Desde el Café
Bernardo Gutiérrez Parra
En el proceso electoral que está en marcha compiten catorce partidos políticos en Veracruz: PAN, PRI, MORENA, PRD, PVEM, PES, PT, Movimiento Ciudadano, Podemos, Redes Sociales Progresistas, Unidad Ciudadana, Todos por Veracruz, Frente por México y el renacido Partido Cardenista.
Salvo tu mejor opinión lector, son un resto para los 5 millones 700 mil veracruzanos inscritos en el padrón electoral.
Hasta los años setenta había cuatro partidos políticos: PAN, PRI, Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) y Partido Popular Socialista (PPS). Pero a partir de la Reforma Electoral auspiciada por Jesús Reyes Heroles, se multiplicaron como los panes y los peces. Y qué bueno. El problema es que algunos se han convertido en negocios familiares.
Fundado en 1986, el Partido Verde Ecologista de México (PVEM), que originalmente se llamó Partido Verde Mexicano, participó por primera y única vez como organismo independiente en las elecciones de 1991. Y a partir de entonces ha sido un partido de alianzas.
Lo mismo sucede con el Partido del Trabajo fundado en 1990 y patrocinado por Raúl Salinas de Gortari cuando su hermano Carlos era presidente. La única vez que el PT participó solo en una elección fue también en 1991, y tras lograr el 3 por ciento de la votación y asegurar su registro, se convirtió en rémora del PRI, PRD y ahora lo es de Morena.
¿Qué han hecho por la sociedad mexicana? Absolutamente nada. Sus pocos seguidores de a de veras están bien fregados. Pero sus líderes, Emilio González (del PVEM) y Alberto Anaya (del PT) se han hecho multimillonarios.
En Veracruz el Partido Cardenista estaba muerto y enterrado, pero fue sacado de su ataúd por Antonio Luna Andrade, un vividor que lleva años medrando con la pobreza de los veracruzanos, primero a costillas del PRI, luego del PAN y ahora bajo las siglas del PC.
¿Cuál es la aspiración de quienes regentean estos partidos? Tres y muy importantes: conseguir el 2 por ciento de la votación nominal para poder registrarse, asegurar el 3 por ciento de esa votación en su primera elección y aliarse a un partido mayor para medrar de lo lindo.
El espíritu de la Reforma de Reyes Heroles era excelente; crear nuevos partidos que representaran a las minorías. Pero los politicastros retorcieron ese espíritu y convirtieron a los partidos llamados pequeños en cotos de poder y minas de oro inagotables.
¿Qué hacer para evitar que esas inútiles rémoras sigan atracando al erario?
Se me ocurre que para que los partidos de nuevo cuño tengan una verdadera representación, se les exija el nueve por ciento de las firmas del padrón y que se proscriban las alianzas.
México es el único país donde los partidos políticos se coaligan unos con otros. Y ya sin el menor recato, lo hacen con el avieso fin de sobrevivir y negociar por millones de pesos y jugosas canonjías, los pocos votos que le puedan ofrecer al partido mayor.
Esto es una inmoral indecencia que debe terminar lo mismo que el chapulineo.
No se debería permitir por indigno, que un sujeto brinque de un partido a otro. Si ya no desea pertenecer al partido político que lo hizo gente, tan sencillo como que se vaya a su casa. Lo que no se vale que hoy sea alcalde por el partido amarillo y a la siguiente elección amanezca como diputado del partido morado.
Y ni qué decir del factor herencia.
Más de veinte alcaldes veracruzanos quieren heredar el poder a sus hijos, esposas o primos, como si no hubiera más personas capaces en los municipios que gobiernan.
Urge modificar la Ley a fin de que si quiero que mi hijo sea presidente municipal, espere dos elecciones y compita hasta la tercera. Eso sería lo más sano.
Pero por encima de todo, urge que los ciudadanos exijan mejores reglas de juego.
Mientras permitan las inmorales alianzas, mientras existan sujetos que salten de trampolín en trampolín y mientras acepten pasivos que un alcalde herede de manera directa el puesto a algún familiar, que nadie venga a decir que este país es ejemplo de democracia electoral porque eso no sólo es una mentira, es una vil jalada.