Si usted cree que el presidente Andrés Manuel López Obrador odia a todo lo que huela como sector privado, lo más probable es que acierte en casi 100%. Si usted piensa que a eso se debe el que no quiera vacunar a personal médico que trabaja en hospitales y clínicas privadas atendiendo casos de Covid-19, atina al 100%. Si percibe que este odio es homogéneo y permea a todo su gobierno, se equivoca. La única persona en clara sintonía con él, en posición de influencia y decisión, es el zar del coronavirus, el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, cuyo resentimiento hacia el sector privado es notable. En todo caso están negando un escudo de vida a cientos de personas. Éticamente es inaceptable, políticamente condenable y jurídicamente podrían ser llevados a juicio, no ahora ni aquí, sino al terminar el sexenio en cortes internacionales.
El tema de la vacunación a personal médico de primera línea que trabaja en instituciones privadas estalló como explotan las cosas al gobierno: en un arrebato de López Obrador que dijo que el personal médico privado tendría que formarse en la línea, como el resto de todos los que no están en situación de alto riesgo por salvar vidas ajenas, para que se les aplique la inoculación. Y como suceden las cosas en el despacho presidencial, nació de algo que no tiene que ver con el tema de referencia: la reforma eléctrica. No se sorprenda. Recuerde que el Presidente no tiene la capacidad para compartimentar asuntos y problemas, ni tampoco temple para enfrentar crisis, que pretende resolver culpando al pasado.
López Obrador comenzó la semana pasada en la lógica de vacunar al personal médico privado, y terminó en las antípodas. El Presidente atendió las resoluciones del Comité de Vacunación, muy poco conocido porque mantiene sus trabajos con enorme discreción –ayuda que ni el Presidente ni el zar del coronavirus formen parte de él–, que es el núcleo de la toma de decisiones en ese tema. El comité tuvo tres reuniones para discutir sobre la vacunación para personal médico de primera línea en instituciones privadas, a quienes se había relegado –por razones políticas e ideológicas– en la primera etapa.
López-Gatell había decidido, por sus pistolas, coloquialmente hablando, eliminarlos de la primera etapa de vacunación, sin ninguna razón, al estar también ellos combatiendo el coronavirus y salvando vidas. Aunque es inexplicable su odio hacia el personal privado, habiendo sido él beneficiario de dinero privado y multinacional –que tanto critica el Presidente– para impulsar por años su agenda sobre el etiquetado en los alimentos financiado por el multimillonario Michael Bloomberg –quien logró desde Nueva York modificar políticas públicas en México–, se podría conjeturar que se trata de una represalia porque varios médicos privados han sido muy críticos de su estrategia para enfrentar la pandemia.
Es conocido que la piel de López-Gatell es muy delgada y su rencor, revanchista. Alma gemela de López Obrador, tiene toda su protección política. La forma como el zar del coronavirus diseñó el Plan Nacional de Vacunación la ha descifrado y desmenuzado Xavier Tello, un reconocido consultor en temas de salud y que ha sido un sistemático y puntual crítico de López-Gatell, y que ha argumentado en redes sociales contra la discriminación de médicos privados. “Desde la concepción primaria de la Política Nacional de Vacunación contra Covid”, escribió recientemente en Twitter, “solamente se contemplaron los profesionales de la salud privados. De hecho, cuando la planeación se realizó, sólo se buscaba proteger a los miembros de la primera línea del IMSS”.
En lo que era una rectificación, el miércoles pasado López Obrador, revelaron funcionarios de la Presidencia, le pidió al subsecretario que resolviera la vacunación del personal médico privado en la primera línea, luego de ser persuadido por su vocero presidencial, Jesús Ramírez Cuevas, y el consejero jurídico, Julio Scherer, que había que revertir lo que llamaron un “error” de López-Gatell y del secretario de Salud, Jorge Alcocer, porque, le expresaron, el tema se estaba convirtiendo en un problema grave para el gobierno, y tenía que frenarse.
Sin embargo, López Obrador es y será siempre López Obrador. A lo largo de toda la semana relegó el tema de la pandemia a un segundo lugar para analizar los amparos contra la reforma eléctrica. Visitantes frecuentes a Palacio Nacional fueron la secretaria de Energía, Rocío Nahle, y el director de la Comisión Federal de Electricidad, Manuel Bartlett, para analizar una defensa jurídica capaz de salvar la reforma eléctrica detenida en tribunales por su inconstitucionalidad. El no encontrar una puerta legal de salida, lo puso de muy mal humor, de acuerdo con funcionarios de la Presidencia. Lo que no esperaba nadie, era que volviera a contaminarse de hígado y un día después de impulsar la vacunación del personal médico de primera línea en instituciones privadas, revigorizando sus fobias históricas, los mandara a volar.
Al Presidente no lo controla ni López Obrador. Su subconsciente suele dominar el consciente, como lo emocional a lo racional. En ocasiones, como parece haber sido el jueves cuando revirtió la decisión de vacunar al personal médico privado que atiende Covid-19, no busca quién se la debe sino quién se la pague. Sus odios añejos contra todo lo que huela a sector privado, sin matices ni nada, le devolvieron a López-Gatell la estrategia de la vendetta, y la pareja infernal de Palacio volvió a meter a su propio gobierno en un problema que atenta directamente contra los derechos humanos del personal médico de primera línea del sector privado, viola la responsabilidad constitucional del Presidente, y al colocarlos en riesgo de muerte, se podría llegar a tipificar un delito contra ese sector específico de la sociedad.
Con un Congreso y un Poder Judicial amenazado y sometido, esto puede no importarles hoy. Pero en este caso, como lo es todo en el sector de salud, el tema es de vida y muerte y nos los dejará de perseguir.