sábado, noviembre 23, 2024

Aflora la ruptura entre la Presidencia y la Corte

Tal como lo hemos venido documentando en esta columna, entre la Presidencia de la República y la Presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación hay en este momento una ruptura política que ya se había producido en discusiones y reuniones privadas, pero que ayer afloró públicamente en la ceremonia por el 106 aniversario de la Constitución en Querétaro, cuando el presidente López Obrador primero y la ministra presidenta Norma Piña después, dejaron ver su animadversión mutua con actitudes, descortesías y faltas al protocolo en el acto republicano.

Fue López Obrador quien cometió la primera descortesía cuando, después de saludar secamente a la ministra y al presidente de la Cámara de Diputados, Santiago Creel Miranda, a su llegada ayer en la entrada del Teatro de la República, avanzó hacia el interior del recinto junto al gobernador Mauricio Kuri y dejó atrás a la presidenta de la Corte que se quedó extrañada de la actitud del mandatario; al ver el gesto presidencial, Creel tomó del brazo a la ministra y la acompañó hacia adentro del Teatro.

Luego, en el acomodo del presídium, decidido por la Presidencia de la República, se hicieron más que evidentes las distancias y los distanciamientos y rupturas entre poderes: al centro el presidente y lo flanqueaban a su derecha el secretario de Gobernación, seguido del de la Defensa, y a la izquierda el gobernador de Querétaro, luego el secretario de Marina y la secretaria de Educación. Tres lugares de distancia separaban a López Obrador de la presidenta de la Corte y del presidente de la Cámara de Diputados, que igual que el presidente del Senado fueron enviados a las orillas de la mesa.

Después vendría el turno de la ministra Piña como oradora en el acto oficial y cuando llegó al podio no mencionó al presidente López Obrador al iniciar su discurso y se limitó a decir: «Distinguidos miembros del presídium», mientras que sí mencionó a «las ministras y ministros (de la Corte) aquí presentes» y a los «consejeros y consejeras de la Judicatura Federal también aquí presentes». Fue evidente que la ministra respondía así a la descortesía del presidente a su llegada; y luego, en su mensaje, defendería la independencia y la libertad de los jueces: «Es sano y necesario ponderar la actividad de los jueces en virtud de las resoluciones que emiten y nunca, nunca perder de vista la independencia judicial, la de los juzgadores y la de uno de los Poderes constitutivos de la República», dijo la presidenta de la Corte, en alusión a las constantes críticas y quejas presidenciales a los jueces.

Cuando vino el turno del presidente éste regresó el gesto y no mencionó por su nombre a los presidentes de la Corte y del Congreso a los que sólo se refirió como «representantes de los poderes judicial y legislativo» y luego de un repaso históricos sobre los orígenes de la Constitución, el presidente convirtió su discurso en un tema político al comparar al porfiriato con los años del neoliberalismo, al que se refirió como «neoporfiriato», para después defender sus reformas a la Constitución como la de pensiones y becas, la militarización de la seguridad pública y de la Guardia Nacional, su contrarreforma educativa, además de su Ley de Austeridad, que calificó como «cambios humanistas» a la Carta Magna.

Tras los evidentes desencuentros y descortesías entre poderes, el vocero presidencial Jesús Ramírez Cuevas se quejó en un tuit de que «no todos respetaron el protocolo de la ceremonia» y publicó una foto de una toma en la que se ve al presidente de pie, tras dar su discurso mientras le aplauden, también de pie sus secretarios, gobernadores y otros integrantes del presídium, mientras la ministra presidenta de la Corte permanece sentada en su asiento. Según la publicación del funcionario de la Presidencia en el acto constitucional se observó «un debate de ideas entre los representantes de los tres poderes de la Unión» y luego se queja: «Resulta desafortunado que no todos respeten el protocolo de la ceremonia».

Sin embargo, en una revisión del video completo de la ceremonia de ayer en el Teatro de la República, se ve claramente que la ministra Norma Piña se levanta y aplaude al presidente al terminar su discurso y se mantiene siempre de pie cuando se entona el Himno Nacional, por lo que la toma que publicó el vocero presidencial, en la que se le ve sentada, debió ser de apenas unos segundos, mismos que el señor Jesús Ramírez aprovechó para culpar a la presidenta de la Corte de no respetar los protocolos.

Más allá de manipulaciones del vocero y de lo que él llama «debate de ideas», lo que fue evidente ayer en Querétaro es que la relación entre el gobierno de López Obrador y la nueva presidencia de la Suprema Corte está fracturada. Los desaires mutuos de ayer dejan claras dos cosas: la primera que al presidente ya le quedó claro —y eso le molesta mucho— que su influencia y presión sobre la Corte, tal como la tuvo con Arturo Zaldívar se terminó y hoy tiene enfrente a una presidenta que reivindica la autonomía e independencia de la Corte y de los jueces; y la segunda, que la ministra Norma Piña tiene la toga muy bien puesta y actúa como par del Ejecutivo y no como lacaya, y que, como se lo dijo la presidenta hace unas semanas al secretario Adán Augusto, las prioridades de Palacio Nacional no son las prioridades de la Corte y no permitirá más ataques, acusaciones de corrupción sin pruebas y mucho menos presiones al Poder Judicial. ¿Así o más claro?

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