martes, noviembre 5, 2024

Ni una investigación judicial, en 50 años, sobre el halconazo

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Proceso

Ciudad de México.- Dos semanas después del 10 de junio de 1971, cuando decenas de jóvenes con entrenamiento militar atacaron de forma brutal a estudiantes y trabajadores que marchaban del Casco de Santo Tomás al zócalo de la capital, el grupo de choque –posteriormente conocido como los Halcones– se disgregó.

Los agresores, equipados, entrenados, pero desmovilizados y sin empleo, pronto se involucraron en otros actos delictivos, lo que los hizo sujetos de interrogatorios por parte de los agentes de la Dirección Federal de Seguridad (DFS).

Esas declaraciones son los únicos testimonios de participantes directos que han aportado indicios para reconstruir la historia, debido a que en 50 años no ha existido una sola investigación judicial sobre las violaciones a los derechos humanos que cometió ese grupo, organizado principalmente por el Departamento del Distrito Federal.

Con una granada de mano tipo defensivo, el 22 de junio de 1971 Enrique Sosa Michel se presentó a las oficinas de la DFS en la ciudad de México. La razón por la que acudió con el artefacto era para denunciar a un grupo de jóvenes vecinos de La Merced que “representaban un riesgo para la sociedad”, ya que se encontraban en poder de explosivos, contaban con entrenamiento militar y se promovían en el barrio para eliminar a posibles contrincantes personales.

Granada defensiva de mano entregada por Enrique Sosa Michel a la DFS. Foto: Diana Ávila

Así se lee en la denuncia de Sosa Michel, integrada en el expediente 53-115 L1 de la colección documental de la DFS que se resguarda en el Archivo General de la Nación (AGN), donde además relata que esos jóvenes se presentaron al local de su amigo Germán Ramírez, dueño de Maderas California que se ubicaba entonces en la calle Nezahualcóyotl 46, del Centro Histórico de la ciudad, con el fin de indagar si estaba interesado en “eliminar a algún competidor, ya que [ellos] podían quemar una maderería, o efectuar otro tipo de atentados, conociendo incluso cómo colocar bombas en una embajada”.

Tarjeta informativa 2, Los Halcones, fondo DFS, AGN. Foto: Diana Ávila

Según Enrique Sosa, en esa ocasión Ramírez se portó escéptico, por lo que en otro momento los jóvenes regresaron a su negocio, pero ahora con una caja de madera en la que portaban uno de los artefactos explosivos, haciéndole saber que contaban con varias granadas iguales y otras de tipo incendiario.

Volvieron a ofrecer su intervención, dando a entender a Germán que contaban con entrenamiento militar y habían participado en manifestaciones, “pero ahora se encontraban disgregados” y en poder de varios proyectiles.

De esta denuncia se derivó la detención de Abundio del Castillo Pérez, el 23 de junio de 1971, quien declaró haber conocido, por medio de Víctor Manuel Flores Reyes, “a varios hombres que posteriormente fueron llamados Halcones”.

Abundio del Castillo Pérez. Foto: Diana Ávila

“Entre ellos se encontraba ‘Maderas’, al parecer Candelario Madera Paz; ‘Salcido’; Jorge ‘El Pastel’, posiblemente en referencia a Jorge Eduardo Pascual, y ‘El Rabias’, “quienes habían formado parte de la Brigada de Fusileros Paracaidistas de la Fuerza Aérea Mexicana”.

Del mismo modo que sus nuevos amigos, Abundio tuvo un fugaz ingreso en las Fuerzas Armadas, ya que a principios de 1970 se dio de alta como soldado de Infantería de Marina, pero apenas llegó abril fue dado de baja por mala conducta al reñir con un cabo habilitado.

El mismo año prestó su Servicio Militar en el Centro de Adiestramiento del Batallón de Tropas de Asalto del Cuerpo de Guardias Presidenciales, que concluyó en diciembre de 1970.

