Quieto, como garrobo en llano seco, el ex gobernador Duarte de Ochoa prefirió el silencio a seguir mandando fuegos fatuos en las redes y personeros para entrevistarlo en su celda; no es para menos porque sobre su expediente orbitan aún más cargos por dilucidarse, como si aún no terminara de recoger las varas de los muchos cohetes tronados durante el periodo de espléndido y desenfrenado desgobierno que le tocó presidir. No paran aún sus cuitas, porque ahora la Unidad de Inteligencia Financiera anunció una posible demanda derivada de sus visibles nexos con Odebrech, que, según Lozoya, lo condujeron a cometer delitos de enriquecimiento ilícito y lavado de dinero. Dramático caso, pues tendrá más capítulos para alargar la serie de una novela cuyo actor principal fue víctima de sus ambiciones propias y familiares, porque creyendo haber ganado el poder por méritos personales y habilidad para la maniobra política, en realidad fue usado para tapar culpas en cuya maraña se enredó.