En cualquier otro sexenio que el presidente de la República se refiriera a algún político o colaborador como «mi hermano» era sin duda un gesto de cercanía y aprecio que, para el aludido, significaba subir automáticamente su imagen y sus bonos políticos. Pero en el actual gobierno de López Obrador, que el mandatario se refiera a alguien como «mi hermano», se ha convertido casi en una maldición, una marca que augura para quien recibe ese mote despido, traición y hasta desgracia política.
Porque la lista de los «hermanos» políticos de López Obrador, que primero sonrieron y se ufanaron públicamente de su cercanía afectiva y política con el actual presidente y que hoy se encuentran en desgracia, degradados y desconocidos por el mismo que les juraba hermandad y cariño, es cada vez más larga e incluye a personajes como Adán Augusto López, Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal, Julio Scherer Ibarra, César Yáñez y algunos otros que un día sintieron que tocaban el cielo por las generosas menciones del presidente hacia ellos y hoy se encuentran expulsados y marginados del primer círculo presidencial.
Es como si el «gran hermano» de Palacio, en lugar de Andrés se llamara Caín y, cada vez que reconocía y ensalzaba a otro «hermano» con su lenguaje zalamero y florido, al final terminara matando, con su quijada de burro, a aquellos que reconoce como parte de su hermandad. Y esa manera caínesca de López Obrador, de utilizar primero y luego golpear y desechar a sus cercanos, aplica no sólo para sus «hermanos» políticos, sino también para sus consanguíneos, como Pío y Arturo López Obrador, dos de sus hermanos carnales que terminaron siendo utilizados para financiar y apoyar su movimiento y que después fueron abandonados o incluso desconocidos por el presidente.
Las historias detrás de todos los «Abeles» a los que ha ido dejando tirados en el suelo el «Caín» de Palacio son muchas y tienen en común la decepción y el desencanto en que terminan muchos de los que recibieron el golpe brutal de la quijada de burro. Los más recientes y que todavía van por ahí sufriendo y lamentándose, sin poder creer que el presidente, quien los llamó «mi hermano» les haya hecho eso, son sin duda Marcelo Ebrard y Adán Augusto López.
De los dos, el más dolido y sorprendido del trato que recibió del «gran hermano» tabasqueño es sin duda Adán Augusto. Su reciente reaparición pública, tras haberse ausentado por unas largas vacaciones con su familia, dejó ver a un Adán cambiado, con el pelo y la barba canas y con una expresión que ya no era la del poderosísimo secretario de Gobernación que llegó a ser visto por todos en este país, como el «hombre de mayor confianza», el «operador más cercano», «el hermano que más conoce al presidente».
El tabasqueño se duele y se lamenta cuando está con amigos preguntándose: «¿Por qué me hizo esto el presidente? nunca me esperé este trato de quien decía que era su hermano?». Y es que Adán lo perdió todo y fue literalmente expulsado del paraíso lopezobradorista con decisiones que tomó directamente el presidente: su humillante cuarto lugar en las encuestas y una inversión millonaria que perdió en su fallida campaña; el control de la candidatura morenista en Tabasco, el estado que gobernó, y también en Chiapas, donde Claudia Sheinbaum impondrá candidata, además del inmenso poder que lo convirtió en el interlocutor político y hasta empresarial de este gobierno durante los dos años que ocupó el despacho de Bucareli.
Lo más que rescató el exsecretario de Gobernación fue una comida con su «hermano» en Palacio Nacional el pasado 11 de octubre en la que lo invitó de nuevo a integrarse al gabinete, algo que declinó Adán y que el propio presidente comentó al día siguiente entre risas y carcajadas en su mañanera: «Saludé a Adán, lo extrañaba, ya tenía tiempo que no lo veía, es mi hermano, lo estimo mucho, es un profesionista de primer orden, muy buen servidor público y estuvimos platicando, hasta lo quería invitar a que se regresara acá, pero tiene otros planes», dijo el presidente que soltó una carcajada cuando los reporteros le preguntaron por los planes de su paisano tabasqueño.
