Claudia y Marcelo. Lo que bien podría ser el título de una telenovela romántica, seguramente habrá de convertirse, en la segunda mitad del sexenio, en un drama político del máximo suspenso. Una trama, por lo demás, en la que habrá muy poco amor aunque harta pasión. No solamente entraña la disputa por la silla presidencial en la cual solo uno de los dos cabría, sino, en esencia, se trata de una concepción de país y de Estado distinta.
En mi opinión, Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard, alcaldesa de CdMx y canciller, respectivamente, representan lo mejor que tiene el partido en el poder. Ambos cuentan con amplia experiencia en las lides políticas y administrativas y gozan de una buena reputación como funcionarios eficaces. Son hacedores comprobados, con las suficientes credenciales para demostrar su capacidad para concebir y llevar a cabo proyectos importantes.
Dicho lo anterior, los contrastes son evidentes. Sheinbaum tiene una vocación política que corre en paralelo con un currículo científico académico al que parecía destinada en la primera parte de su vida. En 1989 obtuvo la licenciatura en Física por la UNAM y en rápida sucesión la maestría en Ingeniería Energética, el doctorado en Ingeniería Ambiental y otro en la Universidad de California. Para 1999, a los 37 años era una joven científica mexicana con los créditos académicos y la producción de literatura técnica más que holgada para convertirse en una miembro de la élite mundial en su campo (la ingeniería ambientalista).
Pero en paralelo corría su otra vida, la política. Durante su carrera fue representante ante el Consejo Estudiantil Universitario de la UNAM, muchos de cuyos miembros, ella incluida, formarían los cuadros juveniles del recién constituido PRD. Su relación matrimonial con Carlos Ímaz, ex líder estudiantil y dirigente del partido en Ciudad de México, seguramente contribuyó a un creciente involucramiento en la política profesional. Su esposo y padre de sus hijos fue presidente del PRD local en los noventa y trabajó de cerca con AMLO cuando éste fue presidente del partido En el año 2000, cuando López Obrador asumió la jefatura de Gobierno de la capital, la joven pareja (él 42, ella 38) formaban parte de su círculo de colaboradores. Ella fue incorporada al gabinete en calidad de secretaria del Medio Ambiente; él continuó en la dirigencia del partido tres años más, hasta que en 2003 obtuvo la delegación de Tlalpan en la capital. La carrera política de Ímaz prácticamente terminó cuando fue exhibido recibiendo dinero del empresario Carlos Ahumada. Claudia tuvo el mérito político de no haber sido afectada por la caída en desgracia de su otrora esposo (años más tarde se divorciaron).
La trayectoria de Marcelo Ebrard, en cambio, es esencialmente política. No hay otra actividad u ocupación a la que quisiera entregarle su vida. Estudió Relaciones Internacionales en el Colegio de México y Administración Pública en la ENA, en París. De filiación camachista, fue atraído al PRI por las corrientes intelectuales y de izquierda de este partido vinculadas al Colmex, como Alejandra Moreno Toscano. En los noventa y siempre como pieza fundamental del grupo liderado por Manuel Camacho, ocupó tareas directivas del PRI en la capital y más tarde en la administración urbana, durante el periodo de Camacho. Posteriormente fue diputado federal y subsecretario de la SER. Opuesto a la corriente tecnocrática que toma el control del PRI, el grupo renuncia a este partido al inicio del sexenio de Ernesto Zedillo y funda el PCD que postularía a Camacho a la presidencia en 2006, aunque terminaría declinando a favor de López Obrador. Desde entonces unió su destino político al del tabasqueño. Fue miembro de su gabinete en el gobierno de Ciudad de México como cabeza de la Seguridad Pública y posteriormente de la Secretaría de Desarrollo Social. Y lo más importante, fue el sucesor de AMLO como jefe de Gobierno de la ciudad.
Y quizá ese sea el mayor argumento de Ebrard para recibir el necesario espaldarazo de parte de López Obrador cuando Morena deba elegir a su candidato presidencial para 2024. Presumiblemente AMLO se inclinará por el candidato que mejor satisfaga dos criterios: lealtad personal para continuar el proyecto de la 4T tal como él lo dejó, y capacidad política necesaria para conservar el poder y estar en condiciones de garantizar la sobrevivencia del proyecto. Es decir, no solo querer hacerlo, sino estar en posibilidades de conseguirlo.
Con respecto al primer criterio, hay pocas dudas de que Sheinbaum lleva la ventaja. Constituye prácticamente una ahijada política del Presidente y ha crecido a su sombra, mientras que Ebrard procede originalmente de otra corriente política, aun cuando tenga más de 20 años a su lado. Sin embargo, el canciller posee una relación más fluida que ella con respecto al resto de los actores nacionales o incluso del exterior. Por un lado, si AMLO considera que existe algún riesgo de perder la presidencia en los comicios de 2024 a manos de la oposición, Ebrard sería el candidato idóneo. Tiene una imagen de político moderado y moderno que le permitiría atraer el voto de círculos más amplios que los estrictamente morenistas. O incluso si la elección no está en riesgo, pero sí la capacidad de maniobrar políticamente en aguas tormentosas, Ebrard ofrecería mayores garantías de llevar el barco a buen puerto. Pero si el Presidente considera que deja las cosas bien atadas y con amplio apoyo, probablemente se incline por la gobernadora de Ciudad de México. No será, pues, una decisión fácil.
En los próximos tres años ambos suspirantes buscarán subsanar su flanco más débil. Ella cultivará mejores relaciones con la ciudadanía y con otros actores políticos, incluyendo a la iniciativa privada; tratará de desembarazarse de la imagen de radical que en algún momento se adhirió a su perfil. Es notorio su interés en mostrar cierta autonomía con respecto a la visión del feminismo o la estrategia de vacunación impulsada en Palacio Nacional. Por su parte, él seguirá trabajando su relación con el Presidente y el primer círculo con el ánimo de eliminar cualquier veto por parte del obradorismo más recalcitrante. No siempre le resulta fácil; tratando de ayudar al Presidente sea en materia de obtención de vacunas o subsanando los huecos de política internacional, adquiere, contra su voluntad, un protagonismo que podría ser explotado en su contra por los obradoristas.
¿A quién le crecerán las posibilidades? ¿Cuál de los dos está en riesgo de perder puntos? ¿Hay otros? Sin duda, pero a años luz de distancia en cuanto a las posibilidades, por razones cuya descripción escapan a los límites de este texto. Por el momento, los únicos protagonistas de lo que podría ser un thriller son Claudia y Marcelo. Será un largo pero apasionante desenlace.
@jorgezepedap