Hace un mes, cuando todavía repetía públicamente «yo voy a estar en la boleta presidencial del 2024», Marcelo Ebrard ya se había sentado a negociar con Claudia Sheinbaum. A pesar del odio personal y político que se tienen, la virtual candidata buscó al excanciller para ofrecerle una negociación y él aceptó. A sus seguidores y a todo el país, les seguía diciendo que sería candidato presidencial, despertando expectativas de un proyecto disidente que enfrentaría a Morena, porque al mismo tiempo mantenía el diálogo con Dante Delgado para ser candidato por Movimiento Ciudadano; pero ya para entonces Ebrard había reculado y, tragándose su orgullo que no es poco, estaba hablando con la mujer a la que descalificó y acusó de las peores prácticas políticas y democráticas.
Se podría decir que Marcelo engañó por más de un mes a sus seguidores y a la opinión pública y que desde que acudió a la primera cita cara a cara con Claudia, ya había tomado la decisión de no pagar el enorme costo político (y quizás hasta legal o penal) que hubiera tenido para él enfrentarse directamente al presidente López Obrador. Pero aún así mantuvo viva la expectativa, blofeando y mintiendo con su poker face, cuando ya no tenía ningún juego y se había, literalmente doblado, ante el bastón de mando de Sheinbaum, a la que terminó por reconocerle un liderazgo.
Hubo un segundo encuentro entre los dos antagónicos, hace poco más de una semana, en el que ya Marcelo, si bien seguía hablando con su amigo Dante, había decidido que no tenía garantías con MC para que se respetara su proyecto y no quería volver a competir con Samuel García y menos en encuestas. Y en esa segunda reunión con Sheinbaum, Ebrard ya puso sobre la mesa sus peticiones que, según fuentes cercanas fueron: que se emitiera la respuesta de la Comisión de Honestidad y Justicia de Morena reconociendo las irregularidades y violaciones cometidas en el proceso, aunque no se anulara la elección; que se reconociera su 25% en la encuesta interna y a partir de eso se les autorizara la reelección a los diputados y senadores que lo apoyaron, y que a los que quieran competir por algún cargo de sus simpatizantes y equipo, se les dé también la oportunidad.
A partir de ese momento, y luego de que Claudia aceptó las peticiones de quien fuera su adversario interno, se había muerto la aspiración presidencial de Marcelo. Le avisó a Dante que no se inscribiría, porque no iría a una nueva competencia por encuestas; pactó con Sheinbaum que se le diera espacio y se reconociera a su agrupación política «El Camino de México» como una corriente interna de Morena y, sobre todo, se disciplinó ante el presidente, con quien quiso evitar a toda costa un doble pleito: primero por romper con la 4T y luego por enfrentarse al candidato de López Obrador por MC, el gobernador Samuel García, a quien el propio Ebrard ubicaba como «el proyecto de Palacio Nacional» para dividir el voto opositor.
Lo demás fue parte de un guion que bien podría titularse «la rendición del carnal»: el presidente le pidió desde la conferencia mañanera del viernes en Tijuana que «no fuera a enloquecer»; la Comisión morenista emitió su dictamen sobre la queja ebrardista de violaciones graves al reglamento interno y a las leyes electorales, reconociendo «prácticas indebidas cometidas por militantes» y ofreciendo sanciones; Marcelo anunció que fijaría su posición hasta ayer lunes, con lo que tácitamente decía que no se inscribiría en el proceso interno de MC, y así terminó el sueño presidencial de uno de los políticos que se decían mejor preparados y experimentados para el cargo.
A partir de ahí el evento de ayer, en donde ya muchos de los morenistas que lo apoyaban decidieron no acompañarlo, terminó siendo algo penoso, rayando en la ridiculez. La imagen de Marcelo Ebrard sonriente, acompañado de su esposa, intentaba mostrar que finalmente ganó algo, aunque claramente era la viva imagen de la derrota. Y sí, tal vez el excanciller se conformó con las promesas de Sheinbaum y con un documento en el que la Comisión morenista apenas reconoce «prácticas indebidas» pero advierte que no anulará el proceso interno, pero eso comparado con lo que él le ofreció a los mexicanos y con las expectativas que despertó, es lo mismo que nada.
Ayer, en redes sociales, se comentaba como la «gran exclusiva» que Marcelo Ebrard decía que sería candidato presidencial en el 2030, y aunque tendría el derecho y la posibilidad, ya nadie se tomó con seriedad cualquier aspiración del canciller. No son pocos los personajes de la política, de los medios y de la comunicación que le escucharon decir a Ebrard, siempre en tono molesto y hasta con palabras altisonantes, lo que pensaba de Claudia Sheinbaum a quien, lo más suave que se refería, era llamarla «tonta» o «desconocida»; y sin embargo tuvo que doblegarse ante ella y sentarse a negociar desde el liderazgo de esa mujer a la que creía inferior políticamente.
Porque claramente Marcelo le tiene miedo y temor a López Obrador; se lo tuvo en 2012 y se lo volvió a tener en 2023, tanto que prefirió arruinar su imagen de político de trayectoria autónoma y convicciones propias, para escudarse en un discurso de «lealtad partidista» y «apoyo al proyecto de la 4T». Quizás pueda continuar la carrera política de Ebrard, aun cuando claramente ya perdió el último tren presidencial; pero si continúa ya no será con la misma imagen y el reconocimiento que despertaba su experiencia e inteligencia política. Podría decirse que ayer se terminó el mito del político serio, preparado e inteligente que había forjado Marcelo Ebrard, para dar paso a un político militante más, al que ya etiquetaron de «traidor» en Morena y nada le garantiza que le vayan a respetar las negociaciones si es que se hacen del poder… Los dados repiten otra Serpiente. Segunda caída de la semana.