El otro caso reciente es el de Marcelo Ebrard, que después de haber sido llamado infinidad de veces «mi hermano» por parte del presidente y de haberse convertido también en el operador de todas las confianzas que manejaba a su antojo la relación con Estados Unidos y le resolvía al presidente todo tipo de crisis, desde las migratorias, las amenazas de Trump, la compra de pipas para Pemex y hasta la compra de las vacunas contra el Covid, lo que le valió el mote del «bombero» o «apagafuegos» de este gobierno.
Hoy Marcelo no sólo está cada vez más lejano y rumiando su derrota por las transas y violaciones que le hicieron en Morena, sino que aún le manda mensajes de «lealtad» al presidente, mientras espera una respuesta cada vez más tardada de su partido, al tiempo que mantiene abierta la puerta de MC donde su amigo y compadre, Dante Delgado, lo espera con la paciencia de la Penélope de Serrat para hacerlo candidato emecista a la Presidencia.
A Ricardo Monreal el presidente lo mató y lo engañó dos veces con la quijada de burro. Primero cuando lo culpó de la derrota de Morena en la CDMX en 2021, por las insidias de Sheinbaum que se justificó de su torpeza política acusando al zacatecano, lo que le valió casi dos años de enfriamiento y alejamiento del inquilino de Palacio; y la segunda vez que Monreal volvió a recibir el golpe del «Caín» de Palacio fue en el proceso interno de Morena, en el que López Obrador, que lo volvió a recibir y le pidió su apoyo para legitimar ese proceso, a cambio de darle preferencia a la candidatura a Jefe de Gobierno de la CDMX, volvió a dejarlo colgado y volvió a incumplirle su promesa. Alguna vez Ricardo declaró: «Prefiero no ser nada, antes que traicionar al presidente». Y se le cumplió.
De Julio Scherer la historia de cómo fue encumbrado como «el máximo operador del presidente», «el interlocutor político» con el que todos querían hablar, el que tenía el control del oído y de la puerta del presidente, y el que operaba por encima incluso de la entonces secretaria de Gobernación y manejaba las relaciones con los poderes, hacía reformas constitucionales y era el conducto con los grandes empresarios, es de sobra conocida, al igual que su inesperada caída en septiembre del 2021 cuando, sin avisarle previamente, el presidente anunció su sustitución en la Consejería Jurídica. Scherer Ibarra sigue manteniendo una relación fraterna con López Obrador y su familia, pero cada que puede les dice a sus cercanos: «No vuelvo a cometer el error de aceptar un cargo político», argumentando que terminó perdiendo en su despacho y en sus temas familiares.
Pero quizás el caso más palpable del estilo político del «úsese y deséchese» de López Obrador, con aquellos a los que llamaba «hermanos», es el de César Yáñez, su exvocero y acompañante de toda la vida, a quien su boda y una portada en la revista Hola, le costaron perder años de cercanía, afecto y hasta contacto personal con el presidente. A Yáñez quizás AMLO no lo mató políticamente, porque le dio un cargo simbólico en Palacio Nacional, aunque muy poco volvió a verlo ni le dio funciones de confianza, y después lo mandó con Adán Augusto a Gobernación, pero igual que muchos de los antiguos «hermanos», a César se le escucha hablar con dolor y decepción cuando recuerda cosas tan personales como que él le cortaba el pelo y hasta le ponía las pijamas al tabasqueño cuando caía rendido en sus interminables recorridos por la República.
Según la narración bíblica, Caín mató a Abel por envidia, luego de que los dos le presentaran ofrendas y sólo la de Abel fuera del agrado del señor. Con los huesos de la quijada de un burro el hermano celoso golpeó hasta matarlo a su propio hermano, sufriendo la ira de Dios y el destierro. Pues el «Caín» de Palacio quizás no actúe por celos, sino más bien por maquiavelismo político y pragmatismo. El primero besa a sus «hermanos», los utiliza y exprime mientras ellos le presentan «ofrendas» con las que buscan agradarlo y complacerlo en todo, y luego cuando ya no le sirven, les asesta el golpe mortal con su quijada y los expulsa de su poder y cercanía, aunque los siga llamando «hermanos» y les ofrezca cargos y posiciones. Sólo que este «Caín» de Macuspana no sufre la ira de Dios, él es la ira de Dios.
Giran los dados. Serpiente Doble.