Serpientes y Escaleras
Salvador García Soto
La decisión de que no sería Omar García Harfuch el candidato de Morena a la Ciudad de México se tomó 72 horas antes del anuncio oficial de los resultados de las encuestas de Morena. Desde el martes pasado, las señales que se dieron directamente de Palacio Nacional, indicaban claramente que el ex secretario de Seguridad capitalino no tenía el visto bueno del presidente López Obrador, que si bien nunca se pronunció abiertamente a favor de Clara Brugada, sí dejó ver a los dirigentes de su partido, que Omar no debía ser postulado.
Dicen los que hablan directamente con el presidente que en los temas de candidaturas y postulaciones de su partido el presidente nunca les dice quien sí, pero sí deja muy claro quién no y justo esa fue la señal que les dio sobre García Harfuch. Y una vez que esa señal salió del Palacio ya no hubo bastón de mando que aguantara y el jueves pasado le comunicaron a Claudia Sheinbaum que su candidato a Jefe de Gobierno simplemente no iba y aunque ella se resistió y trató de pedir explicaciones, al final se disciplinó; guardó su orgullo junto con el bastoncito y fue ella misma quien ese día por la noche le comunicó a Omar que él no sería y que tenía que declinar a favor de Clara Brugada.
El viernes pasado por la mañana el mismo aspirante comenzó a llamar a sus principales colaboradores y estrategas de campaña para comunicarles la decisión: «No voy a ser yo y declinaré a favor de Clara», les dijo personalmente a sus más cercanos, antes de que saliera la tarde noche de ese viernes para declarar ante los medios que él «acataba las reglas y las decisiones de Morena» y que a pesar de haber ganado la encuesta, se hacía a un lado para dar paso a la candidatura de la exalcaldesa de Iztapalapa.
Hacia afuera el policía que aspiró a la política quedaba como un ejemplo de institucionalidad y, desde las cuentas de redes y medios afines a la 4T, se le exaltaba y se le presentaba como «ejemplo de madurez y civilidad» y como la antítesis del berrinche de Marcelo Ebrard. «El sí fue capaz de hacer lo que no pudo Ebrard», decían lo mismo bots que opinadores afines al lopezobradorismo.
Y aunque no estaban equivocados, tampoco explicaban que a García Harfuch no le dejaron otra opción, primero por la feroz y encarnizada guerra que le hicieron los llamados «puros» de Morena, que lo acusaron de todo y que lo mismo lo llamaban en sus reuniones privadas el «galán de balneario», como lo apodó el director del Fondo de Cultura Económica, Paco Ignacio Taibo II, hasta toda clase de epítetos que le lanzaron los columnistas, intelectuales y articulistas al servicio del vocero presidencial Jesús Ramírez, como decir que «es muy básico y carece de toda formación social» o la consigna que se fijaron los duros morenistas, autoerigidos como los guardianes de la moral de la 4T, de que «un policía no puede gobernar la CDMX».
Pero si bien la campaña de los «puros» morenistas fue inmisericorde y logró hacer mella en la imagen y la viabilidad de la candidatura de García Harfuch, también el aspirante claudista cometió errores graves que le ganaron el veto del presidente. En un intento por defenderse y responder a la guerra lanzada en su contra, desde su cuartel de campaña se comenzaron a mover expedientes negros en contra de Clara Brugada que se hicieron llegar a periodistas y columnistas con información en contra de su contrincante. Los duros respondieron filtrando que en el equipo de estrategia de Omar estaba trabajando Juan José Lecanda, un conocido operador priista de toda la vida.
El vínculo directo de Lecanda con el exsenador priista Emilio Gamboa, de quien fue su secretario particular por muchos años, le dio pie a los radicales de Morena para que le fueran a acusar ante López Obrador que le estaban haciendo «guerra sucia» a Clara y que además lo hacían con políticos del priismo. «Usted y su movimiento no van a ganar si él es candidato, es el regreso del más viejo PRI. Esos priistas andan alardeando que ellos son los dueños del balón», le dijo el jefe de toda la operación contra Omar, el mismo que todas las mañanas envenena el oído del presidente.
Así que en lugar de dañarla con los expedientes movidos por sus operadores, García Harfuch terminó victimizando a Brugada y, como es bien sabido, López Obrador siempre compra y defiende a los que cree víctimas, de ahí que su respuesta fuera ejercer su veto en contra del aspirante que en un principio le había autorizado a Claudia Sheinbaum sin ponerle objeciones. Ahí fue cuando se revirtió todo, tres días antes de que se conocieran las encuestas de Morena, por decisión directa del presidente.
Al final, Omar García Harfuch a quien seguramente le espera un cargo en el eventual gabinete de Sheinbaum, lo más seguro es que en las áreas de Seguridad federal, terminó pagando la misma penitencia que siempre pagó su linaje político: la de la lealtad y la institucionalidad. Porque su abuelo, el general Marcelino García Barragán, llegó a tener el ofrecimiento de tomar por asalto el poder de la Presidencia de la República, a través de un golpe de Estado y rechazó tajantemente ese acto de deslealtad. En septiembre de 1968, un par de semanas antes de la masacre de estudiantes en Tlatelolco, al general lo buscaron personajes del gobierno de Estados Unidos, incluido el embajador de ese país en aquel momento, para ofrecerle todo el apoyo para que diera un golpe de Estado.
El general les respondió que tenía que pensarlo y lo que hizo fue que esa misma noche, ya casi de madrugada, llegó hasta la residencia presidencial y pidió que despertaran al presidente Díaz Ordaz. Iba acompañado de un grupo de generales y cuando salió el mandatario le contó todo sobre la reunión que tuvo con los estadunidenses, le dijo que le ofrecieron apoyarlo si tomaba el poder por la fuerza militar, pero que en ese momento, junto con sus generales, le reiteraba el juramento de lealtad incondicional a su Presidencia.
También el padre de García Harfuch, Javier García Paniagua, pagó el precio de la institucionalidad cuando, en 1982 buscó ser candidato a la Presidencia por el PRI, partido que dirigió como presidente. El argumento de los apoyadores de don Javier, en aquel momento, era que a él le correspondía ser candidato «por la lealtad que tuvo su padre con el sistema», pero al momento de decidir, José López Portillo lo hizo a favor de Miguel de la Madrid, lo que provocó la ira de don Javier, que renunció al PRI en octubre de 1981, pero aún así le ganó su institucionalidad y aceptó ser el secretario del Trabajo por dos meses, para renunciar en diciembre de aquel año y retirarse de la política, hasta que en 1991 aceptó ser secretario de Seguridad Pública del DF y luego director de la Lotería Nacional invitado por el presidente Carlos Salinas de Gortari.
Por eso no sorprende que ahora Omar García Harfuch haya aceptado la decisión presidencial de que no sería candidato y haya actuado con la misma institucionalidad que aprendió de sus antepasados. Al final el conjunto de frivolidades que rodearon a su campaña, con una imagen totalmente centrada en lo mediático y en la que lo equiparaban con un personaje de ficción como Batman, junto a su acercamiento a viejos operadores del priismo, fueron el peor pecado de Omar e influyeron para que el inquilino del Palacio Nacional le retirara su apoyo y, de paso, hiciera pedazos el liderazgo y el mando que le había entregado a Claudia Sheinbaum.
Los dados abren con Serpiente Doble. Se viene fuerte la semana.