El magistrado presidente de la Suprema Corte de Justicia, Arturo Zaldívar, debe estar indignado por el triste papel que le ha tocado desempeñar en el escenario de la reforma anticonstitucional para la ampliación de su mandato en la presidencia del Poder Judicial. Si nos atreviéramos a adoptar una posición respecto a este asunto, nuestra primera conjetura induciría a suponer la indignación de Zaldívar por la tendencia de su amigo, el presidente de México, para confrontarlo con sus pares, pues a estos no debe parecerles muy correcto se les endilgue el calificativo de ineptos, porque según el presidente solo Zaldívar puede sacar adelante la implementación de la reforma al Poder Judicial; y de “corruptos”, por si se les ocurriera votar la inconstitucionalidad de la prórroga del mandato hasta 2024. O sea, en esa lógica, Zaldívar estaría sirviendo de instrumento del poder ejecutivo, y susceptible de ser manejado para consolidar los cambios iniciados por la CuartaT. En el mismo supuesto, apostaríamos a que Zaldívar está guardando la prudencia y compostura obligada por su cargo, y que llegado el momento ratificará lo declarado a López Dóriga: “Yo no voy a permitir que se me utilice como instrumento político…”, renunciando a la vez a la prórroga de su mandato. Alea Jacta Est (“la suerte está echada”).