sábado, febrero 22, 2025

Tongolele

Juegos de Poder

La única condición que nos puso fue que la entrevistáramos en su casa. Desde luego que aceptamos. Nos recibió en su estudio en la parte superior de la vivienda en la colonia Condesa. El cuarto estaba lleno de pinturas y fotografías de ella. Fue un privilegio conocer en persona a Yolanda Montes.

Empezó a bailar en San Francisco. Su abuela tenía discos tahitianos. A puerta cerrada bailaba con ellos. Siempre fue una bailarina natural. Nunca le dio nervio salir al escenario. Disfrutaba mucho su profesión. No tenía rutinas. Lo suyo era la espontaneidad. Siempre cambiaba de acuerdo a cómo iba sintiendo la música. Y siempre prendía al público que la veía.

Empezó de muy chica a trabajar. Tenía 15 años, pero se hacía pasar por una adulta de 18. Conoció al cantante, compositor y percusionista cubano Miguelito Valdés, quien la llevó a Los Ángeles. De ahí la invitaron a trabajar en Tijuana, después a Mérida y finalmente a la Ciudad de México. Comenzó en un show cubano. Y aquí, en la capital de la República, se afincó.

Empezaba la década de los cincuenta. Lo que más le sorprendió de México fue su colorido. Era un país alegre. La Ciudad de México la impresionó. Aunque le pagaban más cuando trabajaba en teatros populares, le encantaba bailar en los cabarets exclusivos donde las mujeres vestían finas pieles. Era una época glamurosa.

Yolanda no hablaba nada de español. Había nacido muy lejos de nuestro país, en Spokane, Washington, casi en la frontera con Canadá. Aprendió el castellano poco a poco ya aquí en México. Sin embargo, a pesar de tantos años, seguía teniendo acento inglés.

Era una estrella que logró mantenerse vigente durante décadas. Yo, antes de entrevistarla, la había visto en la obra de teatro Perfume de gardenias. Con música de La Sonora Santanera, Tongolele hacía que el público la aplaudiera a rabiar. Ya era una mujer entrada en años. Sin embargo, se movía igual que en las películas de los cincuenta.

Y es que, como nos confesó en la entrevista que le hicimos, nunca había dejado de bailar. Allí, en el estudio de su casa, se ponía un leotardo con unos flecos e improvisaba. Tenía un sentido del ritmo como pocas personas en el mundo. Lo suyo era la danza con tambores que ejecutaba con una naturalidad sensacional.

Qué maravilla de nombre artístico: Tongolele. La historia oficial dice que se lo puso un promotor. Ella, sin embargo, tenía otra versión. Yolanda había escogido el nombre de Sandoa. Pero los bongoseros con quien trabajaba le sugirieron que mejor se pusiera Tongolele. Y Tongolele quedó.

Fue amiga de Germán Valdés con quien trabajó en Mátenme porque me muero. Nos confesó que Tin Tan siempre llegaba al set con los ojos rojos de las parrandas de la noche anterior. Ella interpretó el papel de Santanela, una bailarina que trataba de embaucar al pobre protagonista. “Qué mala era”, nos decía Tongolele con su sonrisa pegajosa.

Penetrantes y misteriosos sus ojos azules. “¿Cómo le hace para mantenerse tan joven y vibrante?”, le preguntamos. Nos respondió que se debía a sus “secretos tahitianos”.

De joven, su legendario mechón era natural con su pelo que era rubio oscuro.

Trabajó con Boris Karloff. Admiraba a Pedro Armendáriz, a quien consideraba un gran galán.

Se confesaba romántica. Dos de sus películas favoritas eran Casablanca y Titanic.

Nos contó de las censuras en los años 50 cuando existía la liga de las buenas consciencias. Ella no entendía por qué se escandalizaban con sus bailes. Luego se enteró que el problema es que enseñaba el ombligo. Se moría de risa cuando lo recordaba. El ombligo era un símbolo sexual en el México de entonces. Para taparlo le ponían un cinturón. Así se acallaban las voces moralinas.

Un día la quisieron secuestrar de la misma pista de un cabaret. Los escoltas de un político que estaba en el público la salvaron. El caso salió hasta en la prensa.

En 1951 bailó en El Tropicana en La Habana. La gente hacía colas para verla. Rompió el récord de participaciones en el famoso cabaret cubano. Y, sí, regresó después de la Revolución.

Conoció a Cantinflas, pero éste nunca quiso trabajar con ella. A Mario Moreno, al parecer, no le gustaba que le robaran la cámara.

Aunque su abuela tenía descendencia tahitiana y ella se especializaba en esa danza, nunca visitó Tahití.

“Yo me siento igual que de 15 años. No hago nada diferente porque nunca he parado. Mi musculatura está acostumbrada. Bailo y lo disfruto”, nos dijo doña Yolanda. “Estoy contenta con la vida, no soy nostálgica, vivo en el día”, concluyó.

Terminó la entrevista contándonos que, un día, un mendigo le pidió limosna. Ella no traía dinero y se disculpó. “Entonces deme su autógrafo”, solicitó el indigente. Con las lágrimas en los ojos, Tongolele se lo dio.

Yolanda Montes falleció esta semana. Que en paz descanse Tongolele.

X: @leozuckermann

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