Salvador García Soto
Que un Presidente de México reciba mentadas de madre cuando se aparece en un lugar público no es algo nuevo. A casi todos los presidentes de la historia reciente del país les tocó recibirlas en formas de chiflidos, gritos y arengas cuando salían de su zona de confort de eventos controlados por la seguridad presidencial y se metían a una arena pública, a un estadio de futbol, una plaza de toros o cualquier lugar donde el anonimato que da la multitud hiciera posible que el pueblo se desahogara en sus frustraciones y reclamos al gran tlatoani del poder presidencial en la República.
Miguel de la Madrid las escuchó a coro en el Estadio Azteca atiborrado durante la inauguración del Mundial México 86 donde el coro materno, alimentado por el triste papel de su gobierno en los sismos de 1985 hicieron sonrojar al presidente; a Gustavo Díaz Ordaz se las chiflaron y gritaron en el Estadio Olímpico de CU al inaugurar los Juegos Olímpicos de 1968 y se la refrescaron en un evento con industriales en Jalisco, a donde fue a asumir la responsabilidad de la masacre de estudiantes en Tlatelolco y a hacer su farsa de “la mano tendida”, o la azarosa y atrevida incursión de Luis Echeverría en Ciudad Universitaria, de donde tuvo que salir huyendo no sólo por las mentadas sino hasta por las pedradas que le lanzaron los indignados estudiantes.
Al mismo Vicente Fox le tocaron algunas en eventos públicos igual que a Felipe Calderón, mientras que a Peña Nieto lo perseguían no solo en actos o giras nacionales e internacionales, sino que hasta un hashtag hubo de #ChingasaTuMadrePeña, que los tuiteros hicieron tendencia el 10 de mayode 2013.
Por eso lo que le paso a Andrés Manuel López Obrador en el avión comercial en el que aterrizó el domingo por la tarde en la Ciudad de México, procedente de Guadalajara, no es ni la primera ni la última mentada que recibe un presidente de México ni siquiera el mismo tabasqueño, que ayer desestimó lo ocurrido en el vuelo 0237 en el que un grupo de unas seis o siete personas, en su mayoría jóvenes, le gritaron desde la parte trasera una porra materna mientras le añadían algunos otros improperios al mandatario nacional que hacía oídos sordos al descender del avión.
“Son gajes del oficio, imagínense si me pongo preocupado por los insultos, pues recibo muchos, muchos insultos, porque tengoque llevar a cabo cambios, me eligieron para eso… y así como hay personas inconformes hay muchos otros que están conformes y así es la democracia”, dijo ayer el presidente.
Sin duda hace bien López Obrador en tomarse el asunto con filosofía y en no comentar ni censurar las expresiones de la gente en su contra, aun cuando incurran en expresiones agresivas, que bien pueden considerarse violencia verbal, pero eso no significa que se deba menospreciar lo que ocurrió en el avión de Aeroméxico este fin de semana.
Primero porque, ciertamente, en los dos años que lleva volando en vuelos comerciales, como parte de su política de austeridad, esta es la primera vez que agreden y atacan de esta manera al
presidente. Eso podría leerse como una señal del desgaste que enfrenta el presidente y una expresión de que cada vez será más expuesto e inseguro para él subirse a un vuelo comercial.
Eso es algo que su cuerpo de seguridad y su gabinete tendría ya que estar evaluando, pero la otra conclusión es que, si 6 o 7 mexicanos ya perdieron el miedo y se atrevieron a gritarle mentadas
al presidente en un espacio cerrado y controlado como es un avión comercial, el hecho puede significar también que se acabó y se agotó el discurso lopezobradorista de que “nosotros no somos iguales, somos distintos” a los gobernantes del pasado.
Tal vez una parte de los mexicanos ya no cree en ese discurso ni lo siente sustentado en los hechos y por eso empiezan a tratar a López Obrador, con todo y su aún alta popularidad, como a
cualquier otro presidente de la historia: con la peor ofensa que un mexicano puede decirle a otro mexicano.