Juegos de poder
Leo Zuckermann
Hace poco me preguntó una persona qué era el amor. No quería contestar alguna cursilería o lugar común. De repente, no sé por qué, me llegó una respuesta: “Es lo que sentía Pablo Milanés cuando escribió Yolanda”. Me refería a la canción del cantautor cubano aparecida en 1982.
La letra es perfecta.
Dos versos simplemente magistrales: “Tú me desnudas con siete razones / Me abres el pecho siempre que me colmas”.
Una estrofa sublime: “Si alguna vez me siento derrotado / Renuncio a ver el Sol cada mañana / Rezando el credo que me has enseñado / Miro tu cara y digo en la ventana / Yolanda / Yolanda / Eternamente Yolanda”.
El poeta acompañó sus versos con una música simple, pero exquisita, donde destaca su voz peculiar, la guitarra y un tamborcito cadencioso. No queda duda: Pablo estaba enamorado a raudales cuando hizo Yolanda.
Yolanda es Yolanda Benet, la segunda esposa de Pablo. Se la compuso cuando nació su primera hija. Embelesado por su reciente paternidad, le compuso una canción de amor a su pareja.
No fue la primera que le escribió a Yolanda. Fue otra pieza magnífica de su amplio repertorio romántico, nada menos que Yo no te pido de 1978.
La letra también es impecable. Aquí las dos primeras estrofas: “Yo no te pido que me bajes / una estrella azul / sólo te pido que mi espacio / llenes con tu luz / Yo no te pido que me firmes / diez papeles grises para amar / sólo te pido que tú quieras / las palomas que suelo mirar”.
¿Cursi? ¡Desde luego! ¿Por qué negarlo? En lo personal, no me importa. Yo no estoy peleado con la cursilería cuando es de buena manufactura.
A mí la música de Milanés me ha acompañado desde la juventud. Igual en discos de vinilo que en casetes o en compactos. Ahora las encuentro en varias de mis listas de Spotify. Su canto es obligatorio en mi vida cotidiana.
Tuve la fortuna de ver muchos de sus conciertos. Venía frecuentemente a la Ciudad de México. Desde las épocas universitarias en que había “portazo” en el Auditorio Nacional. Sin ningún control, se atiborraba el espacio. No cabía un alma en conciertos que se convertían en fiestas.
Al último que fui, vi a un Pablo envejecido, calvo y abotagado. Claramente estaba enfermo del maldito cáncer que, finalmente, se lo llevó a la tumba. Se sentó en un sillón, tomó su guitarra y cantó y cantó y cantó. Entre cada una de sus canciones nos regalaba su sonrisa transparente.
Pablo Milanés fue uno de los iconos de la Nueva Trova Cubana. Se dice, con facilidad, que fue un porrista de Fidel Castro. Para nada. La relación de Pablo con el castrismo fue más bien intrincada.
De joven, lo confinaron en una “Unidad Militar de Ayuda a la Producción”, una especie de “campos de concentración” como él lo describió, donde se adoctrinaba a los muchachos más rejegos de Cuba. De viejo, criticó cada vez más al régimen dictatorial de los Castro. Un periódico chileno alguna vez le preguntó por qué su creciente rechazo: “Porque yo soy revolucionario, ellos no”.
Falsamente se le adjudica a Winston Churchill la frase de que “quien a los 20 años no sea revolucionario no tiene corazón, y quien a los 40 lo siga siendo, no tiene cabeza”. Efectivamente, los veinte son una década de la vida que suele estar aparejada con la rebeldía. En este sentido, para mí, la música revolucionaria de Pablo era obligada. La cantaba a gritos con mis amigos. Pero me dejó de gustar conforme me fui decepcionando de la izquierda revolucionaria latinoamericana que siempre derivaba en sangrientos regímenes autoritarios como el de los Castro en Cuba.
No obstante, una canción de Milanés me sigue complaciendo porque tiene que ver con el terrible golpe de Estado de 1973 en Chile. Me refiero a Yo pisaré las calles nuevamente.
Hay una versión magnífica donde Pablo la canta con Serrat. Los versos, de nuevo, son brillantes: “Yo pisaré las calles nuevamente / De lo que fue Santiago ensangrentada / Y en una hermosa plaza liberada / Me detendré a llorar por los ausentes”. “Retornarán los libros, las canciones / Que quemaron las manos asesinas / Renacerá mi pueblo de su ruina / Y pagarán su culpa los traidores”.
Una enorme tristeza me invade. Esta semana se nos fue Pablo. Pongo una canción suya. “Dónde estarán los amigos de ayer / La novia fiel que siempre dije amar / Dónde andarán mi casa y su lugar / Mi carro de jugar, mi calle de correr / Dónde andarán la prima que me amó / El rincón que escondió, mis secretos de ayer”. Tus canciones, Pablo, siempre estarán a un lado de mi piel. Las guardaré bien y a veces brotarán, y endulzarán un brusco acontecer llenándome de miel que muchos libarán.