La imagen de ayer, para el contexto político de México, fue la «aplanadora» de Morena, tomando formas humanas en una fotografía del encuentro de Claudia Sheinbaum, la virtual presidenta electa, con los próximos diputados y senadores de Morena que formarán, a partir de septiembre, una de las mayorías absolutas más contundentes y aplastantes de la historia legislativa de este país, comparable sólo a las mayorías tricolores de la era priista, en el viejo régimen del «Partido de Estado», pero incluso mucho más abrumadora y beligerante que cualquiera de las mayorías del viejo PRI.
El momento captado por las cámaras fotográficas al mediodía de ayer, en el céntrico edificio del WTC de la Ciudad de México, refleja muy gráficamente lo que se avecina para el gobierno y la vida pública de este país: la próxima mandataria Sheinbaum rodeada de los más de 400 diputados y senadores de Morena, el PVEM y el PT y de los próximos liderazgos de la Cámara de Diputados y del Senado de la República, conformando una masa humana que bien podría asemejarse a una mole que está dispuesta a arrasarlo y derribarlo todo a su paso.
Es como si de lo que se tratara la «transformación del país», es destruir todo lo poco que funcionaba bien en este país y sustituirlos con modelos que fracasan estrepitosamente, como ocurrió en este sexenio en el sector salud, donde eliminaron el Seguro Popular por el fracasado Insabi, la distribución privada de medicamentos al sector público, por sospechas de corrupción nunca probadas ni denunciadas y el cambio de la estrategia de seguridad federal de la confrontación y la lucha contra el crimen organizado, pasamos a la estrategia de los «abrazos, no balazos», que desapareció la fuerza del Estado para cederle el territorio y la explotación de los mexicanos, vía los impuestos de la extorsión y el derecho de piso.
Y si a esa imagen se le suma el discurso del dirigente nacional de Morena, Mario Delgado, en el evento del WTC, proclamando que las mayorías contundentes y soberbias de Morena no piensan molestarse en consultar a las minorías de la oposición en el próximo Congreso de la Unión su opinión sobre las 20 reformas constitucionales que pretende el presidente López Obrador, porque dan por descontado que no estarán de acuerdo con las propuestas del oficialismo, entonces habría que preocuparse de un movimiento y un sistema que pretende instaurar una «tiranía de las mayorías», sin escuchar o tomar en cuentas las voces disidentes y que no comparten la visión ni la versión oficial.
Pero en los momentos de mayor tentación autoritaria, cuando incluso economistas e intelectuales orgánicos de la 4T les advierten que no se puede iniciar un nuevo gobierno sobre la destrucción y «transformación» de uno de los tres poderes del Estado e incluso, el exintegrante de la Junta de Gobierno del Banco de México, Gerardo Esquivel, les recuerdan la máxima del hombre araña, de que «un gran poder conlleva una responsabilidad» para que no confundan el mandato electoral mayoritario con una mayoría soberbia y dictatorial que apruebe reformas sin medir ni calcular sus efectos económicos, surgen algunas señales, al menos en el discurso, de que la soberbia de las cúpulas morenistas no será la regla ni la divisa del próximo gobierno.
Porque ayer, luego del desplante de Mario Delgado y de la contundencia de la imagen de un movimiento al que el electorado le concedió «todo el poder», se escuchó la voz de la futura Presidenta, que no sólo moderó sino condenó el tono altanero y sobrado del dirigente nacional de Morena. En contraposición total a lo que pregonó Delgado, la doctora Claudia Sheinbaum pidió «humildad» y «austeridad» ante el inmenso voto popular que respaldó a su movimiento: «Para terminar, a todas y a todos, debemos seguir siendo ejemplo, todos, de austeridad, el poder es humildad y nuestro mandato, como servidores públicos, es servir al pueblo de México. No lo olvidemos nunca», dijo la Presidenta electa a todos los morenistas que tendrán las mayorías absolutas en el Poder Legislativo en los próximos tres años.
El mensaje de Claudia Sheinbaum, si no es más que retórica, es un rayo de luz para los derechos de las minorías y el derecho a disentir en este país que pretenden desconocer los que se jactan de ser la mayoría. Y de ser honesto y sincero el llamado de la futura Presidenta -que deseamos que lo sea- significa entonces que la moderación desde la Presidencia de la República se impondrá a los grupos y liderazgos de Morena que proponen arrasarlo todo en aras de lo que ellos llaman «la transformación» del país, pero que en la realidad puede terminar no siendo ni lo más urgente ni lo más positivo ni lo más benéfico para el país en estos momentos en los que lo que necesita México es un gobierno que dé certidumbre a los miles de millones de dólares en inversiones de todo el mundo que intentan llegar a México como la nueva puerta de entrada al codiciado mercado de consumidores de los Estados Unidos.
Para decirlo más que claro, Sheimbaum mandó ayer dos tipos de mensajes: el interno, que fue llamar a la unidad interna para que no se resquebraje la poderosa mayoría de Morena por diferencias con el PT o el PVEM; y el mensaje externo, hacia el resto de los mexicanos ofreciendo «humildad y austeridad» en el ejercicio del Poder. Lo primero se le agradece y se le reconocerá a Sheimbaum si llega a cumplirlo y, lo segundo, será una austeridad obligada por el presupuesto federal casi en ceros que le dejará el presidente saliente, López Obrador… Se baten los dados. Capicúa y se repite el tiro.