Según la declaración ubicada en el mismo expediente citado, después de observar las demostraciones de karate, kendo y judo de sus amigos Halcones, Del Castillo Pérez se mostró interesado en formar parte del grupo y conocer las instalaciones del cuartel donde entrenaban, en la Unidad Habitacional de San Juan de Aragón, Estado de México, por lo que pidió a ‘Maderas’ que le permitiera ingresar, pero Candelario lo rechazó, argumentando que primero debía prepararse de forma rigurosa en las artes marciales japonesas, además de que ninguna persona ajena estaba autorizada para visitar el cuartel.

De acuerdo con la declaración de Abundio, el 21 de junio se reunió con ‘Maderas’, quien encargó que le guardara tres granadas defensivas de mano «cargadas de explosivos», puesto que él y sus otros compañeros se trasladarían al estado de Guanajuato “debido a lo ocurrido el día diez […] en que perecieron varias personas y fueron culpados los Halcones”, pues temía que sus pertenencias fueran requisadas.

Al día siguiente, Abundio visitó en su local a Germán Ramírez, para mostrarle una de las granadas que le había encargado su amigo halcón. Según sus dichos, ambos bromearon con “aventársela a alguien” y Abundio se mostró dispuesto a realizar la acción, aunque, según dijo, se trataba de bromas.

Supuestamente Del Castillo dejó el artefacto en el local para “ir a trabajar”, pero cuando regresó por el artefacto, Germán evadió la entrega y a cambio de la granada le ofreció su Falcon 69; Abundio consideró que “no valía la pena porque podría tener consecuencias graves [con] la policía y el ejército” y que su intención de recuperar la granada era para “evitar una tragedia”.

También dijo a los agentes de Inteligencia que la pretensión de tener todos los explosivos era para depositarlos finalmente en un domicilio donde habían vivido antes “sus amigos Halcones”, ubicado en el Callejón de San Miguel 19, que se encuentra precisamente a un costado del predio baldío que desde 1954 y hasta 1975 estuvo al servicio del Departamento del Distrito Federal.

Según el Diario Oficial de la Nación, DOF-08/12/1975, este predio estuvo al servicio del DDF para la construcción del mercado público de «San Lucas», hasta que el entonces presidente Luis Echeverría lo enajenó en favor del Sistema Colectivo de Transporte Metro para ser utilizado por las instalaciones de la estación Pino Suárez.

Durante el interrogatorio, que no debió ser terso, los agentes de la DFS, entre ellos Esteban Guzmán Salgado, le mostraron siete fotografías en las que aparecen Madera Paz y Víctor Manuel Flores Reyes practicando artes marciales, las cuales, dijo, le fueron entregadas por ‘Maderas’ para un servicio de retoque y ampliación, ya que de oficio Abundio era retocador y trabajaba en el estudio de fotografía “Oscar” y, según él, “pensaron sus amigos que podía hacerles un buen trabajo”.

Candelario Madera Paz y Víctor Manuel Flores Reyes. Foto: Diana Ávila

Igual que Abundio, el exhalcón Gabriel Millán Arellano aportó mayores informaciones relativas al grupo paramilitar, cuando fue detenido el 24 de junio del mismo año de 1971, debido a que fue descubierto en su intento de vender información a la revista Por Qué?, por agentes de la DFS, quienes interrumpieron la potencial hazaña.

Gabriel Millán Arellano. Foto: Diana Ávila

Como ya han documentado otras investigaciones, la declaración de Millán Arellano, en el expediente 21-438 L1, relata su admisión al grupo de los Halcones en 1970, cuando comenzó a entrenar en los campos de San Juan de Aragón.

En ese lugar conoció a los entrenadores y luchadores profesionales Eduardo Hernández Calderón, conocido como ‘Dientes Hernández’, cuyo maestro fue uno de los reyes judokas cubanos llegados a México en la década de 1920, Sanshiro Satake, y a Marco Antonio García o ‘Carta Brava’, así como a ‘El Greñas’ y “El Chon”, aunque a todos los conocía sólo por el sobrenombre.

Esos meses, sostuvo, recibió un sueldo de 60 pesos diarios, pero “al darse cuenta de las arbitrariedades que cometían los Halcones procedió a desertarse a principios del mes de enero de 1971 para después trabajar como ruletero”.

