lunes, diciembre 23, 2024

La guillotina en Palacio Nacional

Robespierre y Desmoulins eran muy amigos. Ambos eran republicanos y apoyaron la Revolución Francesa. Sin embargo, cuando Robespierre se encumbró en el poder como miembro del Comité de Salvación Pública, que instituyó el régimen de terror, Desmoulins se desmarcó de su viejo amigo apoyando posiciones más moderadas.

A finales de 1793, Desmoulins fundó el periódico Le Vieux Cordelier (“El viejo cordelero”), crítico del terror implantado por el gobierno de comités. En su séptimo número, la gaceta publicó:

“¿Qué distingue a la república de la monarquía? Una sola cosa; libertad para hablar y libertad para escribir. Si se permitiera la libertad de prensa en Moscú, mañana Moscú sería una república. Así es que, a pesar de Luis XVI y las dos facciones de derecha, y de todo el gobierno, conspiradores y realistas, la libertad de prensa por sí sola nos ha llevado de la mano hacia el 10 de agosto y terminado con una monarquía de mil quinientos años casi sin derramamiento de sangre”.

Concluía la publicación: “¿Cuál es la mejor defensa de un pueblo libre contra las invasiones de déspotas? Es la libertad de prensa. ¿Y el siguiente mejor? Es la libertad de prensa. Y después de eso, lo mejor sigue siendo la libertad de prensa”.

El ejemplar, sin embargo, nunca salió a la luz pública. Enfurecido, Robespierre ordenó quemar todas las copias y destruir la imprenta. Una decisión desproporcionada porque Le Vieux Cordelier imprimía pocas copias en un país donde, en ese momento, se calculaba que el 52% de los hombres y 73% de las mujeres eran analfabetos (estos porcentajes, además, estaban sobreestimados porque la definición de alfabetismo era aquellos que podían firmar sus nombres, no leer un periódico).

Robespierre eventualmente encarceló a su viejo camarada y amigo. Junto con Danton, guillotinaron a Desmoulins, unas pocas semanas después de la publicación a favor de la libertad de prensa como la mejor arma en contra del despotismo.

Fast Forward 227 años. En México, el presidente López Obrador tiene mucho poder y popularidad. Y, sin embargo, está muy enojado con la prensa. Lleva un par de semanas denostando a periodistas, conductores, intelectuales y comentaristas. Los tilda de conservadores, hipócritas, mentirosos y corruptos.

Su odio no tiene límites. No los guillotina como Robespierre a Desmoulins. Eso sería imposible en pleno siglo XXI. (Ya vimos cómo le está costando al príncipe saudí, Mohamed bin Salmán, haber ordenado la ejecución del periodista, crítico del régimen de Riad, Jamal Khashoggi). No. Nuestro Presidente guillotina a la prensa libre por medio de otro tipo de asesinato: el de sus reputaciones. Lo que en el mundo anglosajón se conoce como character assassination, es decir, el esfuerzo deliberado y sostenido por dañar la reputación y credibilidad de un individuo.

López Obrador tiene, hoy en día, un poder casi ilimitado y goza de altísimas tasas de aprobación entre la población. ¿Por qué se preocupa tanto de la prensa en un país donde tan pocas personas leen los periódicos o siguen las noticias? De acuerdo con una encuesta del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, el 66 por ciento de la población alfabeta declaró haber leído alguna revista, periódico, historieta o páginas de internet, foros o blogs”. Sospecho, por el escaso tiraje que tienen los diarios en México, que este porcentaje se refiere más a historietas y publicaciones de internet.

¿Por qué, entonces, pelearse con periodistas que tienen tan poco alcance en la población?

Pongo sobre la mesa tres hipótesis que no son excluyentes.

Una, es un problema de ego: AMLO no soporta que lo critiquen.

Dos, para llevar a cabo su estrategia de polarización que tanto le ha servido a lo largo de su carrera política. El Presidente siempre necesita enemigos a los cuales atacar. Ayer era un grupo de empresarios rapaces, pero, como ahora algunos de ellos son sus amiguitos, pues toca el turno a la prensa.

La tercera hipótesis es una idea de Roger Bartra. Para el sociólogo, AMLO “ha perdido la batalla en el terreno intelectual y eso lo irrita mucho”. Puede ser que el Presidente tenga mucho poder y popularidad, pero no ha logrado ganar el debate de las ideas. Eso se refleja en la escasez y calidad de periodistas, conductores, comentaristas e intelectuales dispuestos a defenderlo. Y es que sus ideas, como en el tema del feminismo, son simple y sencillamente indefendibles.

Mejor, entonces, la guillotina de las reputaciones. Un mal camino. Como el que tomó Robespierre quien, vale la pena recordarlo, terminó siendo una más de las víctimas del régimen de terror.

                Twitter: @leozuckermann

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