A partir del mensaje que mandó López Obrador, hace una semana desde Oaxaca, donde llamó a sus «corcholatas» presidenciales y a los militantes y simpatizantes de su partido a «cerrar filas», una vez que se defina en la encuesta nacional quién será el «candidato o candidata» para el 2024, en Morena han surgido toda clase de interpretaciones y lecturas a los dichos del presidente. Y es que, en ese mensaje, él mismo advierte que, más que la definición del nombre de quién abanderará a la 4T, lo que importa es evitar a toda costa una ruptura que ponga en peligro la continuidad de su movimiento en el poder.
Y aunque cada equipo de campaña de las «corcholatas» trató de leer el mensaje a su conveniencia y lo interpretó como una declaración a favor de su candidato o candidata, la realidad es que lo expuesto por el presidente deja claro que, en el momento de su valoración final y personalísima, cuando tenga que decidir a quién apoyará como su sucesor, AMLO no sólo pensará en quién puede ganar y garantizarle continuidad, sino también en quién de los presidenciables es el que provoca menos fracturas y rompimientos dentro de su partido y su movimiento, de tal modo que no haya una ruptura, ya sea visible o soterrada, que le abra oportunidades a los partidos de oposición en los comicios presidenciales.
Para nadie es secreto que la confrontación por la candidatura presidencial ha llegado a niveles de auténtica guerra civil, sobre todo entre los dos polos que representan dos de los candidatos: por un lado, Claudia Sheinbaum, que representa y encabeza al ala más dura y radical del morenismo, al mismo tiempo que se vende como la opción de continuidad total para el lopezobradorismo más allá de 2024; y por el otro lado Marcelo Ebrard, quien representa la línea moderada dentro del movimiento y es visto como una opción de «continuidad con algunos cambios» para la autonombrada 4T, tal y como él mismo lo expresa en su discurso y en su libro de campaña «El Camino de México».
El duelo entre Sheinbaum y Ebrard es prácticamente «a muerte». No se ve, en ninguno de los dos, el más mínimo ánimo de privilegiar la «unidad» si uno u otro resultan candidatos y mucho menos de levantarse la mano y apoyarse mutuamente. Lo mismo pasa entre Claudia y Ricardo Monreal, quienes a pesar del acercamiento forzado que mostraron en un video grabado para las redes sociales, mantienen posiciones y rencillas irreconciliables, que harían muy difícil verlos trabajar unidos en una campaña por la Presidencia de la República.
Es decir, que si Claudia Sheinbaum fuera la candidata electa por las encuestas y, sobre todo, por el presidente, ni Marcelo ni Monreal le levantarían la mano, y si llegaran a hacerlo, sería solo para la foto, porque difícilmente la Jefa de Gobierno los sumaría a su proyecto y más difícil e impensable aún, sería ver a Ebrard trabajando para el triunfo de una mujer a la que siempre se refiere con desprecio y desaire en privado.
Caso contrario, si el candidato electo (por AMLO y validado por las encuestas) fuera el canciller, tampoco Sheinbaum se sumaría de manera real a su campaña y, tal vez ella, por ser mucho más incondicional del presidente, sí acudiría a alzarle la mano a Marcelo como ganador de la contienda, pero tampoco movería un dedo, ni ella ni los grupos radicales que la apoyan dentro de Morena para ayudar a ganar a un político al que también desprecian la doctora y sus colaboradores, porque no le reconocen militancia ni ideología y mucho menos lucha dentro de la «verdadera izquierda» que ellos dicen representar. El único que podría legitimar una encuesta en la que Sheinbaum fuera la elegida, sería Adán Augusto López, quien, aunque no tiene buena relación con ella, lo haría por su lealtad al presidente.
Luego entonces cualquiera de esa dos opciones, Sheinbaum y Marcelo, inevitablemente van a terminar fracturando al movimiento lopezobradorista. Incluso aun cuando el presidente aplicara su cultura priista y les diera a los perdedores posiciones y cargos —ya sea como líderes del Senado o dirigentes del partido o cualquier otra posición que puede ser utilizada como «premio de consolación» para las corcholatas que no resultan electas por la encuesta y por el dedo presidencial— lo más seguro es que cualquiera de ellos, ya sea el canciller o la Jefa de Gobierno, aceptaran las posiciones para ellos y para su gente, pero aplicarán la conocida estrategia (también del viejo priismo) de hacer «campaña de brazos cruzados» para no ayudar a quien resultara candidato.
Y entonces queda la otra «corcholata» que podría finalmente beneficiarse de la enconada guerra interna entre Sheinbaum y Ebrard: Adán Augusto López. A diferencia de sus dos contrincantes, que en las encuestas aparecen mucho mejor posicionados, el secretario de Gobernación tiene a su favor que su personalidad y su estilo político lo colocan como un «tercero en discordia» natural en caso de que la sucesión morenista termine en una guerra fratricida. A diferencia de Sheinbaum, Adán sí transitaría con Marcelo, quien podría negociar perfectamente con el tabasqueño y eventualmente apoyarlo si él fuera el candidato. Lo mismo pasaría con Claudia, que aunque no tiene la mejor relación con el titular de Gobernación, no tendría elementos para sabotearlo o desconocerlo, al tratarse de un personaje tan cercano y de tanta confianza para López Obrador.
Aún más, a Adán Augusto no sólo le podría levantar el brazo Marcelo Ebrard, sino también Ricardo Monreal, al mismo tiempo que la jefa de Gobierno difícilmente lo desconocería como el ganador. Luego entonces, el secretario de Gobernación sería la opción que más une y menos fracturaría a Morena.
Finalmente, la otra consideración que podría pesar en la decisión del presidente, es quién de los precandidatos puede también recuperar muchos de los votos de la clase media y de sectores que en 2018 votaron por él, pero que se desencantaron por sus actos y decisiones de gobierno. Y en esa lógica, los que podrían rescatar parte de esos votos, difícilmente los 15 millones que se estima ha perdido, pero sí una parte, son los que no estén identificados con la línea más dura y radical de Morena. Y entonces, queda la pregunta que tendrá que plantearse, en el último momento el gran elector de Palacio: ¿quién une y quién fractura? ¿quién es su opción más segura para garantizarle el triunfo?