sábado, noviembre 23, 2024

Marcelo y el síndrome de Estocolmo


En el 2012, cuando las tres encuestas que mandó a hacer el PRD para elegir a su candidato presidencial hablaban de un empate técnico entre Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard, pero con ventaja en dos de los sondeos para el entonces Jefe de Gobierno de la CDMX, el grupo de Los Chuchos, que tenía entonces el control del partido, le dijo a Marcelo que reivindicara su ventaja y que ellos lo apoyaban para que fuera el candidato, haciendo a un lado al tabasqueño; pero Ebrard dudó en enfrentarse a AMLO y al final decidió hacerse a un lado y cederle la nominación para las elecciones de aquel año.

Y volvió a negarse a enfrentarlo incluso cuando el presidente Felipe Calderón le ofreció a Marcelo que se lanzara como candidato del PRD y que el PAN haría una alianza con el sol azteca para postularlo como candidato común en las elecciones presidenciales. Los Chuchos habían hablado con Calderón y éste les ofreció que el panismo postularía a Ebrard en alianza con tal de que él no tuviera que regresarle la presidencia de la República al PRI, algo que para el entonces presidente era una afrenta que lo atormentaba al grado de que visitaba la tumba de su padre en Morelia para llorar, angustiado porque no quería ser el presidente panista que devolviera al priismo a Los Pinos.

Pero además Calderón, al ofrecerle una alianza en favor de Marcelo, también mataba dos pájaros de un tiro: primero evitaba la vergüenza de tener que regresarle la banda presidencial al priista Enrique Peña Nieto, que era el favorito en las encuestas, y segundo también eliminaba de la jugada presidencial a López Obrador, quien después de sus plantones y acusaciones de fraude en 2006, ya se había convertido en un opositor muy incómodo para la presidencia calderonista. Cuando Felipe buscó la alianza con el PRD para postular a Ebrard ya era candidata panista Josefina Vázquez Mota, pero su campaña ya había dado señales de que no levantaría.

Es decir, que una y otra vez, a lo largo de las dos últimas décadas, Marcelo Ebrard evitó enfrentarse y romper con Andrés Manuel López Obrador, a quien conoció desde la época de 1991 cuando, en su «éxodo por la democracia» desde Tabasco en 1991, llegó al Zócalo a protestar por los resultados electorales de aquel año en su estado. Es bien sabido que como regente capitalino Manuel Camacho Solís toleró y cobijó la protesta de López Obrador en el Zócalo, al grado que el tabasqueño recibió financiamiento desde el Gobierno del DF y era precisamente Ebrard el encargado de tratar con Andrés Manuel y llevarle los apoyos con los que extendió su plantón en la plancha de concreto por casi dos meses.

Pareciera que la «lealtad y congruencia» que argumenta el excanciller para no romper con AMLO es más bien una suerte de síndrome de Estocolmo, en donde el secuestrado desarrolla un afecto y cariño por su secuestrador, aun cuando le esté coartando su libertad y lo mantenga cautivo bajo sus órdenes y control. Y en ese sentido, Marcelo peca de ingenuidad al creer que, así como él interpretó en 2012 que, tras cederle el paso al tabasqueño, éste reconocería su gesto y lo haría candidato en el futuro, ahora se está creyendo que Claudia Sheinbaum y sus amigos «Los Puros» le van a cumplir con sus demandas de reconocimiento a su corriente política dentro de Morena y con espacios y candidaturas para sus seguidores que son diputados y senadores.

Más tardó Ebrard en salir a los medios para compartir su decisión de quedarse en Morena, a partir de su negociación con Claudia Sheinbaum, que la virtual candidata presidencial saliera a desmentirlo y a decir que «en Morena no hay corrientes internas porque las prohíben los estatutos» y a desmentir a Marcelo en sus afirmaciones de que acordó con ella el reconocimiento a su grupo como «la segunda fuerza» dentro del morenismo. Y no sólo fue Sheinbaum la que le corrigió la plana al ex canciller; toda una batería de personajes, analistas e ideólogos de la 4T salieron a coro para descalificarlo y decirle que se equivoca si cree que se le reconocerá como disidencia interna.

«¡Así no, Marcelo! Sorprende que un político con tanta experiencia actúe con tanta altanería. Pretendió Ebrard, en su regreso al partido, al que endilgó epítetos feroces, abrirse paso a patadas, en lugar de restaurar heridas, de ganarse la confianza de dirigentes y militantes a los que ofendió públicamente», decía ayer en sus redes sociales el productor Epigmenio Ibarra uno de los ideólogos de la 4T y panegirista de Claudia Sheinbaum y del régimen.

Así que, en su incapacidad para enfrentarse a quien ha sido su captor político, Marcelo Ebrard apostó de nuevo por la congruencia y la lealtad que ya en otras ocasiones le ha demostrado a López Obrador. Y lo hizo sentándose a dialogar y negociar con una mujer a la que desprecia políticamente con tal de evitar la confrontación directa con el presidente, que de inmediato lo felicitó y le reconoció el que «sea un político responsable y sensato».

Pero de eso a que los odios irreconciliables entre él y Claudia Sheinbaum se hayan terminado por más acuerdos políticos y civilizados, hay todo un trecho. Y si apenas unos días después de haber negociado, la virtual candidata y sus fieles operadores e ideólogos, salen a desmentir y a corregir a Ebrard públicamente, diciéndole que no se crea líder de ninguna corriente interna o disidente, entonces queda muy claro que difícilmente le cumplirán al ex canciller sus peticiones mucho menos si la señora llega a tener el poder. Porque, a estas alturas para todos queda claro lo que todos advierten dentro y fuera de Morena: que «Claudia no es Andrés Manuel», y si su amigo en el que tanto confiaba nunca le cumplió ni valoró su lealtad, mucho menos lo hará Sheinbaum a quien tanto cuestionó.

Dados girando. Capicúa. Se repite el tiro.

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