Al presidente López Obrador terminó por alcanzarlo el Covid-19 y hoy se enfrenta personalmente a la enfermedad que le ha costado la vida, oficialmente, a casi 150 mil mexicanos y que ha golpeado como ninguna otra crisis en la historia a la economía, el empleo, el bienestar y la salud del país. En su aislamiento —con síntomas leves y atención médica oportuna según informó él mismo— el Mandatario nacional, al que se le desea una pronta y total recuperación, seguro tendrá tiempo para reflexionar sobre lo que ha hecho y no su Gobierno para enfrentar esta que es la más grave amenaza sanitaria, social y económica que hayamos enfrentado los mexicanos de las épocas recientes.
De entrada, el contagio del Presidente echa por tierra las versiones que afirmaban que ya había sido vacunado en secreto y confirma que, aunque pudo y debió ser el primero en vacunarse como Jefe del Estado mexicano y como lo han hecho muchos otros presidentes, la decisión de López Obrador de no aprovechar su privilegio, que para algunos es un acto de congruencia, pero para otros es más de demagogia e irresponsabilidad, hoy lo pone a él en una situación delicada de salud y al país en un riesgo, si por alguna razón la condición del Presidente llegara a agravarse. Aunque es claro que tiene y tendrá toda la atención médica y los mejores tratamientos disponibles, la edad del Ejecutivo y su condición de padecimientos cardiacos previos lo colocan en situación vulnerable ante el Covid.
A estas alturas nadie debe celebrar ni regodearse con la enfermedad del Presidente y hacerlo sería completamente ruin y mezquino. La decisión del propio López Obrador de que sea la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, la que lo supla en sus conferencias mañaneras, lleva implícito un doble mensaje: primero por la prioridad y el marcado interés que el Mandatario tiene en que no se suspenda su mecanismo de comunicación y/o propaganda que le sigue redituando y defenderá contra viento y marea; y segundo, porque constitucionalmente, según el Artículo 84, en caso de una ausencia absoluta del Presidente, quien asumiría la Presidencia “en tanto el Congreso nombra a un Presidente interino o sustituto” es precisamente la titular de Gobernación. Y no es que nadie invoque ese escenario, pero es claro que en el Gobierno tienen que pensar en todo.
Hasta ahora ninguno de los presidentes en el mundo que han tenido Covid se han agravado en su salud y, salvo el caso de Boris Johnson y Donald Trump que requirieron hospitalización, la mayoría ha salido relativamente rápido y bien de la enfermedad, por lo que es muy probable y deseable que ese también sea el caso del Presidente mexicano. Pero justo hoy que empieza su cuarentena es importante reforzar el mensaje de que estamos en el punto más alto de la pandemia y que si no nos cuidamos y usamos cubrebocas (como nunca quiso usarlo el Presidente) guardamos la sana distancia y evitamos reuniones y encuentros sociales, tarde o temprano seremos parte de la estadística de contagios y seguiremos agravando la situación.
Anoche llamaba la atención en las redes sociales la desconfianza e incredulidad que muchos expresaban en torno al contagio del Presidente y no faltaban quienes le encontraran trasfondos políticos y supuestas intenciones de ocultar al Presidente justo cuando la situación del Covid se vuelve más crítica. Con el respeto a lo que cada quien quiera creer, pensar y opinar, no son momentos para el sospechosismo ni para regodearse de la enfermedad de ningún mexicano incluido el Presidente. A nadie nos conviene ni habla bien de nadie apostar a la desgracia ajena y desear a otros lo que no quieren para sí mismos.