Don José Ortega y Gasset, un clásico

De don José Ortega y Gasset lo más difundido en círculos del café es su frase “soy yo y mis circunstancias”, en su filosofía de la vida el centro lo ocupa la visión individualista, particular de cada uno, respecto del conjunto social, lo llamó perspectivismo. Pero, para no incursionar en presunciones académicas, para lectura de sábado de gloria, aquí insertamos una breve narrativa acerca de la opinión de este gran filosofo español respecto al...
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Otra catástrofe. ¿De veras quieren destruir a México?

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Eufemismos

Sin tacto
Por Sergio González Levet

[Por razones del tema, me veré precisado a poner aquí algunas palabras de grueso calibre, lo que no acostumbro. Espero que las personas de sensibilidad progresiva entiendan esa necesidad].

Nos sucede a menudo a todos que cuando queremos componer un dislate terminamos haciéndolo más grande. Particularmente, eso pasa mucho con el lenguaje, porque insistimos en parecer elegantes al usarlo y solamente alcanzamos a ser ridículos.

Vean los eufemismos. La RAE los define como “Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”, y enlista una buena serie de sinónimos: “indirecta, alusión, rodeo, perífrasis, circunloquio, atenuación, ambigüedad, disimulo.”

Dicho de forma llana, usamos el eufemismo para no decir palabras y expresiones vulgares, groserías pues, de las que tan llenas está nuestra habla mexicana… y que tan pegajosas son.

Escucho el discurso de aceptación del doctorado honoris causa que le dio la Universidad Autónoma de Nuevo León a Joan Manuel Serrat y el gran poeta relata que se tuvo que venir a vivir a México en 1979, exiliado por la dictadura franquista, y que fue conquistado por nuestro país y nuestra gente. “Le entré al taco, al chile, a los albures… y aprendí lo lejos que queda la chingada”.

Mal hablados somos por naturaleza y por historia. El lingüista don Juan Miguel Lope Blanch me dijo hace muchos años que él consideraba que las groserías mexicanas habían nacido como eufemismos. Los insultos españoles se circunscriben a exclamaciones que tienen que ver con votar a Dios (¡voto a Dios!, gritan, como acá los chairos votan por AMLO) o a hacer sus necesidades más grandes en todo lo que se les ocurra: me cagun la mar oceana, ¡me cagun Dios!, etc.

Así que los pobres monjes le imploraban a los indios: No digas “¡Me cagun en el rey!”, di mejor “Pendejo”, o “Cabrón” Y así pudo haber nacido el rico lenguaje malsonante mexicano.

Debo reconocer que en mi habla diaria yo he sido picado por el virus -lo que confieso no sin pena ajena-, pero es que resulta tan sano y tan exultante decir frases como: “¡Ay, qué ganas tengo de decir chingao!”, así, totalmente exclamativa.

Por eso en mi diario peregrinar por las calles al volante del auto terminaba por caer en ese vicio nada solitario, y exclamaba cuando algún cafre arrimaba sin gentileza su laminada humanidad, convertida en un camión sonante y tronante: “¡Órale cabrón!”

O cuando alguna señora en su camionetota trataba de ganarme el lugar que yo merecía en la fila de coches: “Pinche vieja” (sí, sí, lo confieso, alguna vez cometí esa tremenda falta, y en presencia de mis hijos adolescentes, pero he pagado por ella en mi conciencia y he dado señales claras de arrepentimiento).

Eso sí, recurrí al eufemismo pensando en los oídos candorosos de mis vástagos y me acostumbré a gritar mejor:

—¡Tenga usted cuidado, honorable caballero!

O, en el caso terrible de la señora:

—Por favor, ¡vaya más despacio, distinguida dama!

No sabe igual decirlo así, pero mis hijos aprendieron a hablar un poco menos mal.

sglevet@gmail.com

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