpo entero a toda esta interesada y vacía sociedad.
Una norma muy arraigada consistía en los casamientos oportunos, necesarios, convenencieros, en palabra textual, indignos, cito lo narrado por Marcel: “A propósito del príncipe de Foix, conviene decir, puesto que se presenta ocasión de ello, que pertenecía a una peña de quince o doce jóvenes, y aun grupo, más restringido, de cuatro. La peña de los doce o quince ofrecía la característica, a la que creo escapaba el príncipe, de que cada uno de aquellos jóvenes presentaba doble aspecto. Podridos de deudas, parecían unos don nadie a los ojos de sus proveedores, a despecho de todo el placer que éstos hallaban en decir de ellos: “El señor conde, el señor marqués, el señor duque…” Esperaban salir del atolladero por medio de la famosa “buena boda”, llamada también “buen gato”, y como las opulentas dotes que codiciaban no eran arriba de cuatro o cinco, muchos de ellos asestaban solapadamente sus baterías contra una misma novia.”
La primera gran estimación que debemos tener es por nosotros mismos, estimación implica auto respeto, ser honorables, dignos. La decencia de nuestra conducta es la que nos permitirá vivir con decoro o la indecencia sin él. Vivimos en un mundo que comprendemos exige ciertas actitudes, nos impone reglas desde que nacemos, aun así, conforme vamos creciendo, educándonos y particularmente cuando alcanzamos un alto nivel de conciencia, somos absolutamente responsables de nuestras decisiones y acciones. Se comprende que las circunstancias a veces obligan o condicionan nuestras resoluciones, a pesar de ello, jamás debemos justificar o permitir aceptar la indignidad como un modelo de vida; casarse por interés, por alcurnia, valorar al otro por el poder que posee políticamente, por sus bienes materiales, estimar como igual a alguien solo porque es culto, equivale a ser un inculto, bárbaro, vil, abyecto.
El hombre debe ser admirado por su permanente esfuerzo en buscar el bien, y aunque evidentemente se equivocará, errará, el solo esfuerzo de su búsqueda lo hace un hombre admirable, digno de imitar… todo lo demás ahí está.
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