Tres años de escenarios dantescos incubados por la pandemia del Covid 19 dejaron secuelas orgánicas y psicológicas en quienes padecieron la infección del virulento virus, pero viven para contarlo a diferencia de más de 700 mil mexicanos víctimas mortales de ese letal bicho. Ningún gobierno podría asegurar, sin mentir, haber estado preparado para hacerle frente a la inesperada embestida epidémica, aunque sin duda unos supieron responder con mayor eficacia a la emergencia y así salvar un mayor número de vidas. Ya en el periodo de un Covid endémico y con gran parte de la población vacunada pasamos a la regularización de actividades, aunque debemos reconocer una nueva realidad en que las secuelas de la enfermedad se irán conociendo paulatinamente, entre las de no menor importancia la ansiedad y la depresión que afecta a buen número de quienes fueron infectados. En cuanto a la eficiencia gubernamental para establecer los protocolos de protección correspondientes durante la pandemia, cabe recordar que el subsecretario de Prevención de la Salud, Hugo López-Gatell, el 4 de junio de 2020 había proyectado un escenario catastrófico de 60 mil defunciones, pero apenas después el número de muertos superaba en cinco veces la cifra prevista como de catástrofe por ese funcionario, quien en muchos casos parecía caminar en sentido contrario a lo establecido por la Organización Mundial de la Salud (OMS), así lo demostraba cuando se resistía a recomendar el uso del cubrebocas e insistía en lo innecesario de hacerse las pruebas, con aislarse era suficiente, decía. En días recientes ya se reciben alertas relativas a una nueva metamorfosis del virus, EG.5 1 o “Eris”, que al decir de López Gatell no trae la letalidad para penetrar en las defensas creadas por las vacunas. Puede que tenga razón, pero si lo dice Gatell genera incertidumbre, luego entonces lo mejor es no bajar la guardia.
La salud de los gobernados es una de las prioridades de todo gobierno, y teóricamente este expediente es una de las justificaciones del Estado Moderno, es condición sine qua non de su existencia, si falla en atenderlo permeará la certeza de un Estado fallido. Con mucha frecuencia se recuerda que el presidente López Obrador insiste en que de no resolver el problema de la seguridad en el país no se sentirá satisfecho, como van las cosas ese escenario se complica. Pero también ha ofrecido resolver el desabasto de medicinas, el mismo cuya existencia desde López Gatell para arriba se había negado, pero acaba de ser cabalmente reconocido por el propio presidente al proponer la creación de un almacén donde se concentren las medicinas provenientes de todo el mundo. Por supuesto, la idea no satisfizo a quienes de eso saben y quedará solo en propósito; sin embargo, el reconocimiento oficial del desabasto pudiera ser buen síntoma para esperar a su solución. Aunque de algo debemos estar ciertos: el paradigma de un sistema de salud semejante al de los Países Bajos lamentablemente ya luce inalcanzable, el tiempo se agota y aumentan los problemas para enderezar a este sector tan importante para gobierno y gobernados.