La seductora promesa de las vacunas contra la Covid-19 nos está alimentando la esperanza de que alguna vez regresaremos a la vida de antaño, ésa que nos permitía salir a la calle y ejercer lo que más nos define como especie: nuestra inmensa capacidad de relacionarnos con nuestros semejantes.
El ser humano es un animal multitudinario, que se siente bien entre la muchedumbre (y quien no lo hace cae en una serie de considerandos psiquiátricos definidos como traumas, síndromes o complejos de varias envergaduras). Desde que nacemos, lo hacemos en un núcleo familiar en el que somos atendidos con la participación del padre, los hermanos y muchas veces los tíos y los abuelos, y con el involucramiento personal de la madre.
Por cierto, la diferencia entre “participar” e “involucrarse” se puede ejemplificar muy bien a partir de los huevos con jamón. En la hechura de este guiso cotidiano, la gallina participa y el cerdo se involucra. Y sí, el ave de corral simplemente pone un huevo y ya, mientras que el cerdo tiene que ofrendar su vida para que podamos disfrutar de las lonjas del rico embutido.
Y así como somos de gregarios, la pandemia nos obligó a encerrarnos desmedidamente y a permanecer entre cuatro paredes y una familia -en el más acudido de los casos- durante, ¡ay!, un año ya.
Como todo en esta vida, hay hasta tres interpretaciones sobre lo que va a pasar cuando al fin regresemos a las calles y a las fiestas y a las oficinas y a los centros comerciales y a los lugares de entretenimiento, como cines, restaurantes, bares, cafés, etc.
Los optimistas dicen en las redes que vamos a volver totalmente cambiados, con más humanidad a cuestas y una mayor comprensión de nuestros prójimos. Los profetas de la buenaventura prevén un mundo en el que todos seremos mejores, más buenos, más comprensivos, más caritativos. Después del encierro, saldremos a darle la mano y nuestros bienes a nuestros hermanos -que así veremos a todos, como fraternos- y campearán la armonía y la paz en la tierra.
Deberemos prepararnos para tantas bendiciones…
Otros, no obstante, advierten que el nuevo mundo será una jungla en la que predominará la ley del más fuerte, del más desalmado. Los hombres querrán rescatar todo lo que perdieron con la rotura de la economía, con la pérdida de sus empleos, con la difuminación de su patrimonio.
El hombre, lamentan, será más el lobo del hombre que nunca, y la competencia será férrea, sin cuartel, a morir o matar.
Tendremos que estar listos para defendernos como nunca.
La tercera opinión es la de los moderados, que piensan que algunos serán mejores y otros peores, y que el chiste será adivinar cuáles son unos y cuáles otros, para recibir dones o para actuar en defensa propia.
Lo seguro es que sí será un mundo distinto, y hay que prepararnos para cualquiera de las posibilidades.