Tarjeta informativa 3, Los Halcones, fondo DFS, AGN. Foto: Diana Ávila

“Con la lucidez de una tarde de cervezas con amigos, Gabriel decidió denunciar a los Halcones, por lo que contactó a la dirección de la revista Por Qué?, con el fin de vender información y alrededor de cincuenta credenciales de jóvenes, en su mayoría pertenecientes al Insituto Polítécnico Nacional, otros menos a la Universidad Nacional Autónoma de México, que él había recogido “en actos o comisiones que les habían encomendado a los Halcones”.

Esto para demostrar que sí existía dicha agrupación y no como lo aseguraban algunos funcionarios. En esos días el entonces regente del DF, Alfonso Martínez Domínguez, negó la existencia de los Halcones, y el coronel Manuel Díaz Escobar Figueroa, subdirector de Servicios Generales del DDF, responsable de dicho grupo paramilitar, expresó que se trataba de invención fantasiosa.

En el documento mecanografiado en la hoja de papel arroz, Millán expresa el remordimiento de que “posiblemente entre ellos [los estudiantes] hubiera algunos muertos y que con la fotografía podían identificarlos los familiares, ya que por los periódicos se había enterado de que muchos […] se quejan o denuncian que sus hijos han desaparecido”.

Del conjunto de credenciales que se encuentran engrapadas al final del expediente, sobresalen los rostros aún infantiles de 38 varones y una mujer, estudiantes que hubieron de cruzar camino con los Halcones entre 1966 y 1971.

Entre ellos, Andrés Chávez, Tomás Paz, Luis Ramírez, Antonio Reyes, José Luis Alvarado, Francisco Mejía, José Lorenzo, Celedonio Pérez, José Gómez, Víctor Nava, Eduardo Marino, Eloy Nava, Edgar Menchaca, Donato Islas, Virgilio Jasso, Juan Hernández, Gregorio Rosas…

Credenciales en poder de Gabriel Millán Arellano. Foto: Diana Ávila

Con 18 años, Gregorio Rosas Rodríguez cursaba el segundo año de la Vocacional 3 en 1966 cuando, según el acta de su defunción, consultada por Proceso, falleció a la media noche del 24 de febrero, a causa de una herida provocada por «proyectil de arma de fuego penetrante de tórax», cerca de su casa en la colonia Portales de esta ciudad.

Francisco Pruneda, Juan Linares, Luis Arenas, Jorge Ramírez, Arturo Peña, Víctor Bonfiglio, Jesús Pérez, Francisco Rivera, Jesús Posadas, Roberto Martínez, Lamberto Guzmán, Noé Pérez, Rogelio Aguilera, Álvaro Marín, José Mejía, Abelardo Guiza, José Muñoz, Antonio Gutiérrez, Moisés Ramírez Tapia… otros estudiantes.

Credencial de Moisés Ramírez Tapia. Foto: Diana Ávila

El 30 de septiembre de 1969, Moisés Ramírez o ‘Moi’, como lo llaman amigos y compañeros de la Escuela Superior de Ingeniería, Mecánica e Ingeniería del IPN, se encontraba en la glorieta de Peralvillo esperando que iniciara la marcha luctuosa que habían organizado los comités de lucha de las escuelas politécnicas para pedir justicia por sus compañeros asesinados el 2 de octubre del 68, cuando fue aprehendido por un grupo de agentes.

En entrevista para Proceso, ‘Moi’ relata que en esos años los estudiantes organizados no les llamaban Halcones a quienes integraban estos grupos de choque y porras, sino que eran reconocidos de forma tácita como agentes vestidos de civiles, quienes usaban botones y listones de colores amarillo, naranja y rojo, que portaban para distinguirse entre ellos e identificar su jerarquía.

Después de cincuenta años, ‘Moi’ recuerda que lo despojaron de la cartera donde guardaba sus documentos personales, entre ellos la credencial de la ESIME y de la biblioteca del mismo plantel, «lo demás lo tiraron a un baldío».

Enseguida fue subido a uno de los camiones de ruta pintados de gris, que servían a los agentes para trasladar a cientos de estudiantes a las oficinas de la DFS en la plaza de Tlaxcoaque, en el centro de la Ciudad de México, donde permaneció preso por tres días hasta que lo liberaron y regresó a casa. Durante años tuvo que soportar el espionaje policiaco